Poder y Política

Mate al Rey 37: Piñera sigue matando mapuches

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En este programa tuvimos como invitados a Marcos Riquelme, vocero del MPMR, quien nos contó hechos inéditos de su fuga de la Cárcel Públic en enero de 1990. También nos acompañó Celso Calfullan, director de Werken Rojo, socialista revolucionario y activista mapuche. Daniel Logotetti, de la mendocina Laburantes, nos puso al tanto del proceso de elecciones parlamentarias que el próximo fin de semana tendrán lugar en Argentina.

Conducción: Gustavo Burgos

Panelistas: Marcos Riquelme (MPMR), Celso Calfullan (Werken Rojo), Daniel Logotetti (Laburantes)

Dirección y Edición: Sergio Rizenverg

 

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  1. ¿Ser obrero es un insulto?
    RyR 24 oct
    Carta abierta a los compañeros integrantes de organizaciones mapuches:

    Compañeros, todos nosotros hemos estado en cortes, en marchas y en diversos actos de lucha contra el Estado. A veces, nos ha tocado compartir esas rutas o esas marchas y, otras, la solidaridad se manifestó a la distancia. Pero no es solo ese andar en común lo que nos hace compañeros, sino una situación común: el empobrecimiento constante de nuestras condiciones de vida, que se manifiesta en la falta de acceso a cosas tan elementales como una casa, un trabajo digno, un sueldo que alcance o una cobertura de salud, entre otras cosas. Es esa situación en común la que nos lleva a la calle, más allá de nuestras diferencias. Y aquí viene lo que queremos discutir honestamente: esa situación común obedece a una condición común. La condición obrera. Dicho de otra forma, sufrimos el ajuste y luchamos contra él porque somos lo mismo.

    En función que creemos que somos lo mismo (obreros) es que queremos discutir con ustedes el problema de la estrategia y de las alianzas necesarias. O sea, cuál es el mejor plan y quiénes son nuestros aliados. Queremos hacerlo sin demagogia ni concesiones, porque entre compañeros no vale andar con zalamerías. Vamos a ser duros, sí. Pero es una obligación, entre compañeros, advertir aquello que nos parece que es un callejón sin salida, un desperdicio de energía militante y hasta un camino que puede provocar una masacre innecesaria a compañeros de indudable valor.
    Pensamos estos problemas y nos interesa sostener estas discusiones mientras la izquierda (o los partidos que así se llaman a sí mismos) está pensando en la campaña electoral, en ganar votos para meter diputados, y elude cualquier debate, no sea que alguien se enoje… Mientras unos sonríen aquí y allá, repartiendo papelitos, hay gente que piensa en los problemas reales del país y en sus soluciones.

    No faltan algunos dirigentes que nos dicen que no podemos opinar, que nadie puede meterse en los asuntos “indígenas” más que ellos mismos. Son los mismos que le han “dado su voz”, así textualmente, a académicos formados en EE.UU. (en Austin, Texas, más precisamente) o a algún (más bien alguna) ministro del gobierno nacional. Si para algunas organizaciones estos representantes de la clase dominante tienen semejante privilegio, no vemos por qué una organización revolucionaria no tendría el módico derecho a ser escuchada.

    Vamos al punto, entonces: ustedes reclaman ser “mapuches”, no “argentinos” y, menos aún, “obreros”. Y, de alguna forma, dicen, el Estado no los deja ser lo que son. Ahora bien, ¿en qué sentido ustedes son “mapuches”? ¿Qué es ser “mapuche”? Esa la pregunta, porque de acuerdo a lo que uno es (y a lo que le niegan), se construyen las reivindicaciones.

    Empecemos por desbrozar el camino de polémicas inexistentes. Aquí no hay una lucha por la libertad cultural. Sus reclamos no aluden al problema religioso, cultural o lingüístico. Nadie les prohíbe realizar sus ritos, ni hablar en su idioma o reivindicar su historia o su cultura. Nadie les prohíbe ni ustedes lo denuncian. Podemos no estar de acuerdo con la mirada histórica que tienen sobre la sociedad y la “identidad” mapuche” y sobre todo, de la religión (somos ateos), pero su derecho a sostener su cultura en su ámbito privado está fuera de toda discusión. Otra vez, ese no es el punto. El punto es que ustedes, o sus dirigentes, exigen formar una nación, y por ende, un estado aparte, para reproducir allí las relaciones que ustedes creen que predominaron antes del siglo XVI o antes de 1880, según el caso. Eso sí merece un debate.

    Sus dirigentes dicen que ustedes son una comunidad especial, diferente a la que conformamos el resto de los que habitamos la Argentina. Pertenecen, nos dicen, a aquella sociedad que tiene sus orígenes en el período anterior a la conquista española y que ha sobrevivido hasta hoy en día. Claro, aquella sociedad no era capitalista, así que no podía haber obreros (ni burgueses, obviamente). Eran puros “mapuches”, por así decirlo. Ergo, si ustedes son puros mapuches, no pueden ser obreros y no tiene sentido organizarse con otros obreros (ni “blancos”, ni “negros”) contra ningún patrón. Los enemigos son, entonces, el estado argentino y el chileno. Pero no porque se los quiera destruir, sino porque se los quiere emular (es decir, armar otro parecido). El enemigo, para ustedes, no es el capitalismo, sino los invasores winka en la tierra ancestral…

