El flamante nuevo presidente de Argentina, señor Milei, asume con aires relajados, expansivos, amistoso, hasta con el presidente Boric (aunque más formal que receptivo), y con Cristina Fernández, ante la cual desplegó una cordialidad inesperada, si se tiene en cuenta los insultos y acusaciones espetados a los cuatro vientos contra la vicepresidenta, durante la campaña.

 

Pero las cosas en Argentina son así, pareciera que con menos rencor que en Chile. Acá, vimos varias veces al ex presidente Lagos dejar con la mano estirada a sus contradictores políticos, sobre todo de su propia coalición; claro que a los Longueira, Barros y Somerville, gente de la derecha que lo lisonjeaban, los trató con guante blanco. En fin, son las particularidades de nuestras aves.

 

Pareciera que Argentina entra en otra “posta” de su carrera infinita hacia el decaimiento: Esto no quiere decir que en el futuro no se pueda recuperar, pero lo que se cuestiona por todo el mundo (excepto sus fanáticos seguidores), es la fórmula que ha ofrecido el nuevo presidente para sacar a ese país en crisis del tremendo atolladero.

 

Desde su campaña, e incluso de sus programas en la TV, viene criticando a los economistas y políticos  del peronismo, por –según él- arrastrar al país hacia un sistema de “populismo” despilfarrador, apoyado en una especie de “ogro filantrópico” (Octavio Paz), que gasta más allá de lo posible, derivando en una inflación galopante, por la manía de fabricar papel moneda de forma inorgánica.

 

Este argumento y diagnóstico lo lleva a proponer un tratamiento bastante expeditivo: bajar el gasto público y eliminar el papel moneda, mediante el expediente de la dolarización. Claro que decirlo es más fácil que hacerlo.




 

No está de más recordar que ese ha sido el remedio y el discurso de todas las derechas de los países subdesarrollados, pero no ha sido así en los países altamente desarrollados, donde el gasto público y el déficit acumulado supera  hasta varias veces el PIB (Japón, Italia, EE.UU. Francia, Reino Unido).

 

¿Por qué en esos países ricos, tales déficit no se traducen en inflación, como sí es el caso de los nuestros?

 

Bueno, simplemente porque tienen capitales y acceso a los préstamos del mundo financiero internacional que les permiten esos lujos, exactamente igual como acontecía en el Antiguo Régimen, donde los nobles gastaban más de lo que ingresaban, pero los prestamistas y la banca europea les favorecía con créditos para abonar hasta el límite de sus garantías contables e inmobiliarias.

 

Milei, al parecer no ha revisado bien los procesos anteriores a los gobiernos peronistas, pero tanto los militares de los años 70-80, como los radicales de Alfonsín y De la Rúa y los derechistas Macri y Menem, han intentado similares formas de ajuste que terminaron deslizándose al fracaso, desencadenando una guerra (las Malvinas), una renuncia anticipada (Alfonsín), una debacle causada por las políticas de Menem y que debió encarar De la Rúa con una cinematográfica huida en avión y la resultante del “corralito”, con una caída del PIB de entre el 12% y 14%.

 

Todos estos intentos de los próceres de la derecha (militares, Menem y Macri) y sus propuestas, en la Argentina, terminaron con profundos desequilibrios macroeconómicos, sobre todo en las cuentas externas, con endeudamiento importante, devaluaciones y pobreza desbordante.

 

La dolarización ha sido siempre una “ilusión de armonía”, un oasis o una especie de espejismo en medio del extenso desierto.  En Chile, la política de shock de Pinochet-Cauas, en 1975, destinada a bajar la inflación enorme que sufría nuestro país, redujo los puestos de trabajo en el sector público, redujo severamente el gasto social y la inversión,  se deshizo de las empresas públicas,  abrió la economía al capital foráneo, y todo de un solo golpe.

 

¿Cuál fue el resultado?

