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Joan Garcés: “En el Mediterráneo, hay más flotas de guerra externas que nunca”

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Joan Garcés conoce de cerca la geo-estrategia y la política estadounidense, así como la del Partido Demócrata, desde la peana de observación que le proporcionó su experiencia política áulica en Chile como asesor del presidente socialista Salvador Allende. En Washington, el intelectual valenciano ha sido visiting-fellow del Institute for Policy Studies y ha pasado años en los Archivos Nacionales investigando la política exterior e interior de Estados Unidos. Mantiene numerosos contactos en América Latina y con la clase política europea. Asesoró a François Mitterrand como candidato del Programa Común de las Izquierdas. Sus estudios sobre las relaciones internacionales y su palmarés en Derecho Internacional le acreditan como uno de los pensadores geopolíticos más informados del mundo hispánico, por todo lo cual fue galardonado en 1999 por el Parlamento de Suecia con el denominado Premio Nobel Alternativo que concede desde 1980 la Rigth Livelihood Awards Foundation.

Pregunta. ¿Qué consecuencias geopolíticas y geoestratégicas ha generado hasta el momento la expansión pandémica y cuáles son los efectos que cabe prever a escala mundial?

Respuesta. La pandemia sobreviene cuando está muy avanzada la crisis de las estructuras del sistema internacional construido después de 1945. Desaparecida la Unión Soviética y reunificada Alemania en 1990, a Estados Unidos ha dejado de interesarle la integración creciente de la Unión Europea, ha apoyado el retiro del Reino Unido y prefiere acuerdos bilaterales, en particular con los países del Este. El actual Presidente de Francia declara que la OTAN está en “muerte cerebral” y tantea mejorar su relación con Rusia, lo que le distancia de Alemania, que desea tropas estadounidenses en su suelo, al tiempo que el cordón militar levantado por la OTAN entre el Báltico y el Mar Negro ha consolidado la alianza estratégica de Rusia con China y la Organización de Cooperación de Shanghái (desde Rusia, China y la India a Pakistán). En el Mediterráneo, hay más flotas de guerra externas que nunca, las de Reino Unido, Estados Unidos, Rusia, China, Irán, después de que, en 2011, la agresión a Libia de EEUU, Francia y el Reino -apoyada por España-, y la guerra interna internacionalizada de Siria causaran las crisis humanitarias y presiones migratorias masivas sobre Europa.

Por otra parte, veinte años después de invadir Afganistán, las tropas de Estados Unidos y la OTAN no controlan el país y se retiran. La invasión de Irak en 2003 por parte de estadounidenses y británicos (apoyada por el Gobierno conservador de España) ha facilitado la insurgencia del ISIS y aumentado la influencia de Irán en la región.

En cuanto a China, Rusia, Asia central en general, hace décadas que tomaron en serio los postulados de Halford J. Mackinder (Democratic Ideals and Reality, 1942), le han dado la vuelta y están sobrepasando la barrera del rimland con puertos y redes de acueductos y transportes hacia el sur-este de Asia, el Índico y el Mediterráneo.

Los costos económicos y sociales del Covid-19, que se estima que ya cuadruplican los de la crisis financiera de 2008, provocarán mayores desequilibrios internos y entre los países, mientras China recupera el nivel secular de primera potencia económica que tuvo hasta el s. XVIII.

P. ¿En qué medida pueden las Ciencias Sociales aportar sus saberes en el combate contra la pandemia?

R. Las pandemias son recurrentes e inesperadas. La plaga de Justiniano del s. VI mató al 55% de la población afectada; la “peste negra” del s. XIV al 40%; la llegada de los virus europeos, al 90% de las poblaciones autóctonas. La mal llamada “gripe española” causó en 1918-1920 más víctimas que la Primera y la Segunda Guerra Mundial juntas. Sobrevendrán otras. La necesaria prioridad de la salud, la educación o la ecología no es posible sin cuestionar un sistema económico que subordina al capital las necesidades humanas y la protección del ecosistema. Las ciencias sociales pueden contribuir a diagnosticar problemas y proponer soluciones en la medida en que sus centros de investigación y enseñanza no trabajen al servicio de la homeostasis del sistema capitalista hoy dominante.

