Emilio Durkheim, uno de los sociólogos más importantes de fines del siglo XIX, desarrolló el concepto “anomia”, es decir, una sociedad o un individuo que no se rige por ninguna norma. Durkheim y Max Weber propusieron el concepto del desencantamiento del mundo.

Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX asistimos al derrumbe del Siglo de las Luces, época optimista y revolucionaria, y el nacimiento de lo que se llama la época contemporánea, dominada por el dinero, el capitalismo cruel y salvaje y las guerras mundiales.

Es en este período en que se desarrollan las principales teorías filosóficas sobre la decadencia: el pesimismo racial de Arthur de Gobineau; el pesimismo histórico y cultural de los historiadores Oswald Spengler y Jacob Burchardt y del filósofo Federico Nietzsche. El primero se refugió en la historia de Grecia y en el renacimiento italiano; el segundo se dedicó al estudio de la decadencia de occidente; el tercero, al combate contra el nihilismo contemporáneo y la muerte de Dios.

Si la clase dirigente chilena alguna vez tuvo moral, la perdió una vez terminada la guerra civil de 1891, cuando se estableció la república plutocrática, en la cual la Bolsa de Comercio y el dinero, (si prefieren, el Banco de Chile), constituían la legión de honor, que permitía a quienes la poseían el ser considerados aristócratas, o bien obispos, o exitosos banqueros. No es raro que el político Enrique Mc Iver haya pronunciado, en el Ateneo de Santiago, un discurso titulado “la crisis moral de la República”, en el sostenía, en síntesis, que habíamos heredado el salitre como un veneno, ganado al Perú en la Guerra del Pacífico.

Hoy, a dos décadas del siglo XXI, ocurre la misma anomia que padeció la república plutocrática, (1891-1925). Desde el 11 se septiembre de 1973, no sólo murió la República, sino toda relación entre la ética y la política, en que la política se transformó en la forma más descarada de robar y enriquecerse de la noche a la mañana.




Ante el horror de personas decentes, la mafia militar no dudó en bombardear La Moneda, en la cual murió el último de los políticos honestos y dignos que existieron en este país, Salvador Allende Gossens. El verdugo y carnicero, Augusto Pinochet, que parecía atrasado mental, además, dueño de una vulgaridad sin límites, hoy sería un parlamentario, a lo mejor brillante, si lo comparamos con los actuales “supuestos políticos y representantes del pueblo”.

Una milicia cuyas victorias sólo suman asesinatos y masacres contra su propio pueblo, y convertida en 1973 en un ejército de ocupación y dedicado a robar para favorecer a funcionarios públicos de la dictadura, (entre ellos, el yerno del tirano), que se apropiaron de las empresas públicas a precio de huevo, no puede sino estar dominada por la anomia. Con frecuencia olvidamos que los militares traidores acordaron realizar el golpe de estado para hacer más ricos a los ricos, razón por la cual no es raro que Sebastián Piñera haya señalado a muchos de sus colaboradores como “cómplices pasivos”, (muchos ellos, aún trabajan en “el segundo piso”).

Algunos de los creíamos que el triunfo en el plebiscito de octubre traería, no sólo la democracia sin apellidos y se repondrían los valores republicanos, sobre todo, la relación entre la ética y la política, nos equivocamos ciento por ciento. Como el “virus”, los demócratas fueron fácilmente contagiados de tanto conversar y pactar con Pinochet y sus representantes.

Como los chilenos de hoy no cumplimos las reglas sencillas para evitar contagiarnos con la peste de la anomia, dejamos de lavarnos las manos y guardar un metro y medio de distancia con los contagiados por la dictadura, por el contrario, “los llamados demócratas” pasaban abrazándose con ellos, y en vez de tomar el amargo whisky del exilio, pasaron del Ballantines al Chivas Regal.

De tanto convivir en armonía con los verdugos los encontraron inteligentes,  simpáticos democráticos y republicanos. Cuando el Presidente Aylwin, en un esfuerzo moral titánico le pidió la renuncia a Pinochet como general en jefe del ejército, Pinochet arguyó que, si fuera por él, no estaría en el poder, recordándole cómo habían actuado los “caras pintadas” con el Presidente argentino, Raúl Alfonsín.

