Crónicas de un país anormal

Por qué Trump se arrepintió de atacar a Irán

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Donald Trump no es una mansa paloma. Tampoco detuvo la guerra, diez minutos antes del ataque a Irán por preservar el costo 150 vidas humanas, ni por temor a las amenazas rusas. Porque la estrategia de Trump no consiste en invadir países: su propósito no es militar, sino económico y comercial y su  forma de negociar es tratar de poner de rodillas a amigos, enemigos y aliados, y después pactar, en las mejores condiciones para él, con ellos  – como los boxeadores pegan en el estómago hasta dejar sin piernas al rival.

 

Cualquiera creería que Trump está siempre jugando al policía bueno y al policía malo con sus asesores, sin embargo, en los casos de Irán y Venezuela hay un poderoso lobby de Halcones que presionan a Trump: John Bolton, Mike Pence y Mike Pompeo, además de su yerno, el sionista Jared Kushner,  el Primer Ministro de Israel,  Benjamín Netanyahu, el príncipe de Arabia Saudita Mohamed Bin Salman, el líder de los emiratos árabes, Jaifa Bin Zayed; todos estos personajes tienen como objetivo destruir militarmente a  Irán.

 

Trump, con bastante humor y sorna, se ríe de su asesor de seguridad nacional, John Bolton, y agrega que lo único que le interesa a Bolton es provocar guerras en todo el mundo. Así aunque muchos analistas internacionales no lo crean, en el uso del factor sorpresa por parte de Trump hay una estrategia consistente en definir a su enemigo principal, que es China, y establecer  sus relaciones con aliados y enemigos en razón de esta estrategia. El hundir y, posteriormente, levantar al caído le dio, al comienzo, buen resultado con Corea del Norte, pero ahora es mucho más difícil con Irán.

 

La posible invasión a Irán no tiene ningún punto de comparación con la acaecida en Irak, (2003), pues el imperio persa es el triple en extensión, 80 millones de habitantes, un ejército superior al iraquí y una población de alto nivel cultural, (solo los halcones de uno y otro lado podrían desear una guerra). Hay que ser muy ingenuo para creer en  la tercera guerra mundial, que si se produjera, no estaríamos vivos para contarla, (es como pedirle a los dinosaurios que nos narraran la historia del meteorito).




 

A Trump no le importan los Tratados internacionales, pues para él están firmados para ser violados, sobre todo si la firma corresponde al Presidente Barack Obama. Echar en cara al magnate Trump de honrar su firma o la de sus predecesores es una ingenuidad digna de los confiados europeos.

 

Trump tiene dos cualidades: en primer lugar, intenta, así no le resulten en la práctica, cumplir con sus promesas electorales; en segundo lugar, amenaza y cumple. El llevar el bloqueo económico a Irán hasta el colmo de que no pueda vender ni una gota de petróleo y gas natural va a ser llevado por Trump con la misma porfía con que ha intentado la construcción  del muro en la frontera con México, y otra cosa es que le resulte.

 

Europa es como la mujer golpeada por violencia intrafamiliar: nada puede hacer contra el marido matón, pues Trump tiene el poder de castigar a cualquiera de las empresas europeas que sigan negociando con Irán, a partir del 4 de noviembre de 2020, fin de las excepciones.

 

A Estados Unidos le basta colocar fuera del circuito del dólar a los países europeos para hacer imposible toda relación comercial con Irán,  y hasta el momento no ha servido la creación de un circuito por parte de Europa a fin de evitar el comercio en dinero y reemplazarlo por el trueque, que sería el único medio para establecer comercio con Irán.

 

A la amenaza norteamericana, los iraníes han respondido que estarían en condiciones para cerrar el Estrecho  de Ormuz, por donde circulan 17 millones de barriles de petróleo diariamente, es decir, un tercio del transporte marítimo del petróleo y un quinto del mundial.

 

Con una medida como la  que amenazan los persas no sólo saldría perjudicada toda la economía mundial, y el precio del petróleo llegaría, fácilmente, a 200 dólares el barril. En este caso los ganadores serían los productores – contando a Venezuela – y los perdedores, los mismos compradores, entre los que se cuenta Chile.

 

El cierre del Estrecho perjudicaría al mismo Irán, a los Emiratos Arabes, a Arabia Saudita, a Iraq y, por extensión, al resto del mundo. (Quizás Estados Unidos, que ha logrado el pleno abastecimiento, se salvaría de la catástrofe).

 

El problema de Trump con respecto a Irán no se reduce sólo al enriquecimiento del uranio y la posesión de la bomba atómica por parte de los persas, pues además está el tema fundamental de la hegemonía del Medio Oriente, que es disputada entre Arabia Saudita e Irán, o por la alianza entre Arabia Saudita e Israel contra Irán. Salvo a los sionistas, a ningún país del Medio Oriente le conviene una guerra.

 

Irán, hoy en medio de una grave crisis económica producto del bloqueo, con una baja del 6% en el PIB, una inflación del 50% y una moneda devaluada, tiene aún un poder militar que le permitiría resistir una invasión. (El hecho de haber derribado el poderoso dron norteamericano demuestra el poder tecnológico del ejército de los Ayatolá).

 

La guerra entre Irán y sus aliados contra Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel está prácticamente descartada, salvo un descontrol, que es muy difícil en ejércitos disciplinados como el iraní y la  marina norteamericana. Hasta ahora se han controlado mutuamente, tanto en el Golfo Pérsico, como el de Amán, salvo el ataque a los barcos petroleros noruego y japonés, por tanto, la acusación de Trump contra Irán  es ridícula, pues al gobierno chiita lo que más le conviene es la  mediación por parte de Japón, cuyo Primer Ministro fue recibido con gran pompa en Teherán.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

26/06/2019                               

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