Dos hechos marcan la agenda política en España. Primero, la derrota sufrida el 28 de mayo en las elecciones locales y autonómicas por Unidas Podemos, PSOE, además de otras coaliciones progresistas; y en segundo lugar, el adelanto de los comicios generales, atribución que sólo compete al presidente de gobierno.

En el primer caso, el triunfo del Partido Popular y Vox ha sido inapelable, pero 12 millones de votantes (36.07 por ciento) se abstienen, subrayando el triunfo cultural del globalismo neoliberal: despolitización y desideologización. Gobierne quien gobierne, la desafección ciudadana gana terreno. Dicha constatación no tiene efecto en Euskadi, donde ganó la izquierda abertzale, EH Bildu. Atacada desde todos los flancos, ha seguido creciendo, disputando al PNV su hegemonía. En el segundo factor, el llamado a las urnas para renovar el Parlamento y el Senado, todo apunta a cambiar el rumbo de los acontecimientos.

En esta lógica, Pedro Sánchez acelera los tiempos políticos y toma la iniciativa. Esta decisión, que también busca frenar la sangría de votos, ha tenido un efecto inmediato en sus socios de gobierno. Alberto Garzón, coordinador general de Izquierda Unida, militante comunista y ministro de consumo, se hace a un lado. No irá en las listas al Congreso, pero muestra su apoyo incondicional al proyecto encabezado por Yolanda Díaz, llamando la atención a Podemos a decidir su futuro de manera inminente.

La nueva coyuntura obliga a desechar argumentos tales como la izquierda pierde porque no ha sabido movilizar a su electorado; la izquierda no ha presentado un proyecto ilusionante, y la más desconcertante, “la izquierda hace políticas de derechas». Sin duda, contienen una parte de verdad, pero son justificaciones. La realidad se impone. Podemos ha sido condenado a la irrelevancia política y en el otro lado, Ciudadanos desaparece. La reflexión impone rigor y autocrítica.

Partamos de una afirmación: la derecha gana en tanto sus votantes no perciben a sus organizaciones como tales. El punto de inflexión se produce cuando la contradicción derecha-izquierda fue cuestionada a la par que las contradicciones de clase arrinconadas como eje de análisis, adoptando en su lugar categorías dizque más inclusivas, tales como gente, pueblo, indignados, los de abajo, la casta, o los de arriba. Un cambio en las formas de actuar y pensar con reflejo directo en los procesos electorales y el discurso político.

Veamos. No hay tantos millones de votantes de derecha y extrema derecha en España, pero sí personas que depositan su voto convencidos de apoyar una opción de centro, liberal y orden, incluso progresista. Para un sector de la juventud y la clase trabajadora, el Partido Popular se identifica con los problemas de la gente, defiende la economía de mercado, promueve la iniciativa privada, y busca el consenso constitucionalista. Por otra parte, Vox se identifica con la voz de quienes defienden España frente al independentismo, los inmigrantes ilegales, el discurso de género, los okupas, acusados de ser los responsables de los narcopisos, la inseguridad en los barrios y el aumento de los robos. Son la conciencia de la patria. Ambos partidos han ganado el relato de las emociones y en ellas obtienen réditos políticos.




En esta coyuntura, el votante medio que acude a las urnas se identifica con la libertad de mercado, la propiedad privada, la seguridad, rechazando cualquier alusión a políticas de control a la riqueza y el aumento de impuestos. Así, la candidata es Más Madrid a la alcaldía de la capital española se mimetizó con ese discurso, para no perder votos, señalando que la ocupación es ilegal y genera problemas de convivencia.

Así, quienes votan a la derecha no tienen esa percepción. Para ellos, la derecha dejó de ser derecha. Hoy son un partido de orden. Así, camuflan los vínculos con el gran capital, las trasnacionales, bancos y empresarios y sus intereses de clase. Como partido trasversal del orden, trabajan por hacer de España una nación libre de extranjeros ilegales, respetada en Europa y sus aliados. En este campo nos movemos. Para los millones de votantes del Partido Popular y Vox, sus dirigentes son buenos gestores, sintonizan con los problemas de la gente. Son españoles, no de derechas y por esa razón les votan. Libertad frente a comunismo.

Sociedades asentadas en relaciones sociales de explotación, patriarcales, xenófobas y racistas, son deudoras de la economía de mercado a la par que se nutren del negacionismo. De esta manera se rechaza la violencia de género, el cambio climático, los derechos de la comunidad LGTBI+, y en contrapartida se apoyan leyes mordaza, la privatización de la sanidad y la educación.

El eslogan cala hasta los huesos. ¡Que nadie te diga qué tienes que hacer, dónde vivir y cuáles deben ser tus gustos! Baste recordar las palabras de Aznar: nadie me dice cómo conducir y cuánto puedo beber, discurso vacuo pero efectivo en tiempos de individualismo extremo y desapego a los proyectos democráticos. De esta manera se puede comprender por qué un sector de la juventud y la clase trabajadora se identifican con dicho argumentario y se identifican con el PP y Vox.

Es la guerra neocortical, tendiendo sus mallas en una batalla sin cuartel, donde las falsas noticias, las redes y el cibercapitalismo anulan la capacidad de comprensión, facilitan el control de la conciencia y fortalecen la sumisión al poder.

No busquemos explicaciones de las derrotas electorales que terminan culpabilizando a los votantes y exoneran de responsabilidad a quienes han abrazado la economía de mercado y pretenden humanizar las relaciones de explotación capitalistas. Sin derechas ni izquierdas, sólo cabe votar por una alternativa, la que lleva en su lema: orden y progreso.

Así se vota en España.

Por Marcos Roitman Rosenmann

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



Marcos Roitman Rosenmann

Profesor titular de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor e investigador invitado en la Universidad Nacional Autónoma de México así como docente en diferentes centros de América Latina. Columnista del periódico La Jornada de México y Clarín digital de Chile

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