Ya los pseudo-demócratas contagiados con el “virus” de la dictadura, dejaron el discurso de la ética y la política para el púlpito, y comenzaron a repartirse la dirección de las empresas públicas, a enriquecerse con buenos sueldos parlamentarios, con la seguridad de que iban a mantener eternamente su curul, gracias al sistema electoral heredado de la dictadura.

Para ser justo, la hipocresía no es incompatible con la anomia, por el contrario, sirve para la decoración de quienes carecen de toda moral, pero tratan de venderse como grandes repúblicos: mientras más sinvergüenzas, más los admira el pueblo.

En Estados Unidos, actualmente, se está imponiendo la iconoclasia: no hay día en que la gente, indignada ante el racismo, especialmente por parte de la policía, no acarreen al río la estatua de un antiguo esclavista, gran parte de ellos, fundadores de Estados Unidos, y otras, votantes a favor de la declaración de los derechos humanos. (La última estatua, hasta ahora, ha sido la de Teodoro Roosevelt asesino e interventor).

Si los profesores de historia inculcaran a sus alumnos el aprendizaje para ver los acontecimientos históricos a través de la crítica, así como la búsqueda de la verdad, tendrían que enseñar, por ejemplo, que Bernardo O´Higgins fue un dictador, y que fue obligado a abdicar, es decir, dejo el poder  no por generosidad ni patriotismo sino por temor a los provincianos y copetudos de  Santiago; que Diego Portales, quien escribía que si su padre se rebelara, lo fusilaría, no sufrió un asesinato aleve en el Cerro barón, sino un “tiranicidio” y Vidaurre es un liberal y héroe.

El poder no puede ser sólo fuerza, cohersión y crimen, sino que en democracia también el gobernante tiene que convencer a los ciudadanos, dar el ejemplo y, además, poseer una alta calidad moral y un sentido de la ética a toda prueba; (no puede ser como el padre Gatica, que predica, pero no practica).

No sólo en Chile, sino también en la mayoría de los países del mundo, los Presidentes están muy lejos de ser un ejemplo de moralidad y patriotismo. Trump, por ejemplo, usa el poder para el auge en sus negocios, Bolsonaro, para dejar morir a su propio pueblo a causa de la peste, Iván Duque, para proteger al paramilitar, Álvaro Uribe Vélez, Lenin Moreno, el traidor, responsable de que los cadáveres pululen en las calles de Guayaquil…

En la anomia no se le puede pedir a un Presidente que respete la ley y que se haga responsable ante el pueblo por los años de su mandato y la justicia que sea honesta

Sebastián Piñera, (para mí), no es sólo un individuo, sino que es el mejor representante de la plutocracia bancaria y financiera, por lo tanto, aún en una calamidad pública como la actual, pedirle que abandone a sus amigos para defender a los pobres, sería un contrasentido.

No me gusta remover el tema del entierro de Monseñor Bernardino Piñera, en que el propio Presidente infringió la norma dictada por él, pero en un caso  tan trágico y brutal como impedir a los parientes de cualquier chileno dar el último adiós a un ser querido, y tener que ver el espectáculo macabro de que el cuerpo del fallecido sea introducido en una bolsa de basura clama al cielo, pero lo trágico – casi macabro – es que el Presidente Piñera, como muchos de los miembros de la clase política plutocrática chilena, están convencidos de que la ley no se aplica a ellos y, como decía un político de antaño Diego Portales, “la Constitución se hizo para ser violada”. El respeto a la norma es la antítesis de la anomia.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

25/06/2020

 

 

 



El Clarín de Chile

Ver comentarios

  • Tanto va el cántaro al agua ,que al fin se rompe....pero no en Chile , donde el robo y la corrupción han sido descritas y escritas y cantadas y recitadas tantas veces que a lo mejor ...pero no , no se quiebra el ciclo y sigue igual y peor ,ahora con el virus
    pandémico que descalabra al pobrerío y pueblo trabajador pero no a los inquebrantables carroñeros auto-plutócratas que sumidos en sus mullidos billetes piensan como sacarle provecho a tan bestial pandemia sanitaria y social.

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