Con espanto me entero que un grupo de vándalos destrozó la tumba de Víctor Jara. No es la primera vez que murales y otras expresiones de afecto hacia Víctor Jara son vandalizadas. En este caso, parece una respuesta desquiciada, fascistoide, cometida el mismo día en que el artista cumpliría 89 años; el mismo día en que frente a la Usach celebramos la inauguración de una avenida con su nombre. Romper una tumba es un sacrilegio, la profanación a una memoria.
Me preocupa, que suceda tan cerca de las actitudes xenófobas, racistas y violentas sucedidas en el norte. La intolerancia campea y no debe quedar impune. La destrucción de la tumba de Víctor Jara debe llamar la atención de la comunidad democrática para que no escale, menos en un momento histórico en que buscamos un mejor país de verdadera convivencia democrática.
Por Jorge Montealegre
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