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Los cambios vendrán: un imperativo en dos lecturas

¿Qué es la historia, para qué sirve la historia?

Esta pregunta se hace el gran Piketty, tanto en el libro primero (EL CAPITALISMO EN EL SIGLO XXI, 2013), como en su último libro (CAPITAL E IDEOLOGÍA, 2019).

Desde la introducción, Piketty nos va guiando  con los objetivos de este último libro. Para él la historia es acontecimiento de cambios, de no haberlo no habría historia, sólo transcurrir anecdótico.. Como  es un proceso de cambios, significativos, se debe aprender de la historia para no repetir los mismos errores que se cometieron en el pasado. Ya que, a pesar de que todo cambia, hay circunstancias que se parecen en su proceder, en su dinámica, lo que no es lo mismo del “ETERNO RETORNO” del filósofo Nietzsche ni de la filosofía circular de los griegos.

Destaca, en seguida, que la “Belle Époque” fue redefinida luego de la primera Guerra Mundial, pero que fue bella si se le compara con las atrocidades sufridas en esa guerra, pero que en verdad esa época previa a la guerra (1880-1914) sólo fue bella para los rentistas y para el hombre blanco propietario. Las desigualdades, inequidades de esa época eran tan enormes como comienzan a ser en esta fase del hipercapitalismo propietarista, que va desde finales del siglo XX a lo que llevamos del siglo XXI.

Nos advierte que: “Si no transformamos profundamente el sistema económico actual, para convertirlo en uno menos desigual, más equitativo y sostenible, tanto entre países como al interior de cada país, entonces el populismo xenófobo y sus posibles éxitos electorales podrían ser el principio del fin de la mundialización hipercapitalista y digital de los años 1990-2010.”




“Un régimen desigualitario, tal como se define en este trabajo de investigación, se caracteriza por un conjunto de discursos y de mecanismos institucionales que buscan justificar y estructurar las desigualdades económicas, sociales y políticas de la sociedad en cuestión. Todo régimen tiene sus debilidades y sólo podrá sobrevivir si está dispuesto a transformarse de manera continua, a menudo de manera conflictiva y violenta, apoyándose en las experiencias del pasado y en los conocimientos adquiridos.”

 Finalmente nos concluye: “De este análisis histórico emerge una conclusión importante: el combate por la igualdad y la educación es el que ha permitido el desarrollo económico y el progreso humano, y no la sacralización de la propiedad, la estabilidad y la desigualdad.

El relato hiper desigualitario que se ha impuesto desde los años 1980-1990 es, en parte, el producto de la historia y del desastre comunista. Pero también es el fruto de la ignorancia y de la fragmentación del conocimiento, que ha contribuido a alimentar el fatalismo….”

 “Echando la vista atrás, desde la perspectiva pluridisciplinaria, es posible construir un relato  más equilibrado y esbozar el contorno de una nueva “sociabilidad” participativa para el siglo XXI. (él lo cataloga de “nuevo socialismo”, pero en Chile esa palabra suena a comunismo, producto sólo de nuestro sesgo de ignorancia y prejuiciosa mala intención ideológica, ya que si se discierne bien el concepto, Piketty lo propone como un moderado socialdemocratismo.).

 “Es posible concebir un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento y del reparto del poder que sea más optimista con la naturaleza humana. Esta ideología puede ser más precisa y convincente que los relatos precedente, al estar mejor anclada en las lecciones de la historia global.

 

“De hecho, en todo el mundo se observa un aumento de las desigualdades socioeconómicas, desde la década de 1980-1990. En algunos casos la desigualdad ha adquirido tal dimensión, que resulta difícil justificarla en nombre del interés general. Existe un enorme abismo entre las proclamas meritocráticas  oficiales y la realidad a la que se enfrentan las clases desfavorecidas, especialmente en lo que concierne al acceso a la educación y a la riqueza. El discurso meritocrático y empresarial es, a menudo, una cómoda manera de justificar cualquier nivel de desigualdad por parte de los ganadores del sistema económico actual, sin siquiera tener que someterlo a examen, así como de estigmatizar a los perdedores por su falta de méritos, talento y diligencia.”

