Herman Melville, escritor conocido por su obra “Moby Dick”, es sin embargo mucho más respetado, en el mundo de la literatura, por una pequeña obra posterior: “. Bartleby, el escribiente”, cuya bajada al título del libro reza así: “Una historia de Wall Street”. Este distrito financiero era al momento de publicarse este libro, en 1853 una naciente  influencia económica del que sería posteriormente la más poderosa plaza empresarial del mundo. Justamente el protagonista  acostumbraba a pasar mucho tiempo contemplando una muralla (Wall) que se ubicaba frente a las ventanas del edificio donde trabajaba como escribiente de una oficina de abogados. Es posible, en consecuencia, que el nombre del sector puede deberse a ese “muro” señalado en la obra (Wall Street).

 

Enrique Vila-Matas, que escribe el prólogo de una nueva edición, sostiene la tesis de que esta obra viene a significar una taimada y silente sublevación contra los mercados, encarnada en ese ser mínimo, insignificante y testarudo llamado Bartlebly.  La desobediencia del copista, expresada en su célebre frase PREFER NOT TO (prefiero no hacerlo), anticipa las huelgas de brazos caídos; no las violentas, pues este personaje es de una pasividad caída, pero de resistencia inconmovible, en un tiempo que el mismo Piketty (“Capitalismo e ideología”) reconoce  un nivel de explotación laboral y desigualdad económica de las más altas de la historia. Esa desigualdad extrema no se suaviza sino hasta las dos grandes guerras mundiales del siglo XX y se equilibra en las economías de postguerra. Lo triste es que desde que se aplica el modelo neoliberal globalizado, la tendencia es a reproducir, a nivel planetario, los niveles de desigualdad de esos tiempos decimonónicos.

 

No por casualidad se dan en  el mundo los movimientos de protestas masivos, ya sea contra gobiernos despóticos (primavera árabe) y contra las democracias en desigualdad extrema (el 15 O) en España, los “Chalecos  amarillos” en Francia, el 18 de Octubre en Chile, el levantamiento indigenista en Ecuador, Bolivia, Perú y, especialmente significativo, el movimiento “Occupy Wall Street”,  que reclaman con la consigna  del “1% contra el 99%”, y que mantienen una presencia rotatoria, hasta el día de hoy, para que no se invisibilice la protesta, como sucedía con el rebelde silencioso,  que refugiado tras el biombo representaba su deseo de no ser molestado, de seguir sin ser tomado en cuenta, pero negándose a copiar lo que su jefe le impone como tarea. Esa negativa que desconcierta a su patrón, quien se ve tan descolocado ante este rebelde personaje, que buscará satisfacerlo cediendo y atendiendo sus misteriosas y caprichosas negativas. Tanto que ese jefe, acostumbrado al mando expedito, acatado en un ámbito de razones comprendidas y asumidas universalmente, se queda sin recursos para hacer entrar en vereda a este personaje insólito.

 

Lo interesantes de este personaje es que se puede ver, en él, la invisibilidad de los oprimidos, que en las ciudades opulentas viven separados por murallas territoriales, físicas (los muros de Trump o de la Franja de Gaza, los barrios periféricos y hacinados) o por barreras institucionales y psíquicas (abandono socio-cultural y soledad psíquica). Bartleby sabe de su condición irrelevante y se aparta tras su biombo, como otra muralla; sólo desea no ser molestado, tal es su desesperanza desobediente. “Yo me contento con muy poco”, es otra de sus frases evasivas con que responde a las exigencias de su jefe; “Hoy preferiría no cenar. Me sentaría mal; no estoy acostumbrado a cenar”, es otra de las salidas ante la oferta del patrón y cocinero carcelario, Cutler, de una cena especial pagada por su jefe. El mismo Cutler, cuando Bartleby yace muerto y lo descubre su patrón al visitarle, le pregunta ¿de nuevo no va a cenar….¿Vive sin comer? Y su jefe le responde crípticamente: “¡Vive si comer!”. Baterbly ya estaba muerto.

 

Los del movimiento 15-O, rinden homenaje a Melville y su Bartleby, hasta el día de hoy y muchos destacados intelectuales admiran y hacen referencias a esta obra, como el mismo Kafka, quien acostumbraba a leer y releer esta obrita, que se enfila en la misma calidad de narración de Robert Walser, aquel escritor enemigo de la publicidad y la fama.  Giorgio Agamben (“Preferiría no hacerlo”), Enrique Vila-Matas (“Baterbly y compañía”); el filósofo surcoereano  Byung Chul Han en (“La sociedad del cansancio”), resalta su crítica a ese capitalismo disciplinario que convierte al “homo sapiens” en “homo laborans”, en un esclavo del “histérico consumo”.




Ambos elementos: disciplina laboral y consumismo, forman parte de la estrategia que limita la vida al círculo cerrado de la explotación del trabajo, lo que, en definitiva, se traduce en una enajenación existencial. “¿Es raro, verdad?”, pregunta Cutler al Patrón. “Creo que está perturbado, responde con tristeza”, el abogado jefe.

 

Byung-Chul Han, escribe su opinión diciendo que el espacio en que se desenvuelven las acciones del relato ( la oficina del abogado) produce un efecto patológico sobre los trabajadores, pues todos desarrollan trastornos asociados a la neurosis: Turkey es hiperactivo, Nipper padece de irritabilidad y Bartleby porta síntomas propios de un neurasténico (neurastenia: fatiga de los nervios con sintomatología diversa en lo somático, desde la incapacidad sexual [Freud] hasta  cualquier órgano dependiente del sistema nervioso central o periférico.). La causa de estos trastornos la ubica el filósofo surcoreano en el principio de la producción en serie e intensiva.

A pesar de estar en medio de una pandemia global, los problemas de salud que amenazan a la humanidad no están en los virus y las bacterias, sino en las neuronas, en la patología mental: la depresión, el déficit atencional, trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional, el famoso stress, del que tanto se disputa entre los seguros de salud y los dolientes que lo padecen.

 

Drogas, alcoholismo, suicidios, accidentes, violencia familiar y callejera, son algunos de los síntomas de estos trastornos de personalidad que arrasan con la vida de millones de ciudadanos común y corriente, esos que no pueden escapar a la prisión de sus labores resignadas y sin horizonte, a sus vidas mediocrizadas e insolventes.

 

“Yo quiero meter preso a todos los banqueros”, exclamaba un joven participantes de la protesta en Wall Street. Se reirán los empresarios y los periodistas a sueldo nos harán picadillo, pero lo que siempre debemos hacer los “ocupa”, es no movernos. (Hannah Gersen: “Home field”).

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 



Hugo Latorre Fuenzalida

Cientista social

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