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Recuerdos del “Manolo” en la Plaza Echaurren: Una historia mínima a partir de una mínima conversación

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Caminaba desde el Mercado del Puerto hacia la plaza Sotomayor después de haberme tomado un café en el local “Porto Maggiore” cuando vi que desde una camioneta estaban descargando la nueva estatua del “negro Farías” en la plaza Echaurren, monumento que será inaugurado el martes 07 de diciembre. Aunque la figura estaba envuelta en unas bolsas plásticas negras de basura, en la parte de los pies se podía ver el color dorado de la estructura metálica en que fue construida.

Mientras tomaba una fotografía se acercó un parroquiano, vestido muy elegantemente y como recién salido de un salón de baile del barrio chino de antaño. Lo saludé y sin mediar pregunta alguna comenzó a hablar lo que transcribo a continuación:

“A la estatua del “negro Farías” le cortaban siempre las manos, porque las tenía estiradas como cuando se pasa el platillo, “el negro” era así, le gustaba estirar la mano, pero no era nada de simpático.

Partió cantando canciones mejicanas y pasando el platillo, era un cantante del montón no más, había otros que si cantaban muy bien. Yo lo conocí en la plazuela San Francisco, cuando trabajaba ahí. Este compadre nació allá donde está Blas Cuevas, en unos cités que habían allí. Después se vino más abajo por acá donde estaba Investigaciones, donde también había un lote de Conventillos, por allí estaba el “Hotel Cordillera”, el “Hotel Chile”, había una Carbonería, estaba la “Pensión Obreros de Chile”, la “Panadería Alemana”.




Tengo 86 años y estoy como si tuviera 20.

El año 48 estaba metido en la casa “Los Siete Espejos”. En ese año inauguraron “El American Bar” ahí (me indica hacia un costado de la plaza), después se fue para donde estaba “El Jako”, al lado donde estaba “El Bambi” antes.

En el tiempo cuando salieron “Los Mansehue”, los viejitos, yo andaba puteando por ahí en el 37 en “la negra Inés”. Los Campanilleros ponían la luz roja y levantaban el piso para que me fondeara debajo, porque yo era menor de edad, por eso avisaban cuando andaba “la cheka”.

Por allá estaba la casa “El 69” (indicando hacia el sector donde hoy está la panadería “La Marina”) y en la punta, arriba de la bomba, estaba “El 66”, por allá arriba estaba “La Yapa”, más allá estuvo la “Bella Chilena”, el “Marco Antonio”.

El año 55 inauguré el “Rock and Roll”, yo tenía 20 años y había que entrar con carnet. Cuando vino la primera Unitas hubo una collera con los gringos, una pelea salvaje. En esos años los marinos peleaban, había campeonatos navales de box, así que eran rosqueros y buenos para los combos.

Después me fui para “El Dársena”, era conocido del turco, a mirar como sacaban a los giles cortados. Calcule usted que en la orquesta eran puros pacos y milicos, secos pa’ pelear. Yo salí por la salida de escape que estaba al lado de “Las Cachás Grandes”. Llegaron los polis y sacaban a los huevones. Hay una mujer que está viva todavía y sabe todo eso porque participó, “la Cora”, y la minas desde arriba de las mesas les pegaban botellazos a los gringos y estos como eran grandotes ni se movían.

En una estaba bailando “el choro Tayler”, era un marino de La Esmeralda, un huevón patudo, estaba bailando rock and roll con dos mujeres el huevón, era bacán, y un gringo le hace una zancadilla y de ahí se arma la huevada; cortaplumazos para todos lados; la “chica Nora” de arriba de las mesas le ponía las botellas de pisco en la cabeza a los huevones, pero ni los movía a los gringos.

Yo le puedo contar muchas historias. En esta huevada del Liberty antes era puro “cogote amarrado” no la torrantería que es ahora.

A este huevón del Farías no debían haberlo hecho sentado en esta estatua, sino haberlo hecho parado, porque el huevón no cantaba sentado, no era de la Teletón ese huevón.

La pileta de la plaza era más grande, tenía como dos metros más. Ahí en la plaza había puras maracas y había lustrabotas aquí y allá, y los milicos peleaban por las minas y muchos terminaban adentro de la pileta. Los milicos y los cosacos se sacaban los cinturones que tenían unas hebillas grandes y con esas peleaban, incluso a veces andaban con yataganes. Peleaban todos con todos.

Entonces todo este barrio tenía vida. Los que le daban vida eran los estibadores, los marineros de bahía, los extranjeros que llegaban a la cuadra, al barrio chino, en el “Roland Bar” llegaban alemanes, todos esos movían el Puerto. Todos buenos p’al copete, se movía harto la cosa.

En ese tiempo había droga, por todos lados corría la droga, pero la gallá no agarraba papa como ahora, algunos no más. Calcule que en “La Casa Amarilla” el “cabro Carrera” pasaba un plato con coca. Los colombianos en ese tiempo movían la droga, entremedio de los plátanos, que no venían en cajas en ese entonces sino en unos manojos, en unos racimos grandes .

Hace 20 años que no tomo, me chanté, yo tengo 86 años, soy del 25. Tomé tanto, huevié tanto que al final estaba asqueado de toda la huevá. A los 17 años estaba donde “la Carlina”. El año 70 anduve hueviando allá en San Antonio donde “la negra Ester”, en la calle O’Higgins, conocí a la “negra Ester”, puchas que bonita era la mujer.

“El Manolo” me decían a mí. Yo en el transcurso de mi vida tuve harta plata, pero me la gocé toda, no guardé nada y no me arrepiento de eso.”

 

Durante el relato intenté varias veces conocer qué hacía en su juventud el “Manolo”, a qué se dedicaba, en qué trabajaba, le pregunté si era cantante, artista bohemio, marinero, portuario, pero todas las veces que lo interpelé siguió hablando como si no escuchara nada de lo que le decía. Supuse que efectivamente podía no estar escuchando pues observé que portaba audífonos en ambos oídos, pero cuando me despedí, le estreché su mano y le dije mi nombre, él se despidió esbozando una sonrisa con un “hasta luego don Willi”… El refrán popular porteño “los choros no gritan” quedó expresado explícitamente en esta despedida del “Manolo”, mientras se alejaba enfilando hacia la calle Clave levantando su mano izquierda en señal de saludo y sujetando con su brazo derecho contra el pecho la bolsa de papel con el pan batido recién comprado, “porque ya es hora del almuerzo”, dijo mientras se retiraba.

 

Guillermo Correa Camiroaga, Valparaíso 05 diciembre 2021

 

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Corresponsal Valparaíso

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