 Es tan brutal la culpabilización actual hacia los más pobres, que ni siquiera en las sociedades triestamentales (sociedades medievales o monárquicas) se alcanzaba esa depreciación ideológica de los menos favorecidos, ya que en esos regímenes se entendía como funciones complementarias de los diversos estamentos, y se les consideraba con la dignidad de tales, incluso afectos a la caridad. En cambio en el actual sistema son los “derrotados”, los reos, los “enemigos” capturados en esta guerra de todos contra todos, indignos de toda consideración, merecedores de ningún trato.

Algo de esta postura la acabamos de sufrir con la experiencia en Chile de la pandemia del covid 19, cuando el gobierno de derecha permaneció impávido ante el clamor y el hambre de los más desfavorecidos y obligó a las clases trabajadoras y medias a financiar con sus propios ahorros las pérdidas de ingresos producto de esta calamidad. Sin embargo se entregaron auxilios generosos a las grandes empresas que reclamaron a voz en cuello, a pesar de su nula contribución al sostenimiento tributario del Estado por ya casi medio siglo.

Para concluir este artículo, es bueno tomar algunas reflexiones del filósofo Schelling, expuestas en su obra “Sobre la esencia de la libertad humana.

Según este pensador, el hombre es el ser que se traiciona a sí mismo. Lo hace de manera involuntaria, pues está compuestos de dos principios: el personal-egoísta y el universal sustentado en el amor. Estos principios están siempre en conflicto y constituye el drama de la libertad humana. Pero ni la naturaleza ni la búsqueda de Dios les autorizan al hombre una libertad explícita, sino que éste ser desamparado debe tratar de dar con el verdadero sentido de su libertad a través del aprendizaje en la historia, en la realidad de lo político, es decir allí donde concretamente se enfrentan las contradicciones existenciales.

El hombre se debe al espíritu-según el filósofo- Debe dar con el espíritu verdadero de la vida y en este tránsito el espíritu se convierte en mercancía, la religión pasa a ser un medio para conquistar el poder y la razón se hace instrumental. El espíritu de la vida deja de ser un fin en sí mismo, en el sentido de una vida encaminada a lo superior, y se ve degradada a la condición de un medio para la conservación de las bases puramente externas de la existencia.

El hombre se convierte en “traidor a lo universal” porque la angustia de la vida lo expulsa de su propio centro y ese centro es el espíritu del amor, aquél fuego devorador ante el que retrocede para no quemarse; el hombre huye hacia la periferia de la esencia, por eso se transforma por definición en un ser excéntrico. Contrariando a Aristóteles, que define al hombre como “animal político”, Schelling plantea que el hombre es un “animal metafísico”, y cuando atenta contra esa dimensión superior, se convierte en un traidor a su esencia.

Con la dominante del materialismo y la ciencia positiva se lleva al hombre a participar en dos realidades contradictorias: primero, lo incorpora a los grandes desafíos del conocimiento y el desarrollo moderno, pero también lo rebaja y degrada a una función instrumental de lo puramente material. Esto lo transforma en un ser sufriente del “espíritu del desencanto positivista”.

En consecuencia, según Schelling, en el orden político, que es donde se practica la libertad, el destino histórico de los Estados es andar bordeando entre el Escila de la anarquía y el Caribdis de un orden terrorífico. Los Estados son instituciones frágiles. Ayudan a dar carta de naturaleza al hombre, y  a la vez deben proteger en él aquellas fuerzas esenciales que impulsan más allá de toda unión estatal. Han de ser poderosos y además deben limitar su poder. Son organizaciones de la supervivencia, no de la verdadera vida. Pero si el interés de la supervivencia se traga la verdadera vida, los Estados se hunden en una situación de pecaminosidad consumada. La traición al espíritu, es la destrucción de la dignidad humana. Tal vez por ello la consigna de las luchas de los chilenos durante la “Revolución de Octubre” lleva por título fundamental LA DIGNIDAD.

Con estos dos grandes autores, creo que se deja en claro el sentido de los cambios en la historia:

Las aplicaciones políticas, las condensaciones jurídicas constitucionales no son inamovibles, pues es apenas una puesta en escena de un ensayo, de un intento. Sus aporías, sus defectos y sus injusticias deben ser fácilmente corregidas.  La perpetuación de un experimeto, sobre todo cuando corrompe la libertad en indignidades alevosas, se transforma en una “traición a su condición humana”, que necesariamente trasciende-según Schelling- las expresiones del poder en la historia, cosa que reitera Thomas Piketty en su último libro.

 

Por Enrique Latorre Fuenzalida

 

 



El Clarín de Chile

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