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Conocido es por todos el artículo escrito por mi muy buen amigo don de Larra, en donde la sociedad y un baratero dialogan ad portas de la sentencia de muerte del segundo. Hoy, a pocos días de la resolución final del “caso bombas”, no puedo sino concluir que durante los meses de la investigación se ha mantenido una situación similar y diferente a la vez. ¿Cómo puede ser esto? No es difícil comprenderlo si buceamos un poquito más en el asunto: muy por el contrario del caso presentado por don de Larra, no es ya por medio de un artículo de costumbre, sino por un periscopio ahumado y deforme llamado televisión, en donde se nos presenta una situación similar, en donde un montón de ciudadanos son impugnados por un golem denominado “sociedad” en relación a ciertos bombazos acaecidos durante los últimos años en las calles de nuestra capital republicana. Aquí, a diferencia del caso que el español intenta presentar, no hay diálogo sino monólogo. Lo que aquí se puso en juego no es una conversación, ni siquiera desequilibrada, sino un monólogo en vivo y en directo de un dragón de tres cabezas, un reptil ciego, sordo y mudo, al cual no le tirita la pera al momento de llenarse la boca con laureles, ni negarlo todo, ni rezongar con mala cara ante el actuar de una temerosa y por rara vez lúcida muchacha violada que se llamó alguna vez Justicia, al absolver a los acusados, mientras procura mantener empañado con humo y azufres el periscopio espectacular satelital.