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HAMBRUNA se escribe así: “Lo que a ti te sobra, a mí me hace falta”; atribuido a Diógenes

El Apocalipsis, uno de los libros de La Biblia, desde siempre ha cautivado por su perturbador mensaje. Atribuido al apóstol Juan, donde el número siete posee una relevante importancia, siempre se cita cuando el mundo se enfrenta a una desgracia. En él figuran cuatro jinetes que montan caballos de distintos colores: blanco, representa el misterio; rojo, la guerra; negro, el hambre, y el bayo, la muerte.

Ahora, cuando el fantasma de la muerte recorre el mundo y se avecina el hambre, conviene hablar de este libro, que leen moros y cristianos. Ateos que van a escondidas a confesarse y agnósticos que rezan el rosario junto a la familia, ahora en cuarentena. La hambruna, montada en un caballo negro como la noche, correrá a galope tendido por la geografía de nuestro país y los efectos se empiezan a sentir.

En las comunas de El Bosque, La Pintana y Puente Alto, donde los bolsones de miseria alcanzan niveles de extrema indignidad, sus habitantes se han manifestado en las calles. Y estas protestas se van a extender a otras comunas. Quienes jamás han sentido hambre, ignoran el efecto devastador de estar privados de las necesidades básicas. No es la historia del niñito que se niega comer y la familia en masa lo rodea y le suplica que, si no come, va a venir el cuco. Hay llantos, lágrimas enternecedoras, en tanto, el chiquillo hace pucheros. Al final, mientras los miembros de la familia se lanzan acusaciones cruzadas, el niñito decide comer y todos terminan abrazados.

Es otra la realidad de la pobreza, o expresada con la palabra adecuada: la extrema miseria. Hay quienes hacen votos de pobreza y nada saben del significado de tener hambre. Cuando alguien escarba en los tarros de la basura, buscando restos de comida, todo un modelo económico se derrumba y cae a pedazos. Y no es un tema aislado, con el objeto de sensibilizar a quienes nos leen. Al producirse la crisis del salitre en nuestro país, hordas de trabajadores cesantes viajaban a buscar sustento en las ciudades y terminaban hacinados en los conventillos, durmiendo la familia, en cuartuchos nauseabundos, del tamaño de una cajita de fósforos.

 

Desde hace largos años, nada se ha resuelto, mientras el país se mantiene enyugado; ha prevalecido la porfía, la soberbia, el desdén hacia el pueblo. Nada se ha querido modificar, como si se trata de un dogma de la fe; nada se desea cambiar, como si el maremoto que afecta al mundo, no debería llegar jamás a las costas de Chile.

 

Realidad algo lejana, que hemos leído en las novelas de Nicomedes Guzmán o de Alberto Romero, se precipitará de golpe y porrazo en los próximos meses. La pandemia del coronavirus, apenas será un guiño en esta seguidilla de desgracias. La dinámica de la historia, no se sujeta aplicando ungüentos de mentol o compresas de agüita caliente, para calmar la artritis. Desde hace largos años, nada se ha resuelto, mientras el país se mantiene enyugado; ha prevalecido la porfía, la soberbia, el desdén hacia el pueblo. Nada se ha querido modificar, como si se trata de un dogma de la fe; nada se desea cambiar, como si el maremoto que afecta al mundo, no debería llegar jamás a las costas de Chile.




Si de verdad hubiese un gobierno inteligente, desde ahora debería realizar cambios profundos en la economía y en su estructura social, hasta que duela. Dejar la soberbia y mirarse las manos sin callosidades y preguntarse la causa. Finalizar a partir de ayer, con los abusos, el desprecio hacia quienes viven a tres cuartos y un repique. Abrirse y cambiar el modelo económico, donde se privilegia el lucro, los intereses de usura de la banca, los préstamos leoninos a las personas y pequeñas empresas. Ahí está el pus de la herida.

Olvidarse que el limón va a dar jugo, cuantas veces se exprima. Se expone la minoría privilegiada del país, si no entrega lo superfluo, a quedar en la calle. O dicho en buen chileno, en pelotas. Y esto no es fantasía de quien escribe crónicas para soslayar la cuarentena y recibir elogios. A modo de clarificar el significado de hambre, ésta puede ser pasajera, sin embargo, la hambruna es el hambre grande; escasez generalizada de alimentos, lo cual es la realidad del país.

 

Por Walter Garib

 



El Clarín de Chile

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