P. Como jurista y conocedor de la estructura de poderes en Estados Unidos de América, ¿Qué ha significado la impugnación electoral preconizada por Donald Trump?

R. Dentro de Estados Unidos se están aplicando ya alguna de las técnicas de desinformación, propaganda manipulada y desestabilización que sus gobiernos han ensayado en todos los Continentes desde 1945, en particular para condicionar el resultado electoral o desconocerlo. La lista es muy larga: desde las elecciones parlamentarias de 1946 en Italia –una masiva campaña propagandística, el Presidente Truman estaba dispuesto a provocar una guerra civil si ganaba la coalición de los partidos de izquierda —hasta Bolivia en 2019 o Venezuela ahora. Durante las presidenciales de 2020, el Presidente Trump ha creado un estado de opinión de fraude electoral que “justificara” que las Asambleas legislativas de Pennsylvania, Georgia o Michigan (de mayoría Republicana) desconocieran el resultado del escrutinio y le proclamaran vencedor, o abrieran paso a que un tercero (la Corte Suprema, de mayoría conservadora) le declarara vencedor. La estructura federal de los órganos judiciales locales e intermedios y del Partido Republicano han obstaculizado el plan de Trump en esta ocasión. La amplitud y profundidad que ha alcanzado el proceso de desestabilización del sistema democrático no es flor de un día, tiene vocación de proseguir.

P. ¿Cuáles hubieran sido las consecuencias políticas internas y geopolíticas en el caso de una negativa rotunda de Donald Trump a abandonar la Presidencia?

R. La alta votación en torno de su candidatura (el 47%) intenta Trump consolidarla, retenga o no la Presidencia, a fin deslegitimar a Joe Biden antes de que la asuma, bloquearla después y expulsar a los Demócratas del Gobierno en la primera oportunidad. Los pesos y contrapesos democráticos del sistema político de Estados Unidos están siendo muy tensionados. A su vez, la desintegración del sistema internacional construido desde 1945 continuará en la medida que Estados Unidos, desde entonces, identifica el concepto “defensa nacional” (de su territorio) con el de “seguridad nacional” (que le arrastra a intervenir en cualquier parte del Mundo incluso de manera “preventiva”). Resultados: las inversiones militares son las más altas y destructivas desde 1990; abandona los acuerdos de control de armas estratégicas y de espacios aéreos abiertos; desconoce el Derecho Internacional, debilita los organismos de coordinación internacional; es hostil a la Corte Penal Internacional…

P. Dada la fractura política, social, económica y étnica existente hoy en Estados Unidos de América, así como la coyuntura postelectoral que allí se vive, ¿hay posibilidad -o no- de una conflagración civil, un golpe de Estado u otra forma de grave alteración de la normalidad institucional?

R. El recurso al desconocimiento de un resultado electoral adverso lo han preparado Trump y sus más próximos colaboradores desde meses antes de la noche electoral del 3 de noviembre. Esta deliberada deslegitimación del sistema democrático se proyecta sobre las estructuras e instituciones internacionales en las que influye Estados Unidos y en muchos Estados, el español incluido.

P. ¿Con qué margen de autonomía cree que cuenta Joseph Biden para gestionar el legado, político o impolítico, de Donald Trump?

R. Dentro de Estados Unidos, poco. La secuencia de fracturas internas no termina el 20 de enero de 2021 en que comienza el nuevo mandato presidencial, tanto si la mayoría del Senado continúa en manos de los Republicanos como si por un escaño pasa a la de los Demócratas en las elecciones en Georgia dentro de unos días. Las pulsiones antidemocráticas vienen de lejos y continuarán.

P. ¿Cuál considera la apuesta política diferencial de Joseph Biden respecto de la de su, aún hoy, presunto antecesor?

R. Dice Biden querer unir a los norteamericanos, restablecer el acuerdo bipartidista, sanar y liderar al Mundo…Lo dijo antes Obama, no lo logró y quien le sucedió fue Trump. Biden tendrá que llevar adelante su programa con sus propios medios, que no son pocos.

