Cae uno, caen todos. En esta dimensión se mueve la derecha peruana. El objetivo, crear una situación de ingobernabilidad y tumbar tempranamente el gobierno del profesor Pedro Castillo. En América Latina esta estrategia no es novedad, ha sido utilizada en infinidad de ocasiones. Sirva de ejemplo el gobierno de la Unidad Popular, Chile, (1970-1973). Las acusaciones contra su gabinete se trasformaron en campo de batalla. Desprestigiar a ministros y lograr su destitución era una forma de atacar a Salvador Allende y debilitar el proyecto. Lo que llama la atención en el caso peruano es la celeridad. Así, en menos de 15 días, desde la toma de posesión, la derecha ha presentado 19 mociones cuestionando a siete de los ministros de Estado. Esta decisión sólo tiene una lectura, no habrá tregua, ni pausa. Es un órdago.

Las cartas de gobierno y oposición están boca arriba. El primero cuenta con un fuerte apoyo social, asentado en una gran movilización popular. En la oposición, nos encontramos, una derecha cuyo poder radica en el control del Parlamento, jueces corruptos dispuestos a todo (recordemos el caso de Sergio Moro, en Brasil, inhabilitando a Lula), unas fuerzas armadas educadas en la doctrina del enemigo interno, la lucha antiterrorista y la impunidad ante sus crímenes de lesa humanidad. Asimismo, posee una red de medios de comunicación social que le facilita impulsar la campaña de acoso, desprestigio y falsas noticias tendentes a crear una atmósfera de miedo y caos. A lo dicho, y como novedad, se suma la acción de la derecha latinoamericana financiada desde España, por la FAES de José María Aznar, que ha forjado una plataforma internacional para dirigir las operaciones de apoyo, de la cual participa el inefable Mario Vargas Llosa, Vox y los grupos europarlamentarios de la extrema derecha europea. No pierden el tiempo cuando se trata de derrocar a un gobierno democrático. La guerra, en el ámbito judicial, consiste en lograr aplicar la figura de vacancia presidencial por incapacidad moral y convocar nuevas elecciones. En otros términos, el profesor Pedro Castillo no es digno de ser presidente del Perú.

La afirmación de Héctor Béjar que ha llevado a la derecha y más tarde al presidente del Consejo de Ministros, Diego Bellido, a pedir su renuncia es un hecho contrastado. En entrevista al semanario uruguayo Brecha, del 20 de agosto, https://brecha.com.uy/este-es-comienzo-de-un-golpe-blando/ Héctor Béjar lo define como una verdad histórica. Se refiere a la participación de la marina en las matanzas, represión del movimiento popular a mediados de la década de los 70.

Hagamos historia, el gobierno reformista del general Velasco Alvarado, había depuesto al plutócrata Fernando Belaunde Terry, en octubre de 1968. Pero en 1975 entraba en crisis. La enfermedad del general supuso un reacomodo de los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas. Los mandos no respondían al Plan Inca ni al proyecto reformista. En 1975 un golpe de Estado, encabezado por el general Francisco Morales Bermúdez, acaba con el periodo revolucionario de Velasco Alvarado. Morales Bermúdez, un anticomunista, destruye las organizaciones populares articuladas en el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social y lo complementa con las funciones represivas de las fuerzas armadas. Éstas extraviaron el perfil reformista impregnado por Velasco Alvarado y Edgardo Mercado Jarrín, general de confianza de Velasco, quien desempeñó, entre otros, el de presidente de su consejo de ministros y comandante general del ejército durante el proceso revolucionario (1968-1975). Mercado Jarrín rechazó la versión estadunidense y brasileña de la doctrina de la seguridad nacional y el TIAR. La amenaza, dirá, no provenía de los movimientos populares, sino del imperialismo: la explotación foránea, la injerencia en los asuntos internos, el neocolonialismo que conlleva la desnacionalización de los recursos productivos (…) el concepto tradicional de la seguridad nacional se sustituye por otro, en el cual se eliminan o al menos se neutralizan los factores que ponen en peligro los intereses nacionales y se ejerce la facultad de decidir, al margen de toda subordinación. Entre 1975 y 1980 la represión se generaliza. Tras el regreso de Belaunde Terry al poder se extiende la guerra antisubversiva, con unas fuerzas armadas protagónicas.

Héctor Béjar trabajó junto al gobierno de Velasco Alvarado, donde desarrolló una impronta actividad. Era conocedor del periodo de terrorismo iniciado por Morales Bermúdez y continuado en las décadas de los 80 y 90 con Fujimori-Vladimiro Montesinos. La implicación de las fuerzas armadas y la marina en la guerra sucia no son de su invención. Por otro lado, Héctor Béjar es un referente del pensamiento crítico latinoamericano. Director de Socialismo y Participación (1977-2009), en sus números se puede revivir parte de la historia política, social y cultural del Perú. Además, posee el premio Casa de las Américas de 1969, por su ensayo Perú 1965: notas de una experiencia guerrillera. La derecha sabe dónde atacar, su condición de independiente, le hizo ser el blanco perfecto. Si pedían su dimisión, no contaría con apoyos en el gobierno, y era fácil que se produjese el cese. Su pasado le condena: dignidad y compromiso. Sabían que no aceptaría chantajes. Como siempre, la derecha va un paso por delante.

 

Por Marcos Roitman Rosenmann



El Clarín de Chile

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