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Pacto social con los mismos actores es renovar la burla al país

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La pandemia provocada por el  virus COVID-19 no pudo haber llegado a Chile en peor momento. Si bien toda pandemia y toda epidemia pueden ser letales, en el caso del #coronavirus la tragedia alcanza niveles insospechados.

Nuestra sociedad civil está dividida desde de hace largos años, y no se puede responsabilizar exclusivamente a lo ocurrido el 18 de octubre del 2019 como causante de la división. La verdad es que el quiebre comenzó a producirse a finales del gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), cuando sectores de extrema derecha y extrema izquierda consideraron que los avances socioeconómicos propugnados por ese gobierno eran, ora exagerados, ora insuficientes. Es necesario puntualizar que ello resultó ser una primera respuesta a la enorme inequidad social y económica que venía arrastrándose desde comienzos del siglo veinte.

En el gobierno de Frei Montalva nacieron la Unidad Popular, el MAPU, la Izquierda Cristiana y el MIR, a la vez que en el sector liberal-conservador nacieron el Partido Nacional y los grupos de ultra derecha ‘Tizona’ y ‘FIDUCIA’. En ese mismo gobierno se produjo la toma de la Catedral de Santiago y el alzamiento sedicioso del general Roberto Viaux Marambio y su acuartelamiento en el regimiento “Tacna”. Ya entonces, el país estaba seriamente fracturado.

Fue en el gobierno de la Unidad Popular cuando Salvador Allende, en el mes de agