Hace un tiempo, la aparición de un mural en el Parque San Boja de Santiago, causó polémica. Apenas si fue noticia, un hecho que habla de la vergonzosa censura existente en nuestro país. Hubo quienes lo tildaron de obsceno. A sus ojos inquisidores, se trataba de escenas donde campeaba la pornografía. Se habló de sexo implícito, lo cual daña la moral y las buenas costumbres. La noticia se esfumó, desplazada por otros hechos. Pornografía, según el diccionario de la Lengua Española, se refiere al tratado acerca de la prostitución o al carácter obsceno de obras literarias o artísticas. En nuestro medio, nada se dice, sobre la obscenidad que se advierte al ver en TV tanques y soldados armados, ingresando a una comunidad. O cómo en una manifestación de estudiantes, los carabineros los repelen a golpes. Desatada violencia, que nos trae el recuerdo de aquella infame época, donde la dictadura cívico militar, impuso el hambre, la muerte y la violencia institucional.

Que el mural del Parque San Borja, haya sido cubierto con pintura blanca, constituye una vergüenza al tratarse de un atentado a la libertad de expresión. ¿Quiere decir que se rechaza la pornografía, al ser borrado? En cualquier momento, estos censores de pacotilla, van a concurrir a nuestros museos y provistos de brochas, pintarán de blanco o de amarillo, el color de moda, a las mujeres desnudas. En seguida, vestirán a las esculturas calatas, con recatadas túnicas. Una acción que bien podría calificarse de higiene mental, en un mundo que se encamina a la autodestrucción. A propósito, ¿constituye una pornografía lanzar bombas y matar civiles y demoler sus viviendas? Entonces, la desnudez, cual fuere su motivación artística, debe ser eliminada. Así, los piadosos proxenetas, dotados de moralina, encargados de borrar el mural, le darán gusto al beaterío y a la casta de amarillos.

También se debería eliminar de las bibliotecas públicas, aquellos libros donde se habla de sexualidad o se narran escenas lascivas. Sean éstas explicita o no. Alguien puede asegurar, que nuestra juventud, después de observar la desnudez de las obras de arte o leer libros de connotación erótica, correrá enardecida a practicar la violencia sexual. ¿O esta fogosidad surge de la represión cotidiana, a la cual es sometida nuestra idiotiza sociedad? Violencia heredada de las instituciones, llámese gobierno, familia, religión o trabajo.

Violencia que surge en las clases desposeídas, donde las míseras viviendas no tienen intimidad. Apenas, si se dispone de minutos para amarse. ¿Acaso el hacinamiento no es causa de este pésimo vivir e invitación al abuso sexual? Violencia a la cual es sometida a diario nuestra niñez, por pederastas camuflados como personas decentes, que recorren los barrios populares en automóviles exclusivos y enganchan adolescentes. Las rotondas de las ciudades se han convertido en bazares nocturnos, donde se ejerce el mercado sexual.

Nauseabunda pornografía, si se suma a la actitud de quienes ejercen el poder económico y político, crea una sensación de impunidad. ¿Y dónde queda esa chiquillada proveniente del proletariado, sin posibilidad alguna de estudiar? Infinidad de escolares abandonan la enseñanza primaria y terminan amplificando el grupo de analfabetos. Como en Chile la educación es segregada y selectiva, le impide a la desamparada niñez, acceder a ella.




He aquí el verdadero mural de la indecencia, reproducido en todas nuestras ciudades, pueblos, villorrios y caseríos. ¿Y dónde se haya la verdadera pornografía? En la miseria a causa de los sueldos de hambre, incertidumbre laborar, salud esquiva y a veces inexistente, junto a la vivienda insalubre. Durante las guerras que asuelan año a año al mundo, donde las muertes y destrucción que ocasionan es la mayor de las vergüenzas, se soslaya el tema. Como las armas deben venderse, y por algo se producen, se convierten en beneficio para sus fabricantes. Un próspero negocio, unido al tráfico de drogas y personas, hechos que constituyen la verdadera pornografía.

Nadie ha vuelto a referirse a este hecho y ello contribuye a que se vuelva a repetir la censura. Basta de hipocresías.

 

Por Walter Garib

 

 

 



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