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Los economistas de diversas orientaciones, plantean que la prospectiva para el crecimiento de la economía chilena es baja, cercana al 2% en el mediano plazo. Esto impone la tesis- para ellos- que no se deben hacer ilusiones de cargar impuestos a los empresarios ni intentar cargar de deudas al Estado con las demandas sociales. Es decir, se debería seguir confiando en las libertades económicas  para estimular el crecimiento, única forma de retomar una senda de optimismo.

 

Esta misma receta la venimos escuchando desde hace 48 años y es lo que ha impuesto el neoliberalismo a nivel planetario, desde los años 70. Los resultados están a la vista también a nivel planetario: se enriquecen a nivel saudita un 0.1% de la población; mejora un poco sus consumos y capitalización el 10% que sigue en la cúspide de la pirámide y algo reparte entre el 25% restante de la población, con un mayor consumo, producto de la facilitación tecnológica, pero con mayores niveles de deuda, que agobia a las familias llamadas de clase media, hasta el punto de constreñir duramente y tensionar su calidad de vida.

 

El endeudamiento promedio de las sociedades es de 3 a 5 veces el PIB. Los chilenos deben 3,11 veces su PIB, las familias deben hasta 8 meses de sus ingresos, promedio y las listas de deudores registrados en las oficinas de DICOM,  han llegado hasta los 5 millones de personas, obligando a los gobiernos a borrar las listas, pues la empleabilidad se hace insostenible con la mancha timbrada en los papeles de solvencia

 

El consumo de las familias ha sido el gran motor del crecimiento, y su correlato es el endeudamiento de las mismas. Las inversiones en Chile son de dudosa calidad, pues van dirigidas no al aparato de producción interna sino al externo: minería y comercio, dos áreas que son referentes de importaciones (hasta un 80% de lo que consumimos) y para exportaciones extractivas que inflan los montos de inversión real para no pagar impuestos y desarrollan toda la parte industrial del mineral extraído en sus países de origen. De esa manera se engaña en las cifras de inversión efectiva, no se pagan los tributos respectivos y se alimenta el multiplicador keynesiano de la economía en el extranjero, no en Chile. Tenemos, por todos estos motivos, un crecimiento empobrecedor y mucho menor, como Ingreso Nacional Neto, de lo que señala el Producto Interno Bruto, que se transforma en la forma más bruta de medir la riqueza que genera Chile.




 

ATRAPADOS EN EL DOGMA.

Los economistas, los candidatos y los opinólogos, padecen todos del mismo mal: quedarse atrapados en el paradigma de lo establecido.

Sin embargo, Chile, desde el 18 de octubre del 2019, intenta desembarazarse de ese paradigma impuesto a la fuerza y que ha frustrado históricamente a más de tres generaciones de chilenos.

 

Una de las cosas principales que se deben desalojar en este tiempo de crisis es el MODELO DE ACUMULACIÓN.

 

Debe ser cambiado por su baja productividad global, su extraversión y la imposibilidad de competir exitosamente en una economía abierta, dado su rezago tecnológico. Seremos cultores de las tecnologías decadentes, mientras que los exitosos se apropian de las estrellas nacientes en materia de tecnología e industria.

En resumen: el pronóstico de los economistas es certero, pues difícilmente podremos crecer a tasas superiores al 3% a largo plazo, con este MODELO DE PRODUCCIÓN, ya que- por lo dicho- no permite tasas de acumulación suficientes.

 

Por otra parte lo que acumula este modelo, se concentra de tal forma (1% se apropia casi del 35% del PIB y el 10%  se lleva el 65% del PIB), que hace imposible expandir el consumo si no es con sobre endeudamiento, lo que frena la expansión económica de manera peligrosa.

Se debe transitar hacia un cambio en el modelo de ACUMULACIÓN, para  alcanzar una democratización extensiva en la capitalización social. Por estos días, el ahorro del 90% de los chilenos es casi igual a los ahorros en los Fondos de Pensiones y la capitalización en bienes no supera lo que puede representar su vivienda, la que sufre del peso de la deuda bancaria, que carga cada vez con mayores tasas de interés.

