En el llamado “régimen parlamentario”, (1891-1925), los oligarcas, triunfadores en la guerra civil de 1891, no consideraron plantearse la reforma de la Constitución de 1833, pues habrían podido convertir al presidente de la república, antes el rey absoluto y “gran elector”, en un personaje manipulable por la oligarquía plutocrática.

La clave del poder en la época se afirmaba en los partidos políticos existentes, con sus dos combinaciones, la Alianza Liberal y la Coalición Conservadora, conglomerados que se distribuían, no sólo los sillones del Congreso, sino también el conjunto del aparato burocrático del Estado: los Liberales Democráticos, dirigidos por Juan Luis Sanfuentes, (ex balmacedista y especulador en la Bolsa), quien se apropió de ese partido sobre la base de su poder para distribuir cargos gubernamentales, especialmente en el Poder Judicial entre sus camaradas, incluso Malaquías  Concha, el líder del Partido Demócrata, se quejaba del hambre de sus seguidores a fin de apropiarse de los cargos públicos.

El sistema de las inscripciones electorales, en el régimen parlamentario, dependía de las municipalidades, idea tomada del sistema suizo de democracia directa, por el conservador Manuel José Irarrázaval. El cohecho en la época no constituía un delito, sino una de las maneras para evitar que “el funesto sufragio universal” permitiera que los “rotos” se apropiaran del poder. El cohecho se convertía en una forma de vida y de subsistencia de los sectores populares, pues había muchas personas que rentaban de esta nefasta actividad, (el acarreador, el burrero, el pagador, el matón…). Los votos eran confeccionados por los mismos candidatos que, luego, eran entregados a cada elector comprado, llamado “carnero”. En muchos casos, se pagaba a un matón para que se introdujera en la cola y le pegara al cohechado, a fin de asustar al resto de los votantes por medio de la violenta pedagogía política de los “partidos del orden”.

Manuel Rivas Vicuña cuenta, en su obra Historia política parlamentaria, que los electores se indignaban cuando los candidatos de ambas combinaciones políticas llegaban a acuerdo, evitando la elección  y, de esta manera,  le restaba ingresos económicos al producto de la compra del voto.

Los Presidentes de la  República no tenían necesidad de hacer campaña política, previa a las elecciones, pues bastaba con uno o dos cocteles, en los Clubes de la Unión de cada provincia, para sellar acuerdos con sus seguidores, a fin de asegurar el triunfo. Por lo demás, para ser diputado o senador era necesario ser poseedor de un Banco, de un fundo o, en su defecto, ser el heredero de una tía rica. Uno de los Matte Pérez, por ejemplo, fue designado como candidato a senador por Santiago en reemplazo del líder conservador, don Abdón Cifuentes, quien carecía de dinero para comprar el sillón senatorial.




Según los autores del libro El mito aristocrático, uno de los candidatos decía que bastaba con casarse con la hija de una familia adinerada para llegar a la presidencia de la República; otro político de la época sostenía que él había podido mantener una vida suntuosa gracias al dinero que le había proporcionado el fisco.

El trabajar era mal visto, ocupación sólo asignada a trabajadores con apellidos de inmigrantes: había que vivir del ocio y pasar de coctel en coctel, en los salones Rojo y Verde, del Club de la Unión, exclusivo para “la gente bien” y vedado para los siúticos y arribistas.

A comienzos del siglo XX, durante el gobierno de Germán Riesco, se produjo una gran especulación en la Bolsa de Comercio, gracias a la explotación y venta del salitre. Cuentan los historiadores, estudiosos de ese período, que en el comedor del tren Santiago-Valparaíso, de cuando en vez surgían los gritos de júbilo  de los comensales ante la noticia de haberse convertido en nuevo rico, gracias a la especulación de Acciones bolivianas.

Entre los presidentes del régimen parlamentario, en su mayoría aristócratas y ricos, había todo tipo de personajes: los dos Montt, Jorge y Pedro, el primero, marino, originario de Casablanca, a quien se le concedió el cargo de Presidente del país por haber dirigido la revolución contra el Presidente José Manuel Balmaceda; el segundo, Pedro, (“negro, feo y con cara de sepulturero…”, según Edwards Bello), un tipo con “yeta”, (como se les denominaba por la mala suerte, en ese entonces); El Presidente Riesco, un personaje que aprovechó el cargo para enriquecerse, pidiendo a su sucesor, Pedro Montt, abogara ante el Fisco, a fin de que comprara Acciones de un Banco del cual era accionista mayoritario, para evitar la quiebra de esta institución financiera; en el caso del Presidente Ramón Barros Luco, viejo funcionario famoso por su sentido del humor, cuyos chiste eran parecidos a los del actual Presidente Piñera, pero mucho más ingeniosos e inteligentes. Entre sus anécdotas se encuentra la famosa frase “…los problemas se resuelven solo y los otros no tienen solución…”. Un funcionario le llevó la noticia de que había una colosal disputa en una provincia, ante lo cual, preguntó: “¿cuál de los dos va ganando?”

Federico Errázuriz Echaurren, (hijo de otro Presidente del mismo nombre, Errázuriz Zañartu, líder de la Alianza Nacional Conservadora), se hizo famoso por borracho y mujeriego; cuenta el historiador Gonzalo Vial que su mujer fue a reclamar al arzobispo, Crecente Errázuriz, pariente del Presidente, por la conducta inmoral de su marido, pero el prelado sólo atinó decir que “este niño siempre ha sido muy cubiletero”.

El país vivía, durante los años de la época parlamentaria, de la venta del salitre, que exportaba entre otros países, a los europeos, y a diferencia de la actualidad con la venta del cobre, en que Royalty es muy bajo, por esos años se cobraba sobre el 50% de la venta.

La oligarquía sabía mantenerse en el poder gracias a las grandes matanzas de obreros, que se atrevían a protestar, aplicándoles la fuerza de las armas, propias del orden precario. Los casos más conocidos se refieren a la matanza de obreros en la Aduana de Valparaíso; en la “huelga de la carne” en la época del Presidente  German Riesco; por último, la Matanza de  Santamaría de Iquique, el 7 de diciembre de 1907, durante la presidencia de Pedro Montt.

Las trampas de la democracia en la época parlamentaria eran múltiples, entre ellas, la más importante, la defensa del orden público sobre la base de las matanzas, ejecutadas por militares, bajo las órdenes presidenciales.

Al igual que en período de la Concertación de Partidos por la Democracia, cuando la oligarquía se vio amenazada por el triunfo de don Arturo Alessandri Palma, (1920), se recurrió al Acuerdo para desempatar entre Arturo Alessandri y Luis Barros Borgoño,(uno gano el voto popular y otro el de los electores) el empate llegó a un  “tribunal de honor”, impuesto por los liberales “electrolíticos”, cuyo líder era don Manuel Rivas Vicuña, Acuerdo que terminó en el triunfo de don Arturo Alessandri Palma.

Nada más parecido a la era de la Concertación post-Pinochet que la República parlamentaria: vivir a costa de los impuestos de todos los chilenos, privilegiar los Acuerdos entre la Concertación y la Alianza y mantener el orden precario burocrático cimentado en el monopolio de las armas.

Las Constituciones de 1933 y de 1980, ambas muy similares por su carácter pétreo, autoritario y lleno de trampas, sostuvieron la democracia limitada.

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

27/09/2021

Ver  Manuel Rivas Historia político y Parlamentaria de Chile. Biblioteca nacional, 1964

Gonzalo  Vial   Historia de Chile 1891-1973  Zigzag   2008

Castedo Leopoldo      Vida y  Muerte de la  República parlamentaria, sud América 2001



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