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Medios y fines: ojalá el tesorero pudiera ser como un dentista

Una de las tantas cuestiones que se han normalizado de la (de)formación que entrega el entrenamiento ideológico de la llamada “ciencia económica”, es su insólito principio de que se preocupa y ocupa única y exclusivamente de los medios y no de los fines. Esa explícita renuncia a reflexionar y considerar las ideas fundamentales en todo ámbito (incluso en el de la propia disciplina) sumada a la fijación con las matemáticas, da pábulo a una singular forma reduccionista de concebir e interpretar la realidad.

 

Y de ahí al absurdo, hay solo un paso. La “lógica interna” del “enfoque económico” es superior, incluso, a esa realidad que se supone debe explicar. Por supuesto que no confundimos en una sola gran categoría a todos quienes se dedican a la economía. Excepciones siempre hay, y por lo demás en este caso, algunas son notables. No obstante, la deformación profesional que se transmite en el entrenamiento ideológico de la academia económica no puede ser ignorada. Más, cuando es una piedra angular no tomar en cuenta la reflexión de fondo y realzar majaderamente el enfocarse en los medios, en lo superficial.

 

Para dar cuenta de los resultados de tal deformación ideológica, tomemos un ejemplo simple y extremo, lo que debería facilitar analizarlo: la consideración de los asesinatos masivos por medios industriales en los campos de concentración nazis.

 

Desde la perspectiva enfocada en los medios se puede concluir que es más eficiente matar gente en cámaras de gas que con balas. Con mayor razón si se está librando una guerra, donde las balas son urgentes. Punto. No hay más que decir desde la disciplina. Los medios fueron adecuados a unos fines que, aunque no se los comparta, requirieron del asesinato masivo para concretarse. Es todo cuanto se puede decir como un “científico” dedicado a los medios. Otra postura sería una mera opinión… esa molesta debilidad de filósofos, políticos y de otras profesiones y oficios sin el rigor de la economía… la más científica de las ciencias sociales.

 

Tal vez sí se podría decir algo de los crímenes nazis, pero en el fondo no hay mucho más que aportar si tu (de)formación “científica” te convenció de que debes preocuparte solo de los medios y no de los fines. Lo que sencillamente se puede afirmar desde dicha perspectiva se limita, por una singular honestidad profesional, a la maximización y a la eficiencia.




 

Aún así, más de un listillo (de)formado profesional e ideológicamente pondrá debatir el punto desde la altura de su Torre de Marfil o por un noble espíritu salomónico que lo lleva a recibir injustas pullas por sacrificarse en pro de lo que él entiende por objetividad y neutralidad. Así las cosas, tal riguroso “científico” podría contraatacar seria y sesudamente:

 

  1. Mostrando que los datos están equivocados: era una cifra mayor o una menor de asesinados o de los metros cúbicos de gas utilizado.
  2. Acudiendo a alguna estadística que sirva para sostener que otra forma de asesinar masivamente sí es más eficiente que el gas.
  3. Dejando en evidencia con las benditas cifras que, con todo, las cámaras de gas lograron un positivo efecto económico, en tanto ganancias o fomentando la actividad económica.

 

Así es… Triste. Y lo peor es que en esas manos estamos hace décadas, en las manos de los mediocres y obtusos tesoreros del curso.[1]

 

Quizás Ud. me acuse de exagerado o de cargar con una especial animadversión contra dichos “científicos”. Solo le pido que recuerde lo que esa gente predica, recuerde sus singulares declaraciones que a más ortodoxas más rayan en lo absurdo… para quienes no conocen la que el antropólogo David Graeber llama “sabiduría sagrada” de la “ciencia económica”. Es decir, para esa mayoría de ignorantes que no están (de)formados por el “enfoque económico”.[2]

 

Obviamente en sus clases, declaraciones y escritos los economistas tratan otras cuestiones o ejemplos. Ya se dijo que aquí se prefirió exagerar con el caso de las masacres nazis para hacer más claro el asunto. Sin embargo, sea cual sea el tema o la propuesta, el punto es que esa singular estructura de pensamiento es la misma en las clases, declaraciones y escritos de los economistas:

 