Para complicar la situación, los Fondos de Pensión se usan para multiplicar las ganancias del mismo 0.1% capitalista, que reditúa apenas 2% a 3% por el uso de los mismos, pero cobra, a los mismos dueños de esos ahorros,  una tasa que se multiplica por 20 veces, en el ámbito comercial y de 5 a 10 veces en los créditos para el sector vivienda.

Entonces, junto con cambiar el modelo DE PRODUCCIÓN y el modelo DE ACUMULACIÓN, se debe cambiar el modelo de TRIBUTACIÓN, de uno fuertemente regresivo a otro fuertemente progresivo. Ni siquiera proporcional: debe ser progresivo, es decir entre más ingresos obtiene mayor es la tasa de impuestos. No sólo debe pagar proporcional a sus ingresos sino desproporcionadamente más, entre más alto es ese ingreso. Los trabajadores deben tener una organización  suficientemente poderosa  como para rescatar parte de las utilidades de las empresas a beneficio del trabajo. Esto acontece en los países que han alcanzado tasas aceptables de integración y desarrollo, desde el Asia hasta Occidente.

 

Finalmente, EL ROL DEL ESTADO debe ser recuperado con urgencia. En todos los países que se toman en serio la competencia por el desarrollo, el Estado ha cumplido un rol fundamental. En Estados Unidos de Norteamérica, el Estado es responsable del 65% de la mayor productividad y competitividad empresarial, en el sector industrial y agrícola, privados.

 

Acá, en Chile, hemos tratado de inventar el paradigma del 100% privado. De esta forma se ha condenado al Estado a una especie de castración, con lo que abandonamos la planificación y la inversión estratégica del mediano y largo plazo. Esa ingenuidad, nos ha llevado a retrasarnos más de dos décadas en muchas áreas estratégicas para una viabilidad económico-social y hasta cultural.

 

Atrapados, como están nuestros políticos y economistas en el viejo modelo, no podremos enfrentar un crecimiento viable, tanto porque el sistema productivo demostró su techo (2% a 3%)

Y porque ahora debemos dar el salto de industrializarnos, complejizarnos, intensificarnos, educarnos y competir en la arena de los gladiadores de la innovación.

 

Marshall lo previó a fines del siglo XIX, con la introducción del concepto de incremento de productividad en las economías capitalistas. Hasta entonces, los clásicos planteaban el concepto de estancamiento y reducción de la rentabilidad del capital). Luego Keynes, entre las dos Guerras Mundiales, plantea la necesidad de estimular la demanda para combatir las crisis periódicas del capitalismo, requiriendo la mano del Estado. Los Post Keynesianos, corrigen a Keynes incorporando la inversión productiva- y no sólo el gasto- como acción necesaria y deseable del Estado y la importancia de la variable tecnológica, lo que les actualizó teóricamente, luego de las crisis del capitalismo en los 70 y 80 del siglo XX. Finalmente fue Schumpeter, que amparándose en las ondas largas de crecimiento de la economía mundial, elaboradas por Kondratiev, cuya causa la ubican ambos en las grandes invenciones y las sucesivas innovaciones tecnologías, con lo cual se instala la variable innovativa como la determinante del progreso económico, del crecimiento y de la dominación de los mercados.

 

Tenemos que subirnos al carro de la innovación-industrialización o reptaremos con tasas frustrantes de crecimiento, instalando la frustración y pronta ingobernabilidad, que todas las crisis prolongadas determinan en los países.

 

La última consideración es el cambio cualitativo del crecimiento. No podemos alimentar el crecimiento desnutriendo e intoxicando al medio ambiente. Por tanto el cambio debe incorporar una dimensión cualitativa hacia el uso de energías limpias y a la recuperación de la calidad ambiental de vida.

 

Nuestros economistas y políticos viven anclados, como los viejos clásicos, al mundo inmóvil, inflexible y estrecho. Si no somos capaces de superar esa trampa, permaneceremos ideológica y estructuralmente estancados. Como economía en crisis que somos, debemos hacer como se ha hecho en las guerras: recomponer las bases del resurgimiento.

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

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