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Jóvenes provincianos de los 60 temerosos de los ‘coléricos’ como el Carloto

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos

El  ídolo de la ‘nueva ola’, Peter Rock, perteneció a la misma banda de motociclistas que en 1958-59 dirigía Carlos Boassi Valdebenito, “el Carloto”, conocido entonces como “el James Dean chileno”

 

Éramos curicanos. Procedíamos de un tranquilo lugar –aún con fuertes tintes campesinos- conocido como la ‘ciudad de las tortas’, la que en aquellos tiempos no pasaba de ser sólo un pueblo grande si se le miraba con la óptica actual que otorga característica de ‘ciudad’ a complejos habitacionales y comerciales de enorme extensión.

Decididos a dejar Curicó y trasladarse a la capital del país, mis padres vendieron la casa en la que viví desde mi infancia hasta cumplir adolescentes 16 años, y a la cual, de ahí en más, me fue difícil regresar para adormecer nostalgias recorriendo de nuevo parte de la calle Carmen, donde mi antiguo hogar se encontraba a escasas dos cuadras de la hermosa Plaza de Armas y sus palmas centenarias.

En el rápido traslado a la gran metrópolis, junto a algunos enseres, transportamos también nuestro aire provinciano y nuestra ingenuidad de sureños. El mes de abril del año 1961 mi padre compró la enorme casona de dos pisos ubicada en la calle Argomedo, en Santiago, signada con el número 50.




Tengo grabado a fuego en mis retinas la arquitectura de aquel barrio al momento de nuestro arribo. Me parecía más relevante poder insertarme en algún grupo de amigos que habituarme físicamente a mi nuevo hogar. Por mi juvenil mente circulaban todavía las historias de aventuras y ‘chorezas’ protagonizadas por jóvenes pandilleros capitalinos –calificados por la prensa de la época como “coléricos”- las que en provincias, relatadas bajo las estrellas en noches de estío, habíanse convertido casi en leyendas.

La del “Carloto” era, sin duda alguna, la más famosa.

En plena época de los ‘rebeldes sin causa’ –motejados como ‘coléricos’ por la prensa- un  fatal hecho estremeció al país. Al atardecer del día 13 de abril de 1959, Carlos Boassi – a bordo de una motocicleta Ducatti- fue a buscar a su polola, María Luz Tamargo González, de 15 años de edad, a la Plaza de Armas de Santiago, específicamente en la Librería ‘Tamargo’, cuyo propietario era el padre de la muchacha.

Juntos, como una normal pareja de enamorados, se dirigieron a contemplar las estrellas de aquel anochecer otoñal en los potreros aledaños a la entonces despoblada avenida Peñalolén, en la esquina de calle Cruz Almeyda. Allí se desató la tragedia. Luz María Tamargo falleció en extrañas circunstancias. ¿Asesinato o suicidio?

Cuatro décadas más tarde, el 30 de octubre del 2003, el diario “La Cuarta” comunicaba el deceso del otrora famoso muchacho agregando algunos antecedentes del luctuoso hecho acaecido en abril de 1959:

< Víctima de cáncer falleció ayer jueves Carlos Boassi Valdebenito, el «Carloto», conocido también como el James Dean chileno, uno de los últimos grandes «coléricos». Sólo lo sobrevive Peter Rock, con quien compartió los mejores años de su juventud, su pasión por las motocicletas y la velocidad. El nombre de Boassi interrumpió violentamente la siesta pueblerina del Santiago de 1959, la tarde del 13 de abril.

<Cerca de las 19 horas, el «Carloto» pasó a buscar a su polola María Luz Tamargo González, de 15 años, en su moto y se la llevó de paseo a Peñalolén. En sus bolsillos, el joven llevaba su último chiche de niño consentido, una pistola Famae 6,35 milímetros.

Faltaban sólo minutos para las 20 horas cuando una vecina de calle Cruz Almeyda escuchó un disparo. Corrió hacia donde poco antes había visto a la pareja y, al llegar, vio a la niña en el suelo. De su sien derecha manaba un hilo de sangre.

