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¿Se puede eludir el problema de la distribución del poder en la sociedad?

Circula un texto denominado Manifiesto del socialismo democrático, en la lógica de las buenas tradiciones de debate en la izquierda. Es, en ese sentido, un aporte a la discusión sobre el futuro del socialismo chileno.

El texto parte con una afirmación relevante: “el socialismo democrático en el mundo nació para impulsar y organizar las aspiraciones de la humanidad de terminar con la explotación económica, poner fin a la dominación política y romper con las cadenas de la ignorancia, avanzando en la realización integral del ser humano, en igualdad y libertad”. No obstante, la denominación se presta para una confusión, pues admite la idea de un socialismo no democrático. Este es un debate muy válido después de la experiencia autoritaria de la URSS y otras naciones que se han autodenominado socialistas, como en la actualidad lo siguen haciendo algunos países asiáticos y en otros lugares del mundo. No obstante, una afirmación más significativa, siguiendo a Eugenio González y el programa socialista de 1947, es la de señalar que el socialismo es democrático o no es tal. Aunque existan sociedades con una presencia dominante del Estado en la economía, no son socialistas en tanto no emancipan a las clases trabajadoras y a las sociedades en su conjunto de la dominación coercitiva de una minoría. El socialismo puede tener muchas versiones e inspiraciones, pero debe expresamente excluir en su definición a las sociedades no democráticas, las que deben ser denominadas, en este caso, como lo que son: regímenes burocrático-autoritarios.

El socialismo es un horizonte de sociedad que se construye según la evolución histórica de las luchas emancipadoras de las clases trabajadoras y marginadas (“creación heroica” decía José Carlos Mariátegui) y no una exclusiva construcción intelectual, en nombre de la cual se puedan justificar regímenes opresivos, esperando alguna vez llegar a una sociedad de grandes promesas mientras un grupo dominante manda, en su beneficio, al margen de la voluntad popular.

Desde el siglo XIX se han incluido en la perspectiva socialista, con muchas diversidades e interpretaciones que son parte de su riqueza, al menos dos dimensiones: a) la prevalencia de la soberanía popular, organizada institucionalmente a través de la democracia representativa plural y de formas de democracia directa y b) la participación estatal en al menos una parte de la producción, la inversión y la distribución de bienes y servicios y la existencia de ingresos socializados más allá del salario, junto al gobierno público de los mercados. En el siglo XX y lo que va de siglo XXI, otras dimensiones han adquirido un lugar crucial en la perspectiva socialista. En primer lugar se sitúa la emancipación plena de la mujer, dejada de lado en la revolución francesa y en las luchas por la independencia latinoamericana y luego en otras revoluciones. A ella se agrega la lucha contra toda discriminación étnica, heredada de la esclavitud y del despojo de las tierras de los pueblos originarios y su sumisión por el colonialismo y sus herederos posteriores, y también la lucha por el respeto de las diversidades sexuales. Además, y no menos importante, se sitúa de manera insoslayable la acción en favor de la preservación de los ecosistemas y la lucha contra la crisis climática, que pone en cuestión la vida humana y obliga a abandonar toda idea de progreso y crecimiento lineal basado en el productivismo capitalista.

Es desconcertante encontrar en el “Manifiesto” afirmaciones como “la distancia entre capitalismo regulado y socialismo democrático se torna más difusa”. Esto puede estarle ocurriendo a sus autores, pero el socialismo sigue siendo un vector de lucha contra el capitalismo, regulado o no, inspirado en lo que siempre subrayó Norberto Bobbio: la diferencia entre izquierda y derecha se sitúa en diferentes concepciones sobre el valor de la igualdad, imposible para la derecha, esencial para la izquierda. La desigualdad es consustancial a la existencia del capitalismo, que organiza las retribuciones económicas alrededor de la acumulación de capital, subordinando la remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su aporte a la producción. Insólitamente, el “Manifiesto” llega a preguntarse: “¿es socialista la promoción de un ingreso básico universal, o la instauración del matrimonio igualitario?  ¿o una reforma tributaria, con impuestos verdes, o la mayor participación política? ¿y la igualdad de los derechos de la mujer?  ¿la regulación de la inteligencia artificial? Un nuevo proyecto socialista  democrático deberá establecer y definir nuevos conceptos y lenguajes”. No se necesita nuevos conceptos y lenguajes para constatar que lo mencionado es socialista en tanto contribuye a la emancipación al menos parcial de quienes viven de su trabajo de las cadenas de la desigualdad capitalista, de las mujeres de las cadenas del patriarcado, de las diversidades de las cadenas de la discriminación y de la ciudadanía de las cadenas de la dominación política de oligarquías. ¿O acaso en Chile y el mundo no es la izquierda la que ha arrastrado invariablemente a otras fuerzas políticas a avances en estas materias? ¿Han sido alguna vez parte de las plataformas de las fuerzas conservadoras? No hay tal cosa como un desdibujamiento, mientras esas contradicciones persistan, entre izquierdas y derechas, aunque se cultive la pretensión de crear “nuevos conceptos y lenguajes”.

