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Adiós Sebastián, retoño de Sebastián

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Nadie imaginó la prematura catástrofe de Sebastián Sichel. Ni él mismo. Se desvanece el candidato a la presidencia de la derecha camuflada. El bien amado rebelde, quien seducía a la borregada y la cursilería como galán de telenovela turca, se hundió en la ciénaga del olvido. En semanas, marcadas por el torbellino, los desmentidos y las sombras del pasado, contribuyeron a su desplome. Él mismo aportó argumentos a su defenestración, impulsado por las ansias de blanquearse. Tiene sus riesgos trepar en la escala social y las caídas son mortales. Quiso seducir al gallinero de la derecha, donde las gallinas aparentan ser de raza. Incluso, su apellido empezaba a sonar igual a sonata de violín Stradivarius, entrepretada bajo la luz de la luna. Escena destinada a embrujar al medio pelo arribista y a infinidad de patipelados que, por figurar, se cambian el apellido.

Sebastián Sichel se vino de bruces al suelo, cayendo desde el más alto palo del gallinero, y terminó a los pies del otro Sebastián, cuyas andanzas de mercader veneciano, lo tienen descalabrado, a punto de ingresar a la pensión de doña Chirona. Ahora, quienes apuntalaban a Sichel y le rendían tributo, dirigen sus angustiosas miradas hacia José Antonio Kast, el candidato de la otra derecha. Esa derecha empalagosa, cursi, donde milita la gente bien nacida. Alejado este nuevo galán del contubernio, en el cual impera la desazón y las zancadillas, comienza a seducir. Sobre todo, a quienes provienen de un gallinero de alcurnia, donde se respeta el orden de las pisadas y las gallinas agradecen la ronda, aunque tarde.

Ajeno a este conventilleo, el nombre de José Antonio Kast, suena a lugar encantado de Europa Central. O sea, al imperio Austrohúngaro. Familias que usan zapatos y jamás pasan hambre, ni han vendido baratijas en la calle. Nada del Medio Oriente, desde donde llegaban inmigrantes, los cuales se dedicaban al comercio callejero. Ni siquiera de un país de América Latina, quienes terminaban trabajando en las salitreras.

En estas semanas, José Antonio Kast sorprendió al manifestar que, no tiene inversiones en el extranjero. Expresó lo mismo que Pinochet su padrino de confirmación, alías Daniel López, cliente del Banco Riggs. Pretendió enseguida, eludir el escándalo de los Pandora Papers, terremoto que nadie imaginó y cuyas ondas sísmicas, enmaraña a la gente chic. Aun cuando le seduce el fascismo en su pureza primigenia y sin matices, se declara republicano. Observado en su dignidad espiritual, quiere ser redentor; alguien que el pueblo espera desde hace siglos.




Admira al presidente Bolsonaro de Brasil, y no dudó en ir a abrazarlo, hasta fusionar los latidos de sus píos corazones. Nada ha expresado, si copiará la política del carioca en Chile. Quizá, sea una devoción de conveniencia, para atraer a la masa creyente en milagros y apariciones, al suponer que la grandeza de un país, se construye en base a orar. Hacer ayuno y flagelarse, mientras se espera el llamado de Dios. Kast militó en la UDI, su primer amor de juventud, hasta 2016 y en seguida, fundó Acción Republicana. Se declara rabioso anti comunista, empeñado en encantar al beaterío. Además, se manifiesta en contra del matrimonio igualitario, el aborto, la comunidad LGBT y el feminismo, lo cual le ha significado la adhesión de esa derecha rancia. Entre sus adherentes se encuentran las viudas de Pinochet, aun sin poder olvidar aquella gesta de infinita gloria, donde el abuso y la impunidad, les permitió robar todo el granero del Estado.

Francisco Undurraga, diputado del Partido Evolución Política, manifestó desde la tribuna de su sacristía: “Si José Antonio Kast pasa al balotaje, sería regalar el país a Gabriel Boric”. Esta avispada criatura, cuya filantropía empresarial conmueve hasta las lágrimas, desea que el país envuelto en papel celofán y cruzado con cinta de colores, le sea regalado en cambio, a Sebastián Sichel, su desahuciado candidato. La Navidad, don Undurraga, se realiza el 25 de diciembre. No manifieste su rancia generosidad, utilizando los bienes ajenos.

 

Por Walter Garib

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