Cuando las sociedades entran en crisis profundas, suelen darse perversiones que uno no se habría imaginado en tiempos normales, por así decir (aunque lo normal suele ser más una entelequia en una realidad, en todo orden de cosas), arrastrando a todo el mundo que construye y controla tal normalidad a procesos muchas veces deleznables, profundizando la crisis.

Es lo que está sucediendo en estos momentos con la sociedad chilena y el proceso constituyente. Las novedades que trae cada día parecen ser peores que las del día anterior. No sólo el proceso tiene un vicio de origen, al haberse apoderado del mismo los desprestigiados partidos políticos y sus parlamentarios, así como las elites de todos los colores políticos que la inmensa mayoría de la gente rechazó rotundamente 80-20 en el plebiscito de octubre de 2020 para hacer esta tarea, sin ya dejar espacio ni siquiera a la decencia. Ahora se va develando quiénes van a ser los redactores de la nueva Constitución, los famosos “expertos”, donde hay incluso reconocidos cómplices de las violaciones a los derechos humanos ocurridas bajo la dictadura militar que apoyaron incondicionalmente.

En estas circunstancias no puedo dejar de recordar aquel famoso episodio en el Senado de los Estados Unidos, cuando una de las personas convocadas para ser interrogadas por el feroz inquisidor anticomunista, el famoso senador McCarthy, le espetó: “¿Acaso, senador, ha perdido Ud. toda decencia?, frente a lo cual McCarthy enmudeció. Fue el inicio de su derrumbe y también del develamiento de toda la podredumbre fascista que escondía el proceso que encabezó y que casi destruyó la democracia del país del norte. La decencia, aunque muchos quizás no lo crean o perciban así, es un valor clave en la política así como en la vida. Cuando se pierde, el resto poco importa.

Eso es lo que está sucediendo con los partidos políticos y sus dirigencias: han perdido la decencia, ya nada los avergüenza y toman como una gran “fiesta democrática” el acto de usurpación de la soberanía popular en que han entrado al levantar la actual alternativa de construcción de una nueva Constitución, pasándose por salva sea la parte la voluntad popular expresada en el plebiscito de octubre de 2020. Que por lo demás no será ya una nueva Constitución sino la misma de hoy, remozada, como señala el marco de hierro de los 12 puntos definidos por los parlamentarios dentro de los cuales se tendrá que elaborar este nuevo engendro. Cambiar algo de la actual Constitución, con mucha parafernalia seudodemocrática, para que todo siga igual, la vieja y mañosa estrategia gatopardiana. ¡Qué vergüenza!

Por eso es que no me haré parte de este vergonzoso proceso. Tendré que ir a votar para ”elegir” a unos falsos constituyentes, porque la ley me obliga. Pero anularé con todo mi corazón y toda mi fuerza el voto que emita, con la misma decisión y convicción con que combatí a la dictadura. Y espero que sean cientos de miles de compatriotas que hagan lo mismo, por dignidad.




Llegará en el futuro un día en que la gran mayoría del pueblo chileno haga oír otra vez su voz potente para exigir un nuevo marco institucional, que efectivamente nos permita liberarnos del modelo neoliberal de economía y sociedad imperante, defender de verdad el interés nacional y popular, el medio ambiente y el desarrollo de las personas en su amplia diversidad de intereses. Quizás yo no llegue a verlo, pero estoy convencido que sucederá. Porque es un asunto de dignidad personal de cada uno de nosotros y nosotras. Y la dignidad puede ser manipulada y aplastada mucho tiempo y muchas veces, pero no por siempre.

 

Por Germán Correa

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



El Clarín de Chile

Ver comentarios

  • Claramente, la única opción digna es anular el voto en la elección de “los falsos constituyentes” del próximo domingo 7 de mayo.

    Si “ganan" los votos nulos con el respaldo de una ciudadanía fuertemente movilizada, ello podría provocar un terremoto político y confirmar masivamente la deslegitimidad del proceso. Sin embargo, con la excepción de una pocas publicaciones en algunos medios alternativos y algún importante grado de “desconfianza" en el nuevo proceso constitucional en las encuestas, no hay mayores expresiones de rechazo al mismo. Por tanto, lo más probable es que los partidos políticos se salgan con la suya en la elección de los Consejeros Constitucionales. Después de todo, los partidos políticos no son más que maquinarias altamente especializadas en hacer efectiva la elección de sus representantes.

    Lo que sí va a ser crucial para el futuro del país, es el plebiscito de salida del nuevo proceso constitucional a realizarse el 17 de diciembre próximo, plebiscito en el cual éticamente no cabe votar en blanco ni anular el voto sino que hay que pronunciarse en contra de la propuesta de la cocina constitucional montada transversal e impúdicamente por la casta política más desprestigiada de la historia del país. En efecto, entre las varias disposiciones del Artículo 159 de la Ley de Reforma Constitucional Nº 21.533, "los votos nulos y blancos se considerarán como no emitidos”. Es decir, ellos no cuentan a favor ni en contra de la propuesta de nueva Constitución incluso si fueran más que el total de los votos válidamente emitidos o más que los de la opción ganadora, sea ésta a favor o en contra de la propuesta.

    En estas circunstancias, lo único que cabe es votar “en contra” de la propuesta en el plebiscito del 17 de diciembre. En los hechos, los amanuenses de la reforma constitucional que habilita “la elaboración y aprobación de una nueva Constitución Política” fueron muy cuidadosos en no usar las opciones “Apruebo” vs. “Rechazo” a fin de desvincular conceptualmente la nueva propuesta de la que fuera ampliamente rechazada por la ciudadanía el 4 de septiembre último. En consecuencia, según el Artículo 159 de la Ley 21.533, "el electorado dispondrá de una cédula electoral que contendrá la siguiente pregunta, '¿Está usted a favor o en contra del texto de Nueva Constitución?'. Bajo la cuestión planteada habrá dos rayas horizontales, una al lado de la otra. La primera de ellas, tendrá en su parte inferior la expresión 'A favor', y la segunda, la expresión 'En contra', a fin de que el elector pueda marcar su preferencia sobre una de las alternativas.”

    Para mayores detalles, veáse la ley 21.533 en el siguiente enlace:

    https://www.diariooficial.interior.gob.cl/publicaciones/2023/01/17/43453/01/2254640.pdf

    Hasta dónde es posible determinar después de revisar la ley 21.533, su redacción ha excluido el tal llamado “lenguaje inclusivo”. Así, por ejemplo, en la última cita transcrita más arriba, se usa la frase “el elector” en el sentido genérico que en el contexto tiene la expresión y no incurre en disparates como “las y los (sabios) electores…” Algo es algo! Aunque no por ello la ley en cuestión no deja de ser nada más y nada menos que la implementación del tal llamado “Acuerdo por Chile”, mejor y más apropiadamente conocido como "Acuerdo de la Infamia”.

    P.S. En su época, tuvimos la Ley Maldita. Hoy tenemos la Ley de la Infamia. El gatopardismo ha sido superado! Ya nada cambia para que todo siga igual sino más bien para que todo vaya de mal en peor.

  • Cinco millones decidieron levantar la bandera de la dignidad popular.....Ocho millones, los rechazaron. Cuantas generaciones se necesitan para revertir un pueblo? 50 años de asesinatos , latrocinio y consumismo , bastaron para :apagar" la dignidad del pueblo chileno. Debes mirar el suelo para no tropezar y caer, porque NADIE te va a levantar.

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