En la marcha de los profesores en huelga, se ve a Gabriela Mistral a la encabeza, sosteniendo el lienzo donde dice: “La educación es un derecho social, no un bien de consumo”. Ni siquiera una industria o una manufactura, como asegura el jefe. A cualquiera sorprende su presencia, pues habita desde 1957, el valle del silencio en Montegrande, región de Coquimbo, donde los relojes han detenido su marcha. Alguien de la prensa le pregunta si es Lucila Godoy Alcayaga, la maestra de escuela que en 1945 recibió el Premio Nobel de Literatura. Responde que sí, mientras sonríe y agrega: “He venido desde lejos a apoyar a mis camaradas. Me han escrito numerosas cartas pidiendo mi presencia aquí y no he dudado en concurrir a la cita”. Junto a Gabriela, también marchan los poetas Miguel Arteche, Nicanor Parra y Alfonso Calderón, premios Nacionales de Literatura, quienes dedicaron parte de su vida a la enseñanza. Ellos, también han venido desde lejos, más allá del lugar que habita el silencio, no el olvido, donde sus poemas se recitan a diario, llueva o truene, mientras la fraternidad los une.

 

La marcha de los profesores, después de recorrer parte de La Alameda, llega a la Moneda. A esa hora muerde el frío, pero la concurrencia no se atemoriza. Gabriela Mistral se desprende del grupo, ante la atónita mirada de los carabineros dedicados a cuidar el lugar y se abre paso. Viste la sencillez de la maestra rural. Su señorial figura, escultura viviente de ébano, intimida a la guardia. Un oficial le pregunta quién es y ella responde: “Me llamo Gabriela Mistral y soy una maestra rural del pueblo de Vicuña que ha venido con sus colegas a entregar una carta al presidente de la república”. El oficial, manifiesta que el presidente a esa hora se halla en el Observatorio La Silla, a 600 kilómetros de ahí, acompañado del séquito real —entre bufones, lacayos y agoreros— donde piensa observar al día siguiente, el eclipse de sol. Justo a esa hora, ante una pregunta de la prensa, dice, sobrecogido por hallarse en las tierras de Gabriela Mistral: “Después del eclipse, sale el sol”. Y pensar que hay quienes, todavía niegan sus virtudes de poeta planetario.

 

Esta historia bien podría ser ficción, lo cual en nada afecta a la realidad. Viajar a ver el eclipse de sol o el eclipse de uno mismo, se ha convertido en vieja práctica de la política, mientras arden los problemas y parece incendiarse el país. Se ha instalado el arte del escamoteo, del fraude, donde el ganador siempre es el mejor ilusionista, el encargado de vender un kilo de azúcar, que en realidad son 900 gramos o el metro de tela de 90 centímetros.

 

Nadie que observa a maestros y maestras en huelga, puede olvidar la época de estudiante. ¿Cómo no recordar a la profesora de artes plásticas, cuyo nombre se ha fugado de mi cabeza? Me cogía de la mano para ayudarme a dar los trazos de mis incipientes dibujos. Yo quedaba embobado, turulato y apenas si podía deslizar el lápiz sobre el papel. Quien no se ha enamorado de su profesora, nada sabe de la pubertad. Claro, también había sinsabores, al descubrir que el profesor de matemáticas, don Camilo, tenía rota la suela de sus zapatos. O aquella oportunidad en el Internado Nacional Barros Arana, (INBA) cuando el profesor de francés, el señor Guijón, comunicaba esos días de invierno, mientras se veían húmedos sus ojos, que jubilaba al cabo de cincuenta años de docencia. Gracias a él habíamos conocido la novela “Madame Bovary” de Flaubert, “La comedia humana” de Balzac, también a Sartre y Camus. Sabía de memoria algunos fragmentos de estas obras y las decía, para deleitar nuestros oídos. 

 

Gracias al pintor Oscar Hernández Romero, profesor de artes plásticas, hermano del poeta Sergio Hernández Romero, empezamos a conocer a Van Gogh, Cézanne, Picasso, a los chilenos, Valenzuela Llanos, Valenzuela Puelma y a la escultora Rebeca Matte. Ni hablar de nuestra literatura, que enseñaba Raúl Mardones, donde nos codeábamos con la poesía de Mistral, Neruda, Huidobro, De Rokha y la prosa de Marta Brunet, Blest Gana, María Luisa Bombal y Nicomedes Guzmán. Maestros que nos ayudaron a nuestra formación cultura y espiritual. ¿Cómo olvidar al profesor de música que llevaba a clases una victrola portátil y nos hacía escuchar las obras clásicas?   




 

Esta semana, el “alcaide” de Santiago, desde el púlpito amenazó a la feligresía: “Si no hay acuerdo de reanudar las clases en el Instituto Nacional, lo voy a cerrar y se acabaron 205 años de historia”. Bueno; su instructor Pinochet utilizaba idéntico lenguaje. Si el profesorado se mantiene en huelga, el país también permanece en huelga.       



El Clarín de Chile

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