Entre los comentaristas y los activistas internacionales que siguen la actividad de Naciones Unidas, así como entre los ex altos funcionarios y los relatores especiales, se acumula un malestar por la creciente irrelevancia de la ONU en un mundo que enfrenta desafíos globales cada vez más complejos. La actuación del secretario general comienza a ponerse en cuestión. La pregunta que se plantea es cuál será el legado de Antonio Guterres. En general, las respuestas no le son favorables. No olvidemos qué sucedió a Ban Ki-moon, cuyo legado fue considerado unánimemente muy débil, cuando no invisible. ¿Será diferente el suyo? ¿Conseguirá cambiar a lo largo de este segundo mandato lo que hoy se piensa de su desempeño?

Aunque se reconozca que durante su primer mandato Guterres vivió dos condiciones adversas –la hostilidad de Donald Trump (Estados Unidos paga 22 por ciento del presupuesto de la ONU) y la pandemia–, lo cierto es que Naciones Unidas es una organización grande con mucho poder y que, en lugar de usarlo, Guterres exageró su bajo perfil y contribuyó a que el organismo dejase de ser reconocido como autoridad internacional relevante con la que se puede contar para defender tanto los derechos humanos y la paz como la seguridad en el mundo, los dos grandes principios inspiradores de la Carta de Naciones Unidas. Guterres asumió el carácter de un técnico que se dedicó sobre todo a la organización interna de la ONU, centralizándola más en la secretaría general (en sí mismo, algo problemático) y que asumió un patrón de conducta orientado por la preocupación de no crear fricciones con ninguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, en especial con Estados Unidos.

Boutros-Gali y Kofi Annan

Se sabe que, en su primer mandato, los secretarios generales deben tener cuidado en este aspecto. Muchos recuerdan lo sucedido con Boutros Boutros-Gali, cuyo segundo encargo fue vetado por el presidente Clinton. Lo más preocupante es que no hay indicios de que el desempeño de Guterres se vuelva más asertivo en el segundo. Político de consensos y de puentes, demasiado cuidadoso e incapaz de enfrentarse a los poderosos, es lo contrario de un líder inspirador que marque la diferencia de la ONU en un mundo cada vez más multipolar que camina hacia confrontaciones cada vez más amenazantes.

No se espera que sea un héroe como Dag Hammarskjöld, pero sí que al menos sea tan asertivo como Kofi Annan, quien expresó con convicción su oposición a que se invadiera Irak, un gran error, dijo; también fue un promotor activo de la agenda de derechos humanos e introdujo una serie de innovaciones de gran alcance, incluida la participación activa de actores no gubernamentales en las deliberaciones de la ONU. Frente a problemas internacionales particularmente relevantes, Kofi Annan solía adelantarse a los líderes internacionales para destacar la posición de la ONU. Una de las señales del relegamiento del organismo a un segundo plano es que, ante tales problemas, Guterres rara vez toma la delantera y cuando lo hace es después de asegurarse de que el tema ya no resulta polémico (por ejemplo, la crisis climática), e incluso en ese caso se limita a hacer declaraciones generales de pocas consecuencias prácticas. Siempre que el tema es controvertido, se refugia en los cargos de altos funcionarios o de organismos especializados. A nadie le pasó inadvertido que el discurso de renuncia del ex alto comisionado para los derechos humanos Zeid Ra’ad Al Hussein contenía una crítica implícita a Guterres. Si, como dijo, los derechos humanos se habían transformado en un paria en las relaciones internacionales, ¿no habría continuado de haber tenido el firme apoyo del secretario general? El nombramiento de Michelle Bachelet para el cargo confirmaría las sospechas de que quiere sobre todo altos funcionarios que no creen problemas, especialmente a Estados Unidos. De hecho, entre los relatores especiales existe la idea de que, si bien antes eran considerados voces especialmente autorizadas por ser más imparciales, hoy son vistos por el propio secretario general como posibles fuentes de perturbación a las grandes potencias, cuyos informes deben ser controlados. Todos reconocen el excelente desempeño de Guterres como alto comisionado para los refugiados, y en retrospectiva ese hecho quizás explique el contraste con su trabajo como secretario general hasta ahora. Católico progresista comprometido, Guterres se sintió bien identificado con la misión del cargo, la solidaridad con los desheredados de la tierra. Cuando se enfrentó a los gobiernos, no tuvo necesidad de publicitarlo.