 

Cesantía  de más de un tercio de la población laboral, pobreza extrema que salta sobre el 40% de la población; emigración de más de 800 mil chilenos (por razones económicas). Con todo, la inflación no mostró grandes reducciones hasta tres años después. Los salarios no se recuperaron sino hasta 1993, La deuda externa creció en 12.000 millones de dólares (a 1982) y siguió creciendo hasta llegar a 24.000 millones en 1989-90. Se redujo la base industrial de Chile, que fue rematada a empresarios de países vecinos.

 

Se retoma esta fórmula por una derecha que ha sido la causante de estos desequilibrios, pues ha sido la política neoliberal la que disolvió nuestro impulso industrializador, con la tesis de que sólo se debe producir lo que representan ventajas comparativas, es decir materias primas. Los asiáticos siguieron el camino opuesto a esta tesis y se puede apreciar la diferencia: ellos son líderes mundiales en la producción de bienes tecnológicos e industriales y nosotros acumulamos varios premios en  atraso, pobreza y desigualdad.

 

Es que la derecha mundial agotó su creatividad. Sólo la tuvo en los años 70 para hacerse del poder hegemónico de la economía en Occidente, pero luego de generar más de 43 crisis, en diversos países, a lo largo de sus 40 años de vigencia, sólo le queda jugar el juego sucio de la represión y el engaño, la trampa de la desestabilización (Trump, Bolsonaro, Perú, Honduras, Guatemala) y la mentira en las redes sociales y los medios televisivos, que lo llevan a culpar a las víctimas de los males que causa el modelo (neoliberal) probadamente victimario.

 

Lo único creativo para los países que sufren de déficit en el gasto, endeudamiento, inflación e incremento de la pobreza, es estimular la inversión y la producción, pero no cualquier inversión y cualquier incremento de la producción, pues debe cumplir varias exigencias si quiere recuperar la economía interna: 1) Que la inversión se haga sobre capacidades productivas nacionales (no desechar, pero tampoco priorizar las inversiones transnacionales, excepto cuando son aportantes efectivas al complemento de nuestro desarrollo). 2) que si son productos de exportación, los réditos económicos de tales empresas queden mayoritariamente en el país y no se fuguen.3) que tales ganancias se reinviertan en el país  de manera sostenida y en áreas que difundan la diversificación de la matriz productiva. 4) que la expansión económica vaya acompañada de integración social, laboral y salarial. 5) evitar la concentración excesiva del ingreso nacional mediante una clara política tributaria progresiva y distributiva, amén de la participación del trabajo en los incrementos de productividad.

 

La amputación del gasto social en un país empobrecido, viene a ser una especie de “autosuicidio”, como decía un renombrado presidente. Dolarizar la economía es una comprobada forma de rigidizar las políticas de salida de las crisis de subproducción, haciendo al país poco competitivo ante los productos importados y de exportación, abonando un desequilibrio en las cuentas externas de manera indeseada, que arrastra hacia el endeudamiento en dólares y, finalmente, a las mega devaluaciones o a la depresión económica profunda, es decir el colapso sistémico. En América Latina ha sido la tónica desde la “década perdida” y los ensayos neoliberales.

 

El presidente Milei tiene razón de proponer una política de Shock, para intentar revertir esta situación que se vuelve compleja; pero no se trata de un shock recesivo, contractivo, como propone Milei, lo que debe proponerse es un shock de inversiones y creatividad productiva, tal cual nos lo enseñan los países asiáticos, que casi nos triplican en tasas de inversión y crecimiento, durante décadas, hasta llegar a constituirse en los países mejor posicionados en tiempos de globalización, justamente porque siguieron las estrategias opuestas a la seguida por América Latina.

 

En cambio, las políticas de shock que se implementan en América Latina, corresponden a las denunciadas por Naomi Klein, donde los capitales extranjeros reducen las capacidades internas de gestión productiva, al endurecer las monedas nacionales (la dolarización financiera sólo inhibe la capacidad competitiva en la economía productiva, pues, además, especulan con ganancias rápidas que luego son retiradas y dejan a los países sumergidos en crisis más extensas y profundas (“capitales golondrinas”). Cuando llegan capitales de inversión en áreas productivas, normalmente vienen destinados a sobre explotar los recursos naturales o a usar los mercados locales para expandir sus propias estrategias de dominio de mercados (marcas exclusivas, seguros y productos endosados con regalías).