<«Se suicidó, porque la iba a dejar», le dijo el «Carloto».

<La justicia no le creyó y la gente se dividió. Muchos lo acusaron de homicidio.

<Se presentó voluntariamente ante el magistrado Raúl Guevara Reyes, del Sexto Juzgado del Crimen, quien ordenó su inmediata detención.

<La opinión pública de la época lo despedazó en un juicio público ventilado a través de la prensa.

<«No juzgaron al ‘Carloto’, sino que a los ‘coléricos’, a la juventud rebelde», le dijo Boassi al periodista José Carrasco -posteriormente asesinado por la CNI-, cuando finalmente obtuvo su libertad, tras cumplir la mitad de la condena a trece años que le impuso la justicia por inducción o colaboración en un suicidio.

<El cabro siempre alegó inocencia. Dijo que fue sorprendido por un súbito arrebato de la lola cuando le mostraba el arma.

<Salió libre en diciembre de 1967, tras cumplir la mitad de su pena en la cárcel de Melipilla, luego que la justicia acogió una petición de clemencia solicitada por su mujer y rubricada por el Presidente Eduardo Frei Montalva.

<Chile nunca fue el mismo tras la muerte de María Luz Tamargo y el juicio al «Carloto». La tranquila siesta de la tarde había terminado y comenzaban las pesadillas.>

El doctor en Antropología, Yanko González, desnudando el inefable rol de la prensa chilena de esa época, escribió al respecto:

El 13 de abril de 1959 y a sus probables 17 años1, Carlos Boassi Valdebenito, joven de clase media acomodada – «perteneciente a una familia adinerada y dueño de toda esa libertad en que se desarrollan las malas semillas» (Vea, 23 de abril de 1959, pp. 16-17)-; y vecino de la «señorial comuna de Ñuñoa» (Clarín, 22 de abril de 1959, pp. 1-2) en Santiago, usaba, como los personajes de James Dean o Marlon Brando, chaqueta de cuero negro, «su tradicional y característico tres cuarto montgomery» y vestía «un ajustado pantalón azul tipo ‘pecos bill'» (Clarín, 21 de abril, p. 2).

Hijo menor de 16 hermanos, de padre comerciante -inmigrante italiano- y madre chilena y dueña de casa, había llegado hasta 5to de humanidades en el colegio confesional San Pedro Nolasco y poseía «vehículo propio, una elegante motocicleta italiana y (…) llave para entrar a su casa cuando lo desee» (Ercilla, 29 de abril de 1959, p. 16). Se peinaba a la gomina y tenía arrastre con las jovencitas «En todo sentido, desde físicamente hasta su forma de pensar… Era una persona alta, un metro ochenta (…) una persona de figura bastante bien agraciada (…) quebraba un poco la estructura (…)», rememora su hijo Carlos Boassi Leonicio2. Coincide uno de sus amigos, Peter Mociulski:

Ambos teníamos una Ducatti, de 175 cc. Eran chicas, pero les sacábamos hasta 220 kilómetros por hora, porque en vez de sangre teníamos mezcla -bencina y aceite- en las venas. Éramos jóvenes, inmortales y sudábamos perfume Flaño y adrenalina (…) teníamos que espantar a las mujeres con un matamoscas. Estábamos hechos de miel (La Cuarta, 19 de julio de 2006).

En octubre de 1958 Boassi Valdebenito había conocido en una fiesta juvenil a María Luz Tamargo González, estudiante de 1er año de humanidades del Liceo de Niñas Nº 9 e hija menor de Alberto Tamargo, dueño de la céntrica librería santiaguina «Tamargo» (Plaza de Armas).

«Comenzó a visitarla en su casa y pronto salieron juntos en motocicleta a las [boites] ‘Brujas’ y el ‘Charles'» (Ercilla, miércoles 29 de abril de 1959, p. 17). La relación que tenía con su novia -de 15 años de edad- pasaba por un mal momento. «Carloto» como le apodaban sus amigos, había hecho un viaje aventurero al norte de Chile y a Bolivia -«mezcló la emoción de la velocidad con el vagabundeo» (Vea, 23 de abril, p. 17)-, lo que disgustó a su pareja.