De soslayo se habla en el “Manifiesto” de un “proyecto socialdemócrata”, lo que no es exactamente un nuevo concepto, de contornos más que discutibles, incluso desde una perspectiva socialdemócrata europea, que en todo caso es poco aplicable en muchos aspectos a las sociedades latinoamericanas. En efecto, se omite un aspecto central de la redistribución del poder: la democracia económica. Ni siquiera se mencionan fórmulas como la de Alemania con la co-participación en la administración de las empresas más grandes y la negociación salarial por ramas y territorios. Es también  discutible la referencia a la igualdad como igualdad de oportunidades y solo de resultados entre hombres y mujeres. No se asume la visión que pone el acento en la igualdad efectiva y no formal de oportunidades (Cohen) ni la igualdad de posiciones sociales (Dubet) y de las condiciones básicas de vida. ¿Ese es el “proyecto socialdemócrata”, que ni siquiera Blair enunció en términos tan restringidos?.

Además, el acento puesto en el cambio tecnológico en curso en el “Manifiesto” comentado no plantea lo esencial. En un Manifiesto bastante famoso, uno de 1848, ya se mencionaba con énfasis el tema (“todo se desvanece en el aire”). Muy nuevo no parece que el capitalismo sea portador de cambios tecnológicos en la búsqueda de ampliar los espacios del lucro,  aunque su alcance sea hoy mucho mayor. Como señalan autores de referencia, como Acemoglu y Johnson en su libro de 2023 Poder y Progreso, lo esencial es el tema de los beneficiarios del cambio tecnológico, que depende del poder respectivo de los dueños de las empresas hiperconcentradas, especialmente las tecnológicas del “capitalismo de plataformas”, y de los que trabajan en ellas directa e indirectamente a través de subcontrataciones, de los que consumen sus bienes y servicios y de la sociedad en su conjunto. La conclusión a la que llega el “Manifiesto” es bastante curiosa: un llamado a la “cooperación como base del progreso” entre actores públicos y privados, con frases a la moda. Estas carecen de toda sustancia cuando lo que está en curso es una gigantesca lucha de poder en la reconfiguración del capitalismo, en un contexto, además,  de reemplazo de la globalización por acentuadas luchas hegemónicas entre las grandes potencias. Dicho sea de paso, esto pone una vez más a la orden del día la necesidad de una articulación progresista latinoamericana, que no se menciona.

El colofón es la invitación a sumarse a “una orientación hacia una sociedad en la que se incorporan principios socialistas en el propio funcionamiento del capitalismo (en este caso no neoliberal)”.  Buena suerte. Si el capitalismo es la separación del trabajador de los medios y de los frutos de la producción, debe primero ser inevitablemente subordinado por la sociedad para una distribución más equitativa de la riqueza social y la preservación de la naturaleza y luego superado por una coordinación social de la economía en el más largo plazo, lo que no supone eliminar los mercados ni la iniciativa económica privada sino gobernarlos en función del interés general. Esta es una lucha política y social constante contra los intereses de la empresa capitalista hiperconcentrada y sus representantes y de fortalecimiento de la sociedad civil organizada y de un Estado probo y eficaz. ¿Puede existir una “cooperación” con esos intereses, o debe reconocerse que son contrapuestos a los de la mayoría social, sin perjuicio de compromisos temporales que emanen de un diálogo social no asimétrico, pues todo avance parcial de los intereses de la mayoría social debe ser siempre buscado y defendido? ¿Van a estar dispuestos los grandes capitalistas, que ni siquiera venden la mayoría de las veces sus productos a la población nacional, o peor aún los rentistas, aquellos que logran ingresos muy superiores a los costos de producción y a la ganancia media, especialmente en los sectores de recursos naturales y financieros, a cooperar en subir los salarios e indexarlos a los aumentos de productividad en negociaciones colectivas por ramas con sindicatos representativos? ¿O a establecer una participación salarial sustancial en las utilidades y la presencia de representantes de los trabajadores en directorios paritarios? ¿O a realizar una transición ecológica acelerada y aportar a las inversiones sociales y a los bienes públicos que hacen posible el funcionamiento de las empresas? ¿O a pagar impuestos progresivos a las sobreganancias, a la renta y a la riqueza que permitan financiar pensiones y subsidios familiares básicos universales de magnitudes humanamente dignas? ¿No dependerá más bien de correlaciones de fuerza entre intereses contrapuestos y de regulaciones legales, en escenarios en los que le cabe al socialismo defender y empujar los intereses de la mayoría social en vez de subordinarse al gran empresariado y al estado desigual de cosas? Por supuesto, eso no impide atenernos a la definición del método democrático como el espacio y límite de nuestra acción política, aportada por el proceso de la renovación socialista desde los años 1980 en adelante.

Tal vez podríamos ponernos de acuerdo si lo que se quiere en realidad es afirmar que superar el capitalismo no es terminar con los mercados (el capitalismo y los mercados nunca han sido lo mismo) ni acabar con la actividad privada como en la URSS o Corea del Norte, sino alcanzar una coordinación social de la economía con instrumentos como:

 

a) planificar y financiar con impuestos progresivos el suministro de bienes públicos y la preservación de los bienes comunes;

b) planificar el uso del territorio y la configuración de las ciudades y sus servicios;

c) proteger la resiliencia de los ecosistemas y el uso del agua;

d) gobernar los mercados para mantener el control público del acceso a los recursos naturales, impedir su concentración y proteger a los consumidores;

e) promover la economía social y solidaria y las empresas estratégicas estatales;

f) regular la empresa privada para impedir la fijación de salarios y participación en las utilidades al margen de la negociación colectiva con sindicatos y las discriminaciones de género o de cualquier índole;

g) promover la participación de los/as trabajadores/as en la empresa;

h) alcanzar a mediados de siglo la carbono-neutralidad, ampliando la investigación y desarrollo pertinente para ese fin;

i) organizar socialmente la cobertura de riesgos (enfermedad, accidentes, vejez sin ingresos) y la redistribución a los grupos de bajos ingresos y

j) asegurar el acceso a la educación igualitaria y pertinente y a la formación continua.

Pero esa es una discusión distinta a la de adherir a enunciados que hacen abstracción de los conflictos de poder que cruzan nuestra sociedad y su estructura económica, en los que debemos situarnos, con sentido de responsabilidad y de integración colectiva, del lado de la mayoría social, de “los trabajadores manuales e intelectuales”. Nuestra vocación y nuestro sentido de existencia como fuerza política no es eludir las contradicciones ni los conflictos de intereses en la sociedad, sino construir mediante la lucha social y política un presente y un futuro colectivo de bienestar democrático, justo y sostenible, pese a quienes se oponen para preservar sus privilegios.

Las dimensiones mencionadas constituyen un programa más que nutrido de luchas emancipadoras y de preservación de los bienes comunes, que debieran dar lugar a un amplio acuerdo en el socialismo chileno, y ojalá en toda la izquierda y el progresismo, en esta etapa de la lucha política, en la que gobierna una coalición de izquierda abierta al centro. Esta debe ser cuidada y proyectada, antes que confrontada mediante giros centristas inconducentes, divisivos y de notorio carácter minoritario, y menos sumida en la confusión por enunciados que buscan situarse por encima de las contradicciones existentes en la sociedad.

 

 

 

Fanny Pollarolo, vicepresidenta del Partido Socialista

Sergio Aguiló, ex vicepresidente del Partido Socialista

Gonzalo Martner, ex presidente del Partido Socialista

 

El Clarín de Chile

Ver comentarios

  • Desgraciadamente, en Chile el PS, como parte de la Concertación, en sus veinte ininterrumpidos años de gobierno, legitimó, consolidó y "profundizó" el modelo económico neoliberal impuesto por la dictadura y la Constitución del 80 (con algunos cambios de importancia, pero que no alteraron su esencia antidemocrática). Y particularmente Ricardo Lagos quien recibió de la derecha los más entusiastas elogios luego de su gestión de gobierno. Así, César Barros lo calificó como "el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos" ("La Tercera"; 11-3-2006); Herman Chadwick señaló que "el Presidente Lagos nos devolvió el orgullo de ser chilenos" ("El Mercurio"; 21-3-2006); Hernán Somerville que "mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (el Foro de la Cooperación Económica de Asia Pacífico) como acá (en Chile) porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo" ("La Segunda"; 14-10-2005); Ricardo Claro -en 2008- dijo que "Lagos es el único político en Chile con visión internacional y está muy al día. No encuentro ningún otro ni en la derecha ni en la DC" ("El Mercurio"; 12-10-2008). Y uno de los principales artífices de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, Arnold Harberger, expresó en 2007, "que estuve en Colombia el verano pasado participando en una conferencia, y quien habló inmediatamente antes de mí fue el ex presidente Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo" ("El País", España; 14-3-2007).

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