P. ¿Con qué aliados, dentro del Partido Demócrata y entre los poderes fácticos del establishment, puede contar el presidente electo para acometer tal tarea?

R. El establishment del Partido Demócrata, grandes empresas y medios de comunicación apoyan a Biden, quien apunta a marginar las iniciativas económicas y sociales innovadoras de su ala más progresista.

P. En caso de consolidarse la presidencia de Biden, ¿qué oferta política diferencial puede brindar a países como Cuba, Venezuela y Bolivia?

R. Un modus vivendi orientado hacia el “todos somos americanos” que en lengua castellana dirigió el Presidente Obama a los cubanos el 22 de marzo de 2014. Sobreentendido: fuera las Potencias rivales de Eurasia, reincorpórense al Western Hemisphere. El esfuerzo de guerra de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial dispuso de los recursos de toda la América Latina, al igual que durante la Guerra Fría (excepto los de Cuba); si aquellos no fueran sumados a una nueva guerra hegemónica podrían contribuir a retrasarla, a disuadir alguna de sus variantes, o quizás a impedirla.

P. ¿Y con respecto a Brasil, Colombia y México?

R. Promoverá medidas de protección del medio ambiente y de los derechos fundamentales, lo que podría ser muy positivo si son efectivas.

P. ¿En qué medida la mejora de relaciones entre la Casa Blanca y el Vaticano puede o no tener efectos políticos y geopolíticos sobre América Latina?

R. Depende de quien esté al frente. Juan Pablo II bendijo a regímenes de dictadura en América que contaban con el respaldo del Partido Republicano de Estados Unidos. La tolerancia y el diálogo que predica Francisco encontrarán comprensión dentro del Partido Demócrata.

P. En cuanto a Chile, ¿qué le cabe esperar políticamente de Joseph Biden?

R. Invitación a reducir la extrema desigualdad social y cultural creada por las estructuras construidas desde la dictadura impuesta al país desde 1973, que han desembocado en la explosión social de 2019.

P. La reciente desclasificación en Washington de materias secretas respecto a la inducción estadounidense del derrocamiento de Salvador Allende, ¿qué novedades aporta y cuál sería su proyección histórica?

R. Confirma la intervención directa de la Administración Republicana de Nixon y Kissinger dirigida a crear un clima que desconociera el resultado de las elecciones presidenciales de 1970 y las parlamentarias de 1973, deslegitimar el Gobierno del Presidente Allende y abrir paso a un régimen de dictadura que incluso quemó los registros electorales. Documenta la deliberada desestabilización de la democracia chilena que ya en 1974 fue investigada y criticada en el Senado norteamericano de mayoría Demócrata (Informe de la Comisión presidida por el Demócrata Frank Church), y en 2000 la Enmienda seguida de Informe que lleva el nombre del Congresista Demócrata Maurice Hinchey, con quien me reuní en su momento, aprobada por ambas Cámaras. Es significativo que el Congreso de Chile surgido en 1990 de la dictadura continúa negándose a investigar los medios y las consecuencias en su país de la intervención del Gobierno Nixon, hasta tal punto los más altos dirigentes de la democracia cristiana y la derecha se sumaron a ella, empezando por Eduardo Frei y Patricio Aylwin.

P. ¿Desde hoy, cómo se explica que fuera entonces China uno de los primeros Gobiernos que reconoció el régimen de Augusto Pinochet?

P. El Gobierno de Allende fue el primero de la América continental que reconoció a la China Popular, en 1971. Dos años después para la China de Mao su “contradicción principal” era con la URSS. Ésta no reconoció a la dictadura chilena, Estados Unidos sí, pues China también.

P. ¿Es predecible una continuidad de las pugnas comerciales abiertas entre Washington y Pekín durante el mandato de Donald Trump?

R. No cabe duda. Y no sólo las comerciales. Los postulados del almirante Alfred M. Mahan hacia el Pacífico y China (The Problem of Asia and Its Effect Upon International Policies, 1900) y de Spykman (Geography of the Peace, 1994) siguen inspirando las políticas de los dirigentes de Estados Unidos.

