Salvador Allende fue por sobre todo el compañero presidente de la gente buena, esa que aún lo mantiene en su recuerdo, la que jamás lo ha traicionado, la que guardó en secreto un pequeño retrato suyo, de la mujer que le encendió una vela en cada fecha de la infamia, de esa gente que aún se emociona con su verbo directo y sin sombras.

 

De la que no abjura de su ejemplo.

 

Salvador Allende es por sobre todo un modo de entender la lealtad al extremo de ofrendar su vida por los que le creyeron en su compromiso. Por quienes renunció a los privilegios que dan la sobrevivencia fácil y cómoda del que esquiva la muerte entre explicaciones cobardes y renunciamientos miserables.

 

Salvador Allende encarnó el esfuerzo centenario de un pueblo azotado por la explotación, la pobreza, la desesperanza y en ese intento cumplió su palabra, lo que jamás, ¡jamás!, harán los miserables que se atreven a hablar en contra de su memoria.

 

El gobierno de Salvador Allende fue abatido por el odio centenario de una derecha ruin y cobarde entregada al imperio enemigo de los pueblos, más que por sus errores o falencias.




 

El reciente paro de camioneros recordó con precisión que fue ese uno de los gremios empresariales que hizo reventar la frágil economía acosada por el imperio, la ambición siempre desmedida de los ricos y por los criminales sabotajes ejecutados u ordenados por  algunos que hoy posan como decentes tribunos.

 

Y por el apuro de muchos de quienes se decían sus amigos.

 

También, por cierto, por muchas indefiniciones y cálculos que la historia demostraría una vez más como erróneos, como fue creer en la honestidad de los generales  y la prescindencia de las Fuerzas Armadas, las que son hasta hoy, el brazo armado de los poderosos.

 

Que era posible una revolución desarmada fue cierto solo hasta cuando fue necesario armar a la gente.

 

Se pagó un enorme costo al no tener considerado el derecho legítimo del pueblo de defender a su gobierno, su vida, su libertad y la dignidad de un país atacado por potencias extranjeras, con el beneplácito y colaboración de los traidores que juran todos los años defenderla hasta dar la vida si fuese necesario.

 

Definitivamente, no ha habido tres años más extraordinarios que aquellos, cuando cada día era como el primero y sin embargo también parecía el último.

 

Jamás los trabajadores habían tenido la posibilidad de tomar en sus manos su destino.  Jamás las mujeres se habían integrado a un proceso político en la perspectiva del respeto a sus derechos. Jamás los campesinos habían tenido una real justicia en el acceso a la tierra. Jamás los niños habían sido los primeros. Jamás la juventud chilena había brillado más alta. Jamás se había intentado una real comprensión de la deuda del Estado con el pueblo Mapuche. Jamás la cultura del pueblo había cumplido tan cabalmente su función liberadora.

 

Visto en formato ideológico, jamás en la historia se ha expresado con mayor agudeza la lucha de clases en nuestro país, que en ese breve lapso.

 

La derecha, la misma de ahora, y el imperialismo norteamericano, el mismo que antes,  leyeron mejor que mucha izquierda el momento histórico.

 

Se dieron cuenta que si no reaccionaban de una manera brutal y definitiva, al proceso chileno de cambios no lo podría detener ni sus propios errores. Y actuaron en consecuencia.

 

Ese supuesto patriotismo de fonda y de cloaca, que solo sirve para hacer gárgaras, confundido ex profeso con intereses mezquinos, les sirvió para justificar la maldad, la crueldad y la cobardía.

 

Solo un soldado sin honor es capaz de ensañarse con un prisionero rendido, desvalido,  herido y al borde de la muerte.

 

Salvador Allende en su hora postrera se dio todo al ejemplo.

 

No tuvo mucho más a mano como legado para su pueblo que no lo traicionó, que se la jugó día a día durante toda la dictadura y que pago el mayor costo en sufrimiento y muerte. Mientras  muchos de quienes se dijeron sus amigos, no tardarían en traicionarlo.

 

Habrá un futuro Salvador Allende, un modo bonito de cantar su ejemplo, reirán los niños su alegría, contagiados por el valor de un hombre que quedó solo y aún así entendió lo que le deparaba el futuro y no se rindió.

 

Hay un recuerdo Salvador Allende genuino y puro en la gente más humilde y más silenciosa. Entre el dolor de sus infinitas muertes y castigos, vivirá el prestigio de una enorme humanidad que no se despliega aún con todo su poder por las miserias que no hemos podido barrer.

 

Habrá también una venganza Salvador Allende en lo ardiente de las balas que no alcanzaron a salir de La Moneda el día de la infamia y la vergüenza. Pero  también contará como venganza el niño que alguna vez irá contento y seguro a su escuela, y anidará su recuerdo en esas risas que no van a conocer el miedo ni el hambre.

 

Todo el honor al hombre que sigue siendo un ejemplo que el cobarde no alcanza a entender. Todo el honor acunado en el regazo de la mujer que creyó firmemente en su franqueza, en el pueblo que vio en su martirio el reflejo de todo  aquello por lo que vale la pena luchar.

 

¡Honor y gloria  a ese hombre al que el pueblo llamaba Compañero!

 

Por Ricardo Candia Cares

 

 



El Clarín de Chile

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  • COMPAÑERO CHICHO, EN MI MEMORIA HASTA MI MUERTE. La UP fué nuestra herrmienta para un Chile major, y tú Compañero Chicho, fuiste el que tomó esa herramienta y la hiciste trabajar. No puedo escribir más, compañero, porque no puedo contener mis lágrimas

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