No les interesa sintonizar con las estrategias nacionales de desarrollo, sino, más bien, eluden comprometer volúmenes de tributación que retribuyan en justa medida las ventajas que la sociedad local les proporciona. De esta forma, nuestros países ven frustrarse todas las estrategias de avanzar hacia una sociedad que supere los rezagos, que posibilite el crecimiento integral e integrador, con las exigencias propias de una sociedad que avanza en el siglo XXI, por las sendas del conocimiento, la tecnología y una cultura superior.

 

La propuesta liberal de Milei no se sale del libreto que conocemos acá, y que han conocido algunos países del sur de Europa: Portugal, Italia, Grecia y España: ajustar los gastos de los gobiernos, poner paréntesis a la inversión social, reducir incluso la inversión pública productiva o de infraestructura, pero mantener los subsidios, las ayudas, las concesiones y excepciones de los poderes económicos, los cuales aprovechan las oportunidades para concentrar sus riquezas al grado de crear un desequilibrio social, de tal magnitud, que convierte a las democracias en una pura formalidad jurídica y enunciativa (Estilo empresocéntrico).

 

No se habla, por ejemplo, que en la Argentina los ingresos en divisas, es decir de la producción primario exportadora, está concentrada en una pequeña capa de nacionales y extranjeros, ellos manejan el dólar y ellos concentran el poder, poder que no desea tributar en los porcentajes necesarios a una sociedad que crece en demandas modernas. Se ha dado una gran pugna por obtener mayor tributación desde las exportaciones de la soja y de la carne, pero no se ha logrado ablandar a ese segmento tan concentrado de la riqueza.

 

Si bien la carga tributaria en Argentina es superior a la chilena (alrededor del 30%), el déficit fiscal es del 40%. Tampoco queda claro quién paga más impuestos y en qué se gasta más. Evidentemente estos elementos están en la base de los desequilibrios estructurales de la economía  argentina y deben ser enfrentados de manera proactiva, no contractiva.

 

Las promesas milagrosas de los populismos de ultraderecha, con las herramientas que manejan, no es más que llevar a los pueblos a sufrir una especie de “suplicio de Sísifo”, es decir vivir la esperanzadora elevación de la roca pesada de la económica (si cuentan con ayuda para endeudarse), para verla caer de nuevo a lo más profundo de su lugar de partida. Es tan peligrosa e inconducente, esta política contractiva, que se puede comparar con las terapias que desarrollaban los galenos del siglo XVII y XVIII, cuando aplicaban sanguijuelas para sangrar a enfermos ya en estado caquécticos, lo que los agravaba más o simplemente los ponía en estado de alivio eterno.

 

La tesis de Milei y sus seguidores, es que al liberar la economía llegarán las inversiones a raudales, lo que será ayudado mediante la privatización de lo poco que dejó el presidente Menem, cuando fue presa de la misma fiebre liberal-dolarizante, experimento que se desplomó estrepitosamente cuando le traspasó la bomba activada de la crisis a manos del presidente radical De La Rúa, como ya lo recordábamos antes.

 

La vicepresidenta del gobierno, señalaba que la sociedad argentina es la sexta en mantener mayor cantidad de dólares en cuentas externas, de parte del sector privado nacional. La esperanza de la autoridad actual se centra en que retornen buena parte de esos dólares al mercado nacional. Lo problemático de esa apuesta radica en que se ha hecho sistémica y tradicional las crisis en Argentina, abarcando todos los pelajes políticos, y eso hace que los argentinos desconfíen profundamente de todos y de todas las políticas, los que les impulsa a guarecerse de las tormentas en las cuentas en dólares, en bancos y paraísos extranjeros.

 

Así, vemos que las bases estratégicas de Milei son febles en todos los frentes. Lo que hace decir que si sobrevive es un mago y si triunfa, es  un semidios.

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



Hugo Latorre Fuenzalida

Cientista social

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