En el caso del senador José Miguel Insulza, como lo que se dice del chancho y del afrecho, la culpa es de quienes quieren creer que el hombrón es un socialista como los que se conocieron hace cincuenta años, esos de sugerente camisa verde olivo y, cuando no, un treinta y ocho al cinto.

Esos que leían la Guerra de Guerrillas, a Gramsci, a |Mariátegui y a César Jobet y se paseaban por La Habana con infinita más propiedad que los reformistas comunistas.

Eran tiempos cuando ser militante del Partido Socialista de Chile, era tan revolucionario como que fueron socialistas los que salvaron los restos de la guerrilla del Che en Bolivia. Más aún, intentaron seguir sus huellas.

Tiempos cuando ser socialista rendía.

De pronto, aquello que debía ser cambiado de raíz, eso que esclavizaba a la gente, que oprimía al obrero, se llevaba las riquezas del país y que, de tarde en tarde masacraba a los pobres, dejó de ser el epítome de lo malo.




No sería una transición fácil.

Habría de jugar un rol en este cambio el desplome del socialismo del este de Europa y la constatación de que la socialdemocracia europea era mucho mejor que el socialismo real, soñado o como sea.

Luego vino la oportunidad de demostrar, urbi et orbi, su conversión.

Así, serían socialistas, encabezados por el muy prominente socialista Marcelo Schilling quienes se encargarían de combatir, guerra sucia de por medio, a quienes insistieron en la cosa de las armas, luego del repliegue táctico de los militares.

En poco tiempo, el enemigo de antes se había notificado del cambio experimentado por los socialistas y cundió la confianza recíproca.

Pero había de ser la salvación del tirano de la justicia europea lo que consagraría la voltereta total del PS.

Y el rol de hombre de Estado que encabezaría esa operación indigna sería José Miguel Insulza, para solaz de los historiadores.

El hombre se sabe la Marsellesa de memoria, todas las trampas y los atajos del poder.  Más aún, ha logrado entrar muy profundamente en la psicología de la gente como para saber que un político está muerto solo cuando queda bajo tierra luego de los discursos de rigor.

Su descubrimiento fundamental, otros ya lo habían hecho antes, es que a la gente le gusta que le mientan.

Así, el hombrón fue electo senador ni más ni menos luego de salvar al mismísimo dictador Pinochet y hasta ahora jamás se le ha imputado ningún cargo asociado a esa gestión increíble.

Hace muy poco, otro socialista de estirpe y renombre, el senador Álvaro Elizalde, acusaba al PC de humillar al partido de Salvador Allende porque no se prestó para el arreglín.

Dicen que la cara le quedó donde mismo.

Pero no se puede hablar de socialistas sino se recuerda que Salvador Allende fue un militante de ese partido. Y no se puede separar su nombre de la gesta que lo llevó a morir en combate antes de traicionar su compromiso.

Quizás el gesto imperecedero de Salvador Allende, reconocido por la buena gente de todo el mundo, ese brillo de hombre con hache grande que lo hace destellar en su consecuencia es lo que induce a la casi nada oscura a quienes sí lo traicionan a diario.

Allende no pertenece a este Partido Socialista de marranos, camaleones, acomodados y gente ganada por lo que antes era la suma de todo lo que odiaban. Al pueblo socialista, sí. A los socialistas con quienes nos hermanábamos en la prisión y la tortura, esos que se la jugaron durante la dictadura, sí.

El traidor es un infértil, similar a una semilla vana.

Nadie que no sea otro traidor se querrá reflejar en el ejemplo de lo poca cosa de su renegación, de su conversión ya sea por riqueza, tranquilidad o simple conveniencia. O por miedo y ahí la cosa hace aflorar el factor humano. Quién no ha temido.

O por ambición. Quien no ha querido más de lo que tiene. O ser otro y esa otredad la encuentra en el enemigo.

Lo bueno es que esa gente no hace historia. No hay calles que recuerden a un traidor, no hay escuelas a la que los niños vayan orgullosos porque llevan el nombre de un tránsfuga desvergonzado.

 

Por Ricardo Candia Cares

 

 

 

 

 



El Clarín de Chile

Ver comentarios

  • Por la cres ta, el problema ético enorme de estos malandras es que siguen perteneciendo a ese grupo de gente unidos por el nombre: "PARTIDO SOCIALISTA", o quieren seguir engañando a los ignorantes de abajo de ese grupito, o simplemente, conservando el nombre de ese grupito, creen que no están traicionando la historia de ese nombre y por ende a hombres más que notables de ese grupito que marcaron un hito en la historia de nuestro sufrido país, como el Chicho, don Salvador Allende Gossens. Cuando se me viene a la memoria el Chicho y escucho el nombre de camilo escalona, creanme, tengo que calmar mis deseos de vomitar.

  • Y fíjese usted , que los conversos y conversas siguen aparentando ser "seres humanos normales" , sin pizca de culpa y con la misma cara de siempre.

  • ¡Ojalá se hubiesen convertido en socialdemócratas estilo europeos del Estado de bienestar! ¡No ! ¡Se convirtieron en neoliberales extremos engañando completamente a las bases concertacionistas y al país en general! Particularmente el señor Insulza fue fue el mejor defensor que tuvo Pinochet; primero como canciller de Frei Ruiz Tagle para liberarlo de su segura condena en Europa; y, después, como ministro del Interior de Lagos presionando eficazmente a los tribunales chilenos, en función de manifiestamente falsas "razones" de salud mental...

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