“No obstante esas graves falencias formativas, asimismo puede decirse que la economía ortodoxa sufre una enfermedad congénita. Al determinar el criterio de posibilidad de la existencia humana desde el inexorable principio de la ‘escasez’, se terminan asumiendo, desde esa limitada y antojadiza perspectiva, anodinas normas pragmáticas y utilitarias de lo que debe ser la vida. Tal mediocridad igualmente contamina a los propios economistas quienes se autoimponen una especie de castración mental: definir que su solo interés son los ‘medios’ (escasos). De tal manera, al obviar los ‘fines’ no toman en cuenta las cuestiones de fondo o en verdad importantes como el bien, la verdad, la justicia, la dignidad, la belleza, etc. Quienes asumen el ‘enfoque económico’ quedan así atrapados en problemas secundarios, nimios, formales, circunstanciales o meramente técnicos. Salvo honrosas excepciones, los economistas se juegan la vida en el campo de los tecnicismos, en el que, a partir de su pragmatismo utilitario expresado en un complejo lenguaje esotérico y matemático, apoyado en datos estadísticos interpretados desde el ‘enfoque económico’, derrotan ufanos la que para ellos es la candidez e ignorancia de quienes no son ‘economistas profesionales’.”.[3]

 

Hoy los economistas han sido elevados a la categoría de los grandes intelectuales del momento… por ellos mismos y, sobre todo, por quienes son favorecidos por su “enfoque”: las grandes compañías y los multimillonarios. En tal contexto, bien vale la pena recordar las palabras de un economista que, estemos o no de acuerdo con su pensamiento, rebasaba por lejos la media del gremio.

 

John Maynard Keynes se refirió en sus “Posibilidades económicas de nuestros nietos” (1930) a su propia profesión, con la amplia perspectiva y agudeza a que nos acostumbró:

 

“Si los economistas lograran que pensáramos en ellos como gente humilde y competente, al mismo nivel que los dentistas, ¡eso sería espléndido!”

 

Ojalá pudiéramos volver a la sensatez… ¡A la humilde competencia de los dentistas! Con mayor razón dada la fuerza que ha tomado en el mundo la ortodoxia desde la segunda mitad del siglo pasado y en particular en Chile desde 1975.

 

Es tiempo de que los propios economistas vuelvan a ponerse en su lugar. Ese que todas las sociedades del mundo, excepto la moderna, les hicieron ocupar. Uno muy útil pero secundario: aportar a lograr el sustento siguiendo lineamientos más altos o profundos.

 

Cuando estamos en un proceso de repensar Chile, no es malo tener en cuenta las palabras de Keynes y la experiencia que nos muestra la historia y la antropología para plasmarlo en ese futuro que vamos a imaginar.

[1] La referencia está tomada de una alocución del músico Luis Le-Bert en un corto y recomendable video: https://www.youtube.com/watch?v=ocyNcpTVCcU&t=86s.

[2] La cita de Graeber vale la pena ser compartida completa: «Parte del problema es el lugar extraordinariamente pronunciado que ocupa la economía en las ciencias sociales hoy en día. Se la trata, muchas veces, como a la disciplina maestra. Hoy en día se espera de casi todo aquél que dirige algo importante, en Estados Unidos, que tenga conocimientos de teoría económica, o que al menos esté familiarizado con sus principios básicos. El resultado es que se trata a estos principios como «sabiduría sagrada», algo que no se cuestiona (se sabe que se está en presencia de «sabiduría sagrada» cuando, al ponerla en tela de juicio, la primera reacción es tratarlo a uno de ignorante: «obviamente nunca has oído hablar de la Curva de Laffer»; «es evidente que necesitas un cursillo urgente de economía»… la teoría se ve como cierta de manera tan obvia que nadie que la comprenda puede estar en desacuerdo con ella).». En deuda. Una historia alternativa de la economía, 2020, Ariel, Barcelona, p. 119.

[3] La cita corresponde a Oikonomía. Economía Moderna. Economías, 2da. edición, 2020, ONG Werquehue, Santiago, p. 32 (https://drive.google.com/file/d/1gdfkdnrRZUORdMOSZNNGLK5Jf27dLr_l/view).

 

Por Andrés Monares

 



El Clarín de Chile

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