P. ¿Es posible predecir si la pauta de no intervención militar directa seguida hasta ahora por Donald Trump será mantenida -o no- por Joseph Biden?

R. En Asia, Joe Biden y sus colaboradores apoyaron las agresiones a Afganistán e Irak en 2001 y 2003, en el Mediterráneo contra Libia en 2011 y la desestabilización seguida de intervención en Siria. Con más de ochocientas bases militares en unos setenta países (entre ellos, España desde la Dictadura) la doctrina de la “intervención preventiva” no ha sido sustituida.

P. ¿Qué supuestos circunstanciales y condicionales -y qué Estados- podrían modificarla?

R. La estimación de los costos/beneficios que en cada caso concreto hagan los dirigentes de Estados Unidos.

P. Entre los poderes fácticos estadounidenses, Pentágono, Complejo militar-industrial, Silicon Valley, CIA, FBI,… la rusofobia surgida en la Guerra Fría con Rusia parece proseguir. Las percepciones del Partido Demócrata sobre los casos de Ucrania y Bielorrusia ¿pueden o no activar la confrontación de la Administración Biden con Vladimir Putin?

R. Los casos de Ucrania, Bielorrusia, la expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia y la intervención en otros países del Este demuestra que algunos centros de decisión comparten el postulado del británico Mackinder (1904): «Quién controle Europa del Este dominará el Pivote del Mundo, quien controle el Pivote del Mundo dominará la Isla Mundo, quien domine la Isla Mundo dominará el mundo». El “pivote” para MacKinder es el espacio y los recursos de Rusia. Obviamente no todos aceptan ser dominados y a una confrontación seguirá otra mientras se continúe queriendo someter a los pueblos del Mundo a zonas de influencia, a relaciones de subordinación.

P. ¿Fortalecerá el presidente electo la llamada Alianza Atlántica? ¿Son previsibles nuevos despliegues de tropas de la OTAN en la frontera rusa durante la era Biden?

R. Sí, mientras en Estados Unidos no abandonen los postulados geopolíticos que siguen desde 1945, sin solución de continuidad.

P. ¿Ve viable la creación de un sistema europeo de Defensa?

R. ¿Qué sistema y que Europa? Un sistema de “defensa” requiere una dirección “política”. ¿Quién decide qué es “el enemigo”? La única dirección política unificada de un sistema de defensa en Europa occidental que existe es la de Washington, construida a partir de 1947 para mantener a Estados Unidos dentro, a la Rusia fuera y a Alemania debajo ¿De qué sistema europeo hablamos? ¿El del Atlántico a los Urales independiente de Estados Unidos (De Gaulle)? No lo acepta Washington. ¿El del Atlántico a Vladivostok bajo la influencia de EE.UU. (James Baker, y después)? No lo acepta Rusia ¿Uno dirigido por Alemania? si es dentro de la OTAN, ¿acaso ésta no defiende a sus miembros?; si es fuera de la OTAN, lo descarta el propio Berlín, y también la memoria aún viva de lo que significó el despliegue del ejército alemán en otros países (en España contra los republicanos).

P. ¿Cree posible un retorno de Inglaterra al seno de la Unión Europea?

R. Complejo. Tendrían que aceptar las condiciones de Alemania y Francia.

P. ¿Qué resistencias encarará Biden para reintegrar a Estados Unidos en el pacto nuclear con Irán?

R. Las que le puedan oponer Israel y Teherán.

P. ¿En qué medida afectará a las relaciones hispano-estadounidenses el acceso de Joe Biden a la Presidencia del país norteamericano?

R. A las relaciones de Estado poco o nada. Desde 1945 el régimen de Dictadura y el de Monarquía han asentado su pervivencia en la protección de Estados Unidos. Quienes entienden que España tiene intereses estratégicos que no son necesariamente convergentes con los de EE.UU. han sido y son marginados, en particular desde que en el referéndum de 1986 la mitad de los españoles votó en contra de ser ingresados en la OTAN.

 

Por Rafael Fraguas

Fuente: El Obrero

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