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Las demandas sociales en tiempos de pandemia y la respuesta neoliberal

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Es de todos conocido el hecho de que el país venía experimentando cambios profundos en la forma de percibir la sociedad y también en la manera de relacionarnos en los últimos años.

El estallido social ocurrido el 18 de octubre 2019 es una expresión, o síntoma, de una situación económica, política y social que nos venía afectando desde hace varias décadas. Haciendo un paralelo  con la actual pandemia que afecta globalmente a la humanidad, la sintomatología de la enfermedad de la sociedad chilena, que algunos han coincidido en llamar la crisis del neoliberalismo, o la patología social del modelo neoliberal, viene a confirmar la gravedad de la situación y el diagnóstico ha  quedado  instalado, si no completamente claro, al menos, mayoritariamente compartido y es que Chile necesita de cambios profundos para poder sanar de los males que lo aquejan o simplemente la enfermedad terminará ocasionando efectos aún más complejos a futuro.

Como cualquier patología social, el problema no se resuelve tan solo con llegar a un diagnóstico compartido. Eso sería tan solo un primer paso, aunque de suyo importante, el poder constatar que ello existe y que, por lo tanto, es urgente comenzar a aplicar medidas que conduzcan, primero a superar la emergencia y, luego, a atacar las causas que lo genera.

En medio de la crisis social, la clase política realizó un diagnóstico, con métodos tradicionales, (desde la óptica de una clase política que vive alejada por completo del ciudadano común) lo que le llevó a algunas conclusiones inmediatas, en medio del temor y el desconcierto, cuyo resultado fue la adopción de medidas generales básicas para afrontar la situación:




La primera de ellas fue una agenda social –acordada entre los partidos oficialistas y de oposición- para mitigar los efectos inmediatos de la crisis y, la segunda medida fue una consulta ciudadana sobre la necesidad de una nueva Constitución. En síntesis, medidas destinadas a mitigar las enormes carencias materiales de la mayoría de los ciudadanos y la consulta, o plebiscito, sobre una nueva institucionalidad, esta vez democrática, tema que había sido eludido por décadas por la clase gobernante en el país y, especialmente, excluida como opción política por parte de la derecha.

Ante el nuevo escenario, el gobierno propuso un paquete de medidas paliativas en lo que se llamó la agenda social que, como era de esperar, se trata de varias medidas económicas intrascendentes, la mayoría de ellas en base a subsidios que consideran un aumento ínfimo a las pensiones más bajas y que se pagará escalonadamente y, de manera progresiva, comenzando por tramos establecidos por edades, a partir del grupo de pensionados más viejos.  Una reforma de mediano plazo para el fracasado sistema de AFP que, con toda seguridad, en poco hará variar la situación en el futuro.  Un aumento poco significativo del salario mínimo, más otras medidas que se orientan en la misma dirección, en concreto, nada que esté destinado a modificar en profundidad las condiciones de vida de la mayoría de los ciudadanos, en una sociedad que se caracteriza por ser una de las más desiguales del mundo.

En síntesis, la agenda social no es otra cosa que una estrategia para mantener el modelo económico intacto- sin tocar los intereses de los dueños del capital y de las grandes empresas- apelando a fondos fiscales para ser entregados a los ciudadanos y a las mismas empresas en forma de subsidios, cosa que fortalece el rol subsidiario del Estado en su relación con el modelo neoliberal.

En lo que respecta a los cambios institucionales, el plebiscito fijado inicialmente para el 26 de abril del presente año y, luego, postergado para octubre 2020, a raíz de la pandemia Covid-19, es también la resultante del acuerdo político antes referido, y que  condiciona las decisiones políticas futuras, en caso de una Nueva Constitución, hasta exigir  2/3 de la votación para lograr cambios de quorum calificado, que son aquellos cambios que el pinochetismo, representado especialmente  por la UDI y, parte importante de Renovación Nacional, se han opuesto sistemáticamente a modificar. En otras palabras, el pinochetismo, logró imponer de nuevo un candado difícil de abrir, en torno a los cambios constitucionales, a menos que, esta vez la opinión mayoritaria se exprese en las urnas en favor de una Asamblea Constituyente y sea capaz de superar la barrera del 66,7% de la votación.

En ese escenario político -post estallido social- nos sorprendió la llegada de la pandemia del coronavirus a nuestro país. A partir de ahí, las cosas cambiaron radicalmente en la escena política,  que había estado  marcada por la agenda social y ciudadana  que se había tomado las calles y los lugares públicos de encuentro, como plazas y otros sitios emblemáticos para la lucha social.

La pandemia, vino entonces a “aquietar las aguas” y a trasladar la preocupación y también la  ocupación de la vida nacional en torno a  ese enemigo común que no hace diferencias, al menos en un comienzo, entre ricos y pobres y hasta donde se sabe “no tiene ideología”.

Por experiencias anteriores, se sabe que las pandemias se retiran en algún momento, esperamos que sea, más temprano que tarde. Mientras tanto, nos encontramos enclaustrados, obligados por medidas sanitarias o preventivamente, da lo mismo.  Lo que parece estar claro es que la crisis social y económica se prolongará por un tiempo que se estima será bastante más largo que los efectos de la pandemia del virus.

El ciudadano en Chile deberá afrontar una situación distinta a la de hace poco más de 6 meses. La crisis sanitaria y la crisis social dejarán sus huellas indelebles en el paisaje y también en el alma, tanto del colectivo como el plano individual.

Dentro de poco, volveremos a encontrarnos en las calles y, para entonces, esperamos que sea con energía renovada para luchar, ya no contra un virus invisible que nos ataca y destruye, sino para luchar contra esa pandemia estructural que nos agobia y que se llama injusticia social que se instaló en la sociedad chilena a partir del golpe de Estado de 1973.

En el presente, con una vida trastornada por la emergencia que nos toca enfrentar, esperamos que sea este un tiempo de reflexión, de renovación de un compromiso con la construcción de una sociedad distinta, más humana, más solidaria, mas unitaria y donde todos los habitantes del país tengan cabida en una sociedad finalmente más inclusiva.

Que el virus de la amnesia, la injusticia, la desesperanza y la resignación no tenga cabida en el cuerpo social y el espíritu de los chilenos.

 

NOS VOLVEREMOS A ABRAZAR, EN LA ESPERANZA DE QUE OTRO CHILE ES POSIBLE.

 

  Por Higinio Delgado

 

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