La rebelión del 18-0, y luego la terrible pandemia, no han ayudado a viejos y jóvenes políticos a unir fuerzas para cambiar el país en favor de los que sufren. No hay caso. Ni las insoportables desigualdades ni tampoco la suma de fallecidos por el Covid-19 estremecen el corazón de los dirigentes opositores ni tampoco iluminan sus cabezas. El referente constitucional no los conmueve.

Ya se ha dicho. No basta con conseguir el Apruebo de una nueva Constitución, que incluso ahora comparten Lavín y Longueira. El Apruebo no diferencia a los buenos y los malos. La línea demarcatoria radica en los contenidos de la nueva Constitución. Y, para que ésta ayude a terminar con las desigualdades y abusos se necesita una amplia mayoría de convencionales, comprometidos con la transformación del país.

Sin embargo, los que se supone quieren terminar con la actual Constitución están actuando de forma insensata. Y, si persisten en ese comportamiento será muy difícil elaborar una Constitución que permita los cambios que la ciudadanía exige.

En efecto, el Frente Amplio se atomiza en medio de un caudillismo incontrolable, que ayuda a la farándula. La vieja Concertación, encabezada por liderazgos inconvincentes, continúa cuesta abajo, embarcada en disputas intrascendentes entre laicos y social cristianos. A final de cuentas, lo más rescatable de la oposición es el posicionamiento ciudadano del alcalde de Recoleta, Daniel Jadue. Pero, sus pretensiones presidenciales no son auspiciosas y tampoco ayudan a la unidad opositora.

Son difíciles los desafíos constitucionales para modificar el sistema económico de injusticias y el régimen político reproductor de las elites. El 18-O empujó a parte de los políticos de la Concertación a cuestionar el neoliberalismo, que antes defendían; pero, en vez de privilegiar los intereses ciudadanos han optado por posicionamientos personales y partidarios. Por su parte, los dirigentes del Frente Amplio, hoy en el Parlamento, han perdido su lucidez inicial; ahora, en vez de potenciar sus propias fuerzas, se han encargado de dividirlas.

Viejos y jóvenes políticos tienen la obligación de deponer personalismos e intereses partidarios en favor de la unidad opositora, para asegurar una nueva Carta Magna. Al mismo tiempo, los partidos no deben olvidar que la militancia en organizaciones políticas es hoy día escasamente representativa de la ciudadanía.

En consecuencia, los partidos políticos deben promover la participación de los independientes en la elección de constituyentes; y, no solo en sus listas sino eliminando las restricciones que limitan su intervención directa. Es imprescindible que exista un amplio número de constituyentes medioambientalistas, trabajadores, pequeños empresarios, estudiantes, consumidores, pueblos originarios y defensores de la ciudad.  

Una convergencia constituyente entre políticos transformadores y líderes de organizaciones ciudadanas es la que puede provocar el cambio que Chile requiere en favor de la igualdad, la democracia y la inclusión social. Elaborar una nueva Constitución exige mayor sensatez a las fuerzas políticas opositoras.