El sábado 10 de abril, María Luz se llevaría otro disgusto debido a que Carlos prefería «la moto a ella» (Ercilla, 6 de mayo de 1959, p. 8) y no la iría a ver el día domingo debido a que viajaría «a participar en una carrera de motos que había organizado la compañía de bomberos de Curacaví» (op. cit., p. 9). Ese sábado y durante los reproches, María Luz le dijo que sería capaz de cualquier cosa, «hasta de matarse» (op. cit., p. 9). Seguidamente, le pidió que le llevara un arma «para quitarse la vida», puesto que habían estado discutiendo «y yo estaba en una situación inferior a ella… Ella era muy dominante. Me dijo ‘tráeme tú el revólver si eres tan hombrecito'» (Vea, 7 de mayo, p. 16).

Para reconciliarse, la tarde del lunes 13 de abril pasó a buscarla en su moto Ducatti de 175 centímetros cúbicos para salir de paseo. Unas horas antes, Carloto le pide un revolver a su amigo Orlando Zunino. «yo llegué a verla con la disculpa que le traía la pistola. Cuando se lo dije se rió. Yo también reí. Nos fuimos caminando por Vasco de Gama tomados de la mano y haciéndonos bromas» (Veaop. cit., p. 16). Se pararon en la calle Cruz Almeida y luego de un rato, discutieron. De un bolsillo de su casaca de cuero, Carloto extrajo el revólver Famae 6.35 milímetros prestado por su amigo.

A las ocho de la tarde, una vecina escuchó un disparo. Al acercarse al lugar vio a la joven tirada en el suelo. Desde su sien derecha salía un hilo de sangre. María Luz fue trasladada por otras personas hasta el Hospital de Neurocirugía, donde murió diez horas después.

Carlos Boassi Valdebenito se escondió durante dos semanas, lo que alimentó el pánico, la criminalización mediática y la sanción de la opinión pública. Finalmente se entregó ante el magistrado Raúl Guevara Reyes, quien ordenó su inmediata detención.

El abogado de la familia de la joven María Luz, Alberto Cumplido, sintetizará la hipótesis implícita sobre el móvil del supuesto homicidio que baraja desde el inicio una parte importante del periodismo escrito: «(…) se dejó llevar por una pasión cinematográfica. Esto podría compararse con la película Rebelde sin causa, en que los muchachos, por razones que ignoraban, se lanzaban al abismo en autos de carrera. Se trata de la mentalidad actual de nuestra juventud» (Clarín, 22 de abril de 1959, p. 3). El resto de la prensa -aunque con matices- reaccionará del mismo modo, con información tendenciosa y escasamente contrastada.

Todo ello había ocurrido en 1959, pero solamente dos calendarios separaban aquella historia de mi arribo a la gran ciudad capital, y en mis ensoñaciones adolescentes seguía transitando el cúmulo de leyendas atribuidas a los ‘coléricos’, jóvenes imitadores de la muchachada estadounidense que mostraba el cine de Hollywood con  ‘marginales’ como James Dean y Sal Mineo a la cabeza, aunque los nuestros, los criollos, pertenecían a familias acomodadas económicamente y que, además, mostraban una rebeldía inefable montando motocicletas en las que desafiaban a la pueblerina policía de esos años.

Así fue como crecí…nutrido por temores y realidades que con el paso de los años y con las experiencias obtenidas en mi barrio de Argomedo y Vicuña Mackenna, fui capaz de colar debidamente la vida capitalina.

Sobreviví a ello, sin duda.

 

Por Arturo Alejandro Muñoz

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  1. Gino Vallega says:

    Las carreras de motonetas en Curacaví fueron bastante divertidas y muchos participamos de buenas ganas , entre ellos el Carloto ; nada hacía presumir lo que pasaría al día siguiente.

  2. Renato Alvarado Vidal says:

    Carloto era un buen tipo, más de una vez llevó en su moto a alguno de mis compañeros de colegio, incluso a mí, cuando nos encontraba por Av. Ossa, entre Plaza Egaña y Tobalaba.

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