Al concluir las vacaciones, ya avanzado marzo, se da inicio a la “Feria de las vanidades”. A nuestra sociedad conservadora y decimonónica, regresa el glamour, la perdida nostalgia por el colonial pasado. Quizá sea el más significativo acontecimiento social y político, en el cual compiten candidatos de todos los pelajes. También, donde surgen quienes anhelan llegar al parlamento y emergen los aspirantes a la presidencia de la República. De no ser por estos hechos políticos, teñidos de encanto, propios de un carnaval que remueve nuestra tradicional apatía, Chile se convertiría en un país aburrido.

Febril acontecimiento social, el que involucra a nuestra sociedad, cansada de promesas, zancadillas, mientras se mira hacia la mar y se añora, cuando era de todos. Ahora, si usted en cambio mira la cordillera de Los Andes, debe rezar si es creyente, y también si no lo es. Desde la Patagonia la empiezan a robar, hectárea por hectárea.

Época de revisar el entretecho, los baúles en los desvanes y desenterrar las máscaras del infinito carnaval. Todo se utiliza en una obra de teatro, la cual se repite cada cierto tiempo, para satisfacer a la oligarquía. ¿O usted aún cree que para favorecer a la democracia? Serpentinas, chayas, cornetas, matracas, y así convertir esta fiesta de la civilidad, en algo pomposo. Las barras bravas que participan en el fútbol, entran en escena, empeñadas en generar un mayor frenesí carnavalesco. Entre incendios aullidos, lanzamientos de bengalas, invasión de la cancha, expresan su fervor idólatra. Expresión de la religiosidad pagana de un pueblo, sometido a la miseria para dominarlo. Nada distinto a épocas pasadas. El viejo adagio, “pan y circo” entra en acción. Todo se utiliza destinado a engatusar a las masas, donde los borregos se multiplican, sometidos por la extrema ignorancia.

¿Cómo negarnos a este embrujo? Sinónimo de libertad, teñido de mentiras, el camino siempre nos lleva a un callejón sin salida. Jamás la esperanza abandona al necesitado y ello lo hace creen en las mentiras. Claro que, hay libertad para elegir a quienes nos van a representar. Bien o mal eso no importa. Se encuentra dentro del juego, establecido por las armas. Entonces, las concepciones anarquistas, que brotan en distintos sectores de la sociedad, empiezan a ser valoradas. Regreso a lo primitivo, a aquella época donde el hombre, vivía en las cavernas.

Bien podrían ser las elecciones más insípidas del último tiempo, donde los candidatos, ignoran qué ofrecer al electorado. Nada distinto a esas promesas gastadas, huecas, que huelen a bazofia.




Es así como cada cual se viste a su manera, o más bien se disfraza de profeta. En medio del cúmulo de aspirantes, se filtran los benditos sinvergüenzas y badulaques, siempre al aguaite; infelices coimeados por la oligarquía, que sí saben defender las granjerías de sus amos. Es así, cómo las promesas son siempre las mismas, disfrazadas y adornadas bajo un lenguaje en apariencia distinto, ampuloso, que suena a salvación.

Se vocifera en medio del desierto de ideas, y los eternos borregos, las absorben sumidos en la ignorancia, como si fuese opio. ¿Acaso es la prédica del profeta que anuncia el acabo de mundo?  No sólo el acabo de mundo, junto a las penas del infierno. También la esperanza, la cual se diluye, mientras cae la noche. Agoreros encargados de hablar hasta por los codos, en tanto prosigue el saqueo. Una suerte de engaño, elaborado por los trúhanes de siempre. El resto es literatura.

Walter Garib

 

 

 



Walter Garib

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