El Ministro de Hacienda y Crédito Público de Colombia, José Antonio Ocampo, pronunció el 23 de enero durante la edición número 18 de la prestigiosa Conferencia Raúl Prebisch, una serie de conferencias organizadas por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y que lleva el nombre del primer secretario general de la organización, pidiendo acciones políticas urgentes para abordar las dimensiones económicas de la actual cascada de crisis globales.
La prestigiosa Cátedra Raúl Prebisch es dictada periódicamente por un destacado pensador o jefe de Estado. La conferencia, organizada por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), a menudo aborda cuestiones de comercio y desarrollo, pero también cubre otras preocupaciones mundiales de actualidad. Este ciclo de conferencias comenzó en 1982, con la conferencia inaugural impartida por su homónimo, el fallecido Raúl Prebisch.
En este marco, El Ministro de Hacienda y Crédito Público de Colombia, José Antonio Ocampo, destacó la necesidad de fortalecer la cooperación fiscal internacional, mejorando el acuerdo de 2021 en el Marco Inclusivo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos en sus dos dimensiones: limitar la competencia fiscal y la tributación justa de las empresas multinacionales.
Dimensiones y efectos de la crisis actual
“La crisis actual tiene muchas dimensiones, subrayadas por el concepto de policrisis, que se ha convertido en un término de moda”, dijo Ocampo. Si bien sus dimensiones se quedan principalmente en la esfera de lo económico, muchas están asociadas con tensiones geopolíticas, particularmente debido a la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China.
Ocampo describió siete efectos involucrados en la crisis:
La globalización está cambiando
La globalización está cambiando debido a eventos económicos y geopolíticos, y “debería ser más amigable para las economías emergentes y en desarrollo”, según Ocampo, como “la ruptura del multilateralismo es la mayor limitación en este sentido”.
En ese sentido las Naciones Unidas deberían ser el centro de un multilateralismo revitalizado, para gestionar las tensiones geopolíticas pero también los desafíos del desarrollo sostenible, lo cual, hasta ahora, solo sufre de esos mismos intereses económico y geopolítico que hacen que el mundo se estanca y no logra avanzar, dado que todo está sometido al mismo sistema, desarrollo sostenible incluido.
El concepto de “desarrollo” se pensó originalmente en un sentido estrictamente económico, como un aumento del ingreso per cápita. Bajo el liderazgo de las Naciones Unidas, llegó a abarcar sus dimensiones social y ambiental: la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desarrolló el concepto de “necesidades básicas” en la década de 1970, y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, enfocado en “desarrollo humano”. Las dimensiones ambientales del desarrollo también fueron gradualmente incorporadas y dieron lugar a un concepto amplio de “desarrollo sostenible” que en la terminología de las Naciones Unidas incluye las dimensiones económica, social y ambiental, como se incorpora en particular en los “objetivos de desarrollo sostenible” aprobados en 2015 .
La economía del desarrollo nació en las décadas de 1940 y 1950 en Europa del Este y América Latina, las dos regiones del mundo en desarrollo que habían alcanzado un nivel intermedio de este mismo.
Las ideas planteadas por el nuevo campo de la economía tuvieron lugar en una economía mundial ya muy desigual en cuanto a niveles de desarrollo, y caracterizada por una división del trabajo en la que los países desarrollados eran exportadores de manufacturas y los países en desarrollo de bienes primarios. Esto estaba detrás de la visión de Prebisch del sistema mundial como un «centro-periferia». En su opinión y la de Hans Singer, una característica de ese sistema era la tendencia de los términos de intercambio a moverse en contra de los bienes primarios y, por lo tanto, de los países en desarrollo.
Esta realidad económica dualista y desigual es la que nos sigue persiguiendo. Hace un mes, José Pimentel, ex Ministro de Minería y Metalurgia de Bolivia de la época de Evo Morales, nos había explicado esa problemática en relación al ejemplo del litio boliviano[1]: “Para ser competitivos”, nos explicaba Pimentel, “necesitamos explotar nuestra propia materia prima, y eso se ha paralizado junto a la industrialización durante el golpe: la extracción está parada, y, junto a eso, la exploración de los estudios conectados a la industrialización. El litio solo, en calidad de materia prima es altamente requerido pero, a nosotros, como país, ese comercio, no nos interesa: un proyecto de exportación de materia prima sería una ganancia menor de manera que no se le da valor agregado, además que industrializar y crear baterías sería una fuente de trabajo en las fábricas de producción de baterías, y el valor mismo del producto sería mucho más elevado. Si no hacemos esto, nos reducimos a vender litio a quien compramos baterías”, sigue Pimentel.
Del Consenso de Industrialización al Consenso de Washington
Deberíamos añadir que la concepción básica de la economía clásica del desarrollo era la necesidad de industrializar para acelerar el crecimiento económico y el cambio tecnológico: el “Consenso de Industrialización”, como fue llamado, tomando prestado del término contrastante que pasó a denominarse “Consenso de Washington”.
En términos de cuestiones macroeconómicas, un tema importante fue cómo las fluctuaciones de las exportaciones eran una fuente importante de crisis periódicas de balanza de pagos en los países en desarrollo. Dada su fuerte dependencia de las importaciones de maquinaria, equipo y muchos bienes intermedios, algunos economistas clásicos del desarrollo también consideraban la disponibilidad de divisas como una restricción a largo plazo para el crecimiento (restricción de la balanza de pagos sobre el crecimiento). Así ha llegado el “dominio de la balanza de pagos”, ganancia en contraste con el concepto de dominio fiscal que ha jugado un papel central en la literatura macroeconómica.
Las décadas de 1960 y 1970 llevaron a tres cambios significativos:
El primero y el tercero fueron parte de un proceso de “globalización”, que ofreció oportunidades muy desiguales a diferentes grupos de países en desarrollo, con exitosos exportadores de manufacturas del Este de Asia liderando el proceso, pero otros países experimentando un crecimiento más lento, incluyendo procesos de “desindustrialización prematura”.
La globalización también generó crisis que involucraron a un gran número de países: la crisis de Asia oriental de 1997 que se extendió a gran parte del mundo en desarrollo; y la crisis financiera del Atlántico Norte de 2008-09 o la crisis del COVID-19, que fue quizás la más global.
Políticas macroeconómicas y desarrollo
En las etapas iniciales de la economía del desarrollo, los principales problemas macroeconómicos eran la disponibilidad de ahorros para financiar la inversión necesaria para el desarrollo industrial y las divisas necesarias para pagar las importaciones de maquinaria, equipo y bienes intermedios que requería ese proceso. Con el regreso de los flujos de capital y el papel creciente de las finanzas privadas nacionales, la atención se centró cada vez más en cómo gestionar los ciclos de auge y caída de los flujos privados, evitando también posibles crisis financieras internas y de deuda internacional.
En los debates que caracterizaron las primeras décadas de la economía del desarrollo, el primero de estos temas involucró el manejo de la fluctuación en los precios de las materias primas y, desde una perspectiva a más largo plazo, cómo los ahorros o las brechas de divisas podrían afectar el proceso de crecimiento.
En una economía de este tipo es muy difícil que los detentores de materia primas, muy en dificultad en llegar a una industrialización efectiva y obligado a vender sus materias primas tales cuales, puedan realmente ascender en la escala social: así permanecen, como en un limbo infinito, en un desarrollo que nunca termina por ser “desarrollado”.
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[1] https://www.elclarin.cl/2022/12/26/bolivia-y-litio-las-huellas-de-un-golpe-de-estado/
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