    Podemos discutir la adecuación histórica del término “mapuche” a sociedades muy variadas del siglo XIV al XIX, que nunca se consideraron bajo ese nombre. Podríamos remontarnos a la conquista y destrucción de las culturas como El Vergel en la zona de la cordillera de Nahuelbuta y la araucanización de La Pampa, donde los “mapuches” cumplen el papel de conquistadores. Podríamos, por último, decir que, sencillamente, la sociedad “mapuche” no tuvo una relación social característica (había grupos cazadores-recolectores, agricultores nómades, comerciantes, guerreros saqueadores después de la conquista…) y entonces no hay dónde volver. Pero no tiene sentido ahora. Lo cierto es que toda esta población organizada bajo la bandera mapuche (que no es ancestral, sino de 1992) vive bajo relaciones capitalistas. El 80% de los “indígenas” de Chubut reside en ciudades, como Esquel. En Río Negro, el “indigenismo” se forma con los pobladores de El Alto, un conurbano de Bariloche. La mayoría de los miembros de esas organizaciones son albañiles, como lo era Rafael Nahuel. Dicho de otra forma: viviendo de changas, desocupados, en empleos precarios o sobreviviendo como “cuentapropistas” son parte de la clase obrera. ¿Por qué? Porque, como todo obrero, no tienen medios de producción y de vida. Dicho de otra forma, son desposeídos.

    Son parte de una clase que fue abandonada a su suerte por los sindicatos y por el Estado en los ’90. En esos mismos años, la Iglesia y los gobernadores decidieron implementar paliativos sectoriales para evitar una rebelión generalizada. Los mismos planes del Banco Mundial recomendaban eso. Surge así la “política de la identidad”. Una curiosa forma de dividir y debilitar la fuerza de la clase obrera en un proceso de pauperización generalizada.

    Por eso, porque son obreros, plantean soluciones parecidas a las del resto de la clase.

    Ustedes reciben planes y subsidios igual que millones de argentinos. Ustedes toman tierras en Villa Mascardi y otros lo hacen en Guernica o en la Villa 31. Pero mientras estos últimos lo hacen en nombre de todos los que no tienen vivienda, ustedes pretenden hacerlo sobre la base de un privilegio que el resto no tendría. ¿Por qué, entonces, millones de trabajadores desocupados y sin acceso a la vivienda deberían apoyarlos en su cruzada por conseguir una propiedad en nombre de un particularismo que niega la universalidad del problema? ¿Qué interés en común tendrían entre ambos?
    Si la mayoría de ustedes está desocupada, se requiere un subsidio general al desocupado y un plan de obras públicas con trabajo en blanco. Ahí tenemos un reclamo que va al corazón del problema, que unifica y que le da a la lucha un alcance nacional. Lo mismo para el caso de la vivienda: un acceso universal a la misma. La lucha se transforma en hito y testigo cuanto más general es el problema que denuncia y cuanto más influyente es su triunfo.

    Sus dirigentes dicen que son una “nación” y que merecen un estado aparte. Claramente, es un disparate cuyo único objetivo es la segregación y el privilegio para quienes sean designados “gobernantes”. [] Lo primero que uno se pregunta es, ¿cómo van a sostener una nación, es decir, una administración y un ejército? ¿Con la agricultura familiar con técnicas del siglo XV (o sea, sin el uso del hierro y, menos que menos, de la electricidad)?
    ¿Cómo un grupo tan reducido va a enfrentar a dos estados como el de Chile y Argentina?

    En términos económicos, ¿cómo van a obligar a todo el mundo a dejar sus empleos, sus estudios para ir a cultivar o a cazar animales? En cuanto a la cultura, ¿van a prohibir el castellano? ¿Qué van a hacer con el sistema educativo?

    Más aún, en la Patagonia, quienes se reconocen como “indígenas”, de cualquier grupo, son el 7% de la población de la región. ¿Qué van a hacer con el otro 93% de los obreros “blancos”? ¿Los van a expulsar? ¿Cuál es el criterio de “mapucheidad” para decidir quién es habitante y quién no? ¿Van a instalar mediciones antropométricas o expedir certificados de pureza de sangre? ¿Qué tipo de limpieza “étnica” estarán dispuestos a hacer? Como ven, la política del privilegio, no solo los segrega del resto de los compañeros de su clase, sino que los acerca a aquellas ideas racistas que sus dirigentes dicen combatir.

    Vamos a las alianzas. Salvo pocas, muy pocas, organizaciones, la mayoría de los dirigentes “mapuches” pueblan secretarías gubernamentales, provinciales y nacionales. Algunos, como en Neuquén, llegaron a avalar la represión a la movilización contra el pacto YPF-Chevrón. Solo por poner un ejemplo actual, el werken de la Coordinadora Mapuche-Tehuelche conformó una mesa de diálogo con Aníbal Fernández, llenándolo de elogios. ¿Esta es la clase de gente que va a lograr mejores condiciones de vida? ¿A esta gente se pretende llamar “compañeros”? Claramente, aquí sí nos vamos a encontrar en veredas distintas.

    Como ven, el programa mapuche los obliga a elegir entre una lucha aislada y desesperada, una integración a los peores negociados con el Estado o a un delirio místico cercano al fascismo.

    Hay otro camino: dejar de pensar que ser obrero es un insulto. Recuperar ese nombre y esa prosapia que escribió las páginas más dignas de la historia argentina (la Semana Roja, la Semana Trágica, el Cordobazo, el Argentinazo) y mundial. Abandonar las miradas al pasado, buscando lo distintivo y selecto, para abrazar una lucha común, un futuro para todos. Lo único que pretendemos, por ahora, es poder iniciar un debate.
    Nos vemos en la lucha.

    Fraternalmente, Razón y Revolución

  2. jorge+hurtado says:

    Como expreso politico, encuentro muy acertada las opiniones del companero Marcos Riquelme destacando ese relato que es necesario hoy dia para fortalecer el caracter clasista de nuestra lucha. afirmando la orgaizacion colectiva como resistencia pero esa moral i conviccion que solo nace y se nutre enfrentando al enemigo en todos los escenarios » abrazos y saludos fraternos

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