Un ámbito probado

A pesar de todo esto, creo que él puede rescatar su mandato en los próximos cinco años. Destaco, entre muchos otros, un ámbito en el que puede marcar la diferencia y devolver a la ONU el estatus de faro de esperanza para el mundo, como fue antes: el ámbito de los derechos humanos. Dejo de lado las violaciones particularmente groseras del pasado reciente: asesinatos con drones en Yemen y Somalia (Estados Unidos), ejecuciones extrajudiciales (Sahel, Filipinas, Colombia), envenenamiento de Alexei Navalny (Rusia), asesinatos del general iraní Qasem Soleimani (Israel y Estados Unidos) y de Jamal Khashoggi (Arabia Saudita), la lenta muerte de Julian Assange (Inglaterra y Estados Unidos). Me refiero a la violación masiva de los derechos humanos que marca el siglo XXI: el apartheid vacunal.

Hoy es evidente que mientras el mundo no esté casi totalmente vacunado, no habrá seguridad sanitaria global. Técnicamente es posible que la inoculación sea rápida y globalmente accesible para todos los ciudadanos del mundo basándose en el principio de que una vida en Mumbai vale tanto como una en Bruselas. Esto no es posible solo porque las grandes empresas farmacéuticas que producen las vacunas se niegan a ceder los derechos de patente. Sus proyecciones de beneficios, con lo que ya se llama oro líquido, son fabulosas. Según cálculos del Imperial College de Londres, el costo unitario de la dosis de Pfizer en dólares es de 1.18 y el de Moderna 2.85, mientras el precio de venta ha sido, en promedio, en dólares también, de 25.15 (Pfizer) y 25.50 (Moderna), esto es, más de 10 veces el precio de costo (Light y Lexchin, Journal of the Royal Society of Medicine 2021, vol. 114, 502-504). Además, las empresas esperan subir los precios mucho más después de que finalice el periodo de la pandemia. Estos beneficios son injustificables, toda vez que el financiamiento de la investigación fue predominantemente público. Además, según el Financial Times, las farmacéuticas están exigiendo cambios legislativos a los países del Sur global antes de la entrega de esos productos. Dichas modificaciones apuntan a protegerlas contra posibles juicios o eventuales licencias de los derechos de patente, obligando a los países, por ejemplo, a comprometer fondos públicos para este fin, lo que Sudáfrica consideró una transferencia ilegítima de la soberanía nacional.

El debate sobre la liberación de patentes continúa en la Organización Mundial del Comercio, donde, como sabemos, la solución por defecto es decidir a favor de las empresas. Se sabe que la iniciativa Covax (asociación internacional para la distribución de vacunas sujetas a patentes) no es suficiente. De las 11 mil millones de dosis que se proponía entregar en 2021, Covax sólo otorgó mil 400 millones. Mientras los países ricos ya han vacunado a más de 60 por ciento de la población con varias dosis, los africanos apenas lo hicieron a 6 por ciento y sólo con una dosis. Existe un clamor internacional para poner fin a esta grosera injusticia que, además, deja inseguro al mundo en su conjunto. Esta es la gran oportunidad de Antonio Guterres para afirmarse como líder en esa escala. Para eso deberá salir de la sede de la ONU y recorrer el orbe y los pasillos del poder público y privado en la búsqueda de soluciones que garanticen la prevalencia de la salud colectiva global. No podrá continuar escondido detrás de la OMS y quedarse en declaraciones abstractas y excesivamente cautelosas como ha hecho hasta ahora. De lo contrario, sospecho que no podrá redimir su mandato. Quizás el mundo recuerde en el futuro que Antonio Guterres fue sólo el primer secretario general de habla portuguesa. Convengamos que es poco.

 

Por Boaventura de Sousa Santos*

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.

 

Fuente: La Jornada

 



El Clarín de Chile

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