En calidad de ministro de Economía y no de poeta, Lucas Palacio difamó la labor de profesas y profesores.

Sobre ellos, manifestó: “Llama tanto la atención que busquen por todas formas no trabajar y es un caso único en el mundo y yo diría que un caso de estudio”.

El ministro acusa de vagancia a quienes nos enseñaron a leer, escribir, a amar las palabras, a recitar y ser personas de bien. Recodar a nuestros profesores y profesoras, siempre produce nostalgia y gratitud hacia quienes nos tomaban de la mano y nos hacían dibujar o escribir las primeras letras, sobre cuadernos de caligrafía.

Las maestras, en oportunidades, nos frotaban las manos agarrotadas por el frío. Bueno, uno se enamoraba de esas jóvenes abnegadas. En los pueblos, viven en una pensión pobretona y no en una casa calefaccionada, donde hay servidumbre para atenderlas.

Quizá el ministro Palacios ignore, que, en algunos lugares de Chile, las maestras y maestros deben caminar kilómetros bajo la lluvia o la nieve, para llegar a sus escuelas, muchas de las cuales, tienen rotos los vidrios de las ventanas. ¿Se refiere a estas personas el señorito alambicado, que se educó en colegios y universidades de excelencia?




Nunca olvidaré El Silabario Matte, un ejemplar que conservo en mi biblioteca. Lucas Palacios, también ha ofendido a los escritores de Chile, en algún sentido, sus colegas de oficio. Si ha publicado un libro de poemas, titulado LUNAVELA, se ha debido a que en algún momento, sintió la visita de las musas. Algo lo estremecía y se entregó a la creación literaria. ¿Y qué sucedió después?

También su caso es tema de estudio, si pensamos en sus cambios y veleidades de oficio. En uno de sus poemas “Oráculo”, dice: “Veo pájaros en cada mirada / palpo vergüenzas y desvaríos. A veces / me siento un impostor”.

¿Cuál ha sido entonces, la trayectoria de quien se declara impostor? Semejante sinceridad nos puede conducir por caminos equivocados. Augusto Pinochet se jactaba de odiar la poesía, porque despreciaba el arte y a sus creadores.

El poeta Palacios, actual Ministro de Economía y no de la Cultura, en su antojadiza y temeraria declaración sobre quienes se dedican a la enseñanza, agrega en su diatriba: “Que se trata de un caso de estudio”. ¿Nos quiere llevar a estudiar la semántica, donde es experto Rodrigo Delgado, el ministro del Interior?

Día a día, podemos comprobar que los ministros del Gobierno de la oligarquía, entiéndase arropados por la SOFOFA y la banca internacional, utilizan a menudo un lenguaje críptico. Se han especializado en las metáforas, símbolos, alegorías y bajo estas formas gramaticales, propias del arte del buen escribir, construyen sus discursos. Ni siquiera se equivocan en la puntuación.

Esta semana, empeñado el ministro poeta Lucas Palacios en reivindicarse con los trabajadores, manifestó en relación a los casinos de azar: “En el caso de su reapertura, significa originar 9.800 puestos de trabajo”. Sí; trabajan en esquilmar al ludópata, a quienes creen que los casinos son instituciones de beneficencia, donde se puede ganar dinero.

Cuando fue asesinado el malabarista en Collipulli, los voceros del gobierno se apresuraron a manifestar, que lamentaban esa muerte. Había de por medio un homicidio, pero decir: lamentarse a cambio, entibiaba y moderaba la expresión. Nadie concurre a un funeral a insultar al difunto.

El arte de atenuar el lenguaje y de escabullirse como lombriz en el agua, se enseña en las altas esferas del poder. Ahí funciona la escuela matriz, donde se elaboran las palabras, destinadas a emborrachar la perdiz.

En estos días, al ser asesinada por guardias privados la joven Emilia Herrera Obretch, también en aquella región del sur, el ministro del Interior, volvió a lamentar el homicidio.

Como profesor de semántica, a Delgado nadie lo supera. De tantas lamentaciones cruzadas, lloriqueos y dar el pésame, todos van a terminar plagiando el libro de Las lamentaciones del profeta Jeremías. Y después, bien podrían empezar a escribir poemas.

 

Por Walter Garib

 



El Clarín de Chile

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