
Chile y los Filisteos: Una sociedad en decadentismo materialista
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Filisteo es una palabra que se ha hecho sinónimo de “burgués”, pero no en el sentido económico que usa Marx, sino en el sentido cultural que es usado por Flaubert.
En este sentido cultural, se trata de personas que son prosaicas, es decir que penan y se afanan solamente en función de los temas materiales, pedestres, utilitarios, subalternos, rutinarios, de subsistencia, de menor cuantía.
Los ingleses tenían un término, para este tipo de personas: “vulgarian” ; cuando esa vulgaridad es refinada, se denomina “cursi”, es aquella de encajes y sobrecarga de decorados dorados, joyas y todo tipo de ostentación barroca. Es decir, de sobreconsumo.
El burgués moderno es un “filisteo satisfecho”, con pretensiones, señala Vladimir Nobocov en un pequeño ensayo sobre este tema.
Ortega y Gasset en su libro “La rebelión de las masas”, lo plantea también, al decir que ”las masas” modernas, son ese tipo de hombres y mujeres que ante el ascenso de la economía, que algo permite el chorreo hacia las clases medias y bajas, en el proceso de la pos revolución industrial, se creen con derecho de todos los beneficios pero sin ninguna obligación. En una especie de pasotismo vulgar del consumismo destemplado, incluso más allá de sus posibilidades. En el desenfreno por superar al otro, en vez del espíritu solidario que antes les acompañó en la precariedad de la vida, se lanzan a una competencia despiadada por obtener más, sin fijarse en qué y en cómo.
El filisteismo es internacional y cruza todas las clases y posiciones sociales. Los altos dignatarios pueden ser filisteos respecto de la cultura (“crecer, crecer, lo demás es música”), respecto de la ciencia (“terraplanistas”, “antivacunas”, “negacionistas”). La caja de herramientas verbales de los filisteos burgueses viene repleta de frases manidas, de moda, repetidas como loros y sin peso etimológico. Se conforma siempre al uso del grupo de referencia, ese que impone sus decires y pareceres, como burgués cursi, pero que no por eso es menos vulgar.
El filisteo no es un burgués a ratos, episódico, es un mediocre total y permanente, es universal y muy cotizado y aplaudido por la masa planetaria. El filisteo es siempre un “pseudo”: pseudo idealista, pseudo compasivo, pseudo ilustrado. El engaño y autoengaño es su fuerte y forma parte de su estructura existencial. Le gusta al filisteo impresionar, por tanto miente, escandaliza, proclama de forma altisonante, de esa forma se las arregla para ir tejiendo a su alrededor un ambiente de complicidad mediocre y de mutuo engaño.
Existen categorías diferentes de filisteos: aquel que le gusta sobresalir, estar en las alturas del poder y vincularse con gente y cargos que den categoría; les encanta el lucir riqueza y poder, asistir y ser visto en los grandes eventos sociales, en los balnearios tops, en las galas de todo tipo. El otro segmento de los filisteos, es ese que le encanta “asimilarse”, asemejarse al otro filisteo mayor, y le da por imitar- claro que en tono menor- las ridiculeces y aspavientos del referente mayor ( ejemplo, el juicio de Gabriela Mistral sobre nuestra clase media “arribistona”).
Por tanto, estos filisteos son víctima fácil de los aparatos publicitarios. Toda la artillería va dirigida a halagar al filisteo en su vocación por las cosas, por la posesión de objetos, sirvan o no; su materialidad es lo que interesa.
Pero hay casi una religión del filisteo, pues asumen dogmáticamente el mito de que la felicidad humana se puede comprar, que se halla como” Deus ex machina” expuesta en los anaqueles luminosos del mercado. Y “la cosa” comprada da prestigio. Para eso está el púlpito publicitario que difunde ese evangelio, pues se requiere la colaboración del feligrés filisteo para que se realice la mercadería, para que ésta se haga carne en el hombre.
El filisteo satisfecho es lo que los rusos –al decir de Nabokov- llaman ”Poshlost”, es decir un especímen devaluado, carente de valor, vulgar, mediocre, es- como dijimos- el “vulgarian” de los ingleses. Estas denominaciones del filisteo encierran tanto un juicio estético, como otro moral. Algo parecido al “rasca” chilensis, al “asomado” en el decir caribeño, al “garca” o “Langa” o “chorro” en Argentina.
El problema de esta situación, es que puede terminar conformando unas proporciones importantes de” imbéciles morales”, que sonríen ante su esclavitud y que aceptan su explotación con resignada complicidad. Los tiranos encuentran un terreno fertilizado para sus estrategias de dominación. En ese medio no hay resistencia, la corriente fluye a su favor. Basta la zanahoria, el bozal de arepa, la recompensa tentatoria, para entregarse en cuerpo y alma a la manipulación mercantil o al canto de sirenas de los especuladores del discurso seductor.
En los tiempos bíblicos, se les conocía-a los filisteos-, por ser una raza de comerciantes muy habilidosos en la producción de herramientas de guerra y domésticas, pues eran grandes artesanos de metales como el cobre y el hierro. Provenían de la zona euroasiática, muchos los vinculaban a los pueblos helenos y llegaron a habitar las tierras palestinas y de Judea. Esta cohabitación fue útil y problemática a la vez, lo útil ya lo señalamos en sus habilidades productivas, lo problemático deriva de su postura frente al monoteísmo militante del pueblo hebreo. Pues si tomamos la definición de la Real Academia, filisteo se define como “una persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y de poca sensibilidad artística o literaria”. Los fariseos, que eran muy populares en la masa religiosa hebrea, eran grandes defensores de su religión y no aceptaban la cultura griega, de la cual se derivaban los grupos filisteos, los consideraban invasores e irreverentes ante los temas de su religión, es decir intrusos e ignorantes.
En nuestras sociedades posmodernas, pletóricas de hedonismo, sensualismo, individualismo, exclusivismo, etc., la cultura de la saturación, de trasgredir, de engullir, del reventarse, lleva necesariamente a un destino: que es el “hombre dañado” ( Gabriel Marcel), ese que termina arrastrándose aplastado por los consumos degradantes (alcohol, estupefacientes, drogas psicotrópicas, químicos y venenos orgánicos), todo con tal de vivir el minuto del éxtasis, del evadirse de su miseria existencial, que se materializa día a día en una actividad sin destino, sin entusiasmo, sin atractivo, que agota por un disciplinamiento vigilante (Byung-Chul-Han; “La sociedad del cansancio”).
En este tipo de sociedad, el humano vive en un permanente “malestar”, como señalara Freud, y la protesta se manifiesta de manera autodestructiva o en la depresión desesperanzada, que es otra forma de morir viviendo. “No hay alternativa”, sentenciaba doña Margaret Thatcher, el sistema mundial de opresión y marginación económica y cultural no permite renuncios ni excepciones, se debe apretar los dientes y resignarse; el modelo a seguir si no deseas inscribirte entre los “perdedores”, es la del filisteo universal: arréglatelas por ti mismo y no mires para el lado; “el otro es el infierno” (J.P.Sartre).
Hugo Latorre Fuenzalida
Felipe Portales says:
Muy interesante artículo. A propósito, aquí va la opinión de Gabriela Mistral sobre nuestra clase media de hace un siglo referida en él, luego de regresar a Chile: «Vi un fenómeno de relumbrón que no sabe adónde va. Vi una clase media enloquecida de lujo y de ansia de goce, que será la perdición de Chile, un medio-pelo que quiere automóvil y tés en los restaurantes de lujo» («Bendita mi lengua sea. Diario íntimo», compilado por Jaime Quezada; Editorial Catalonia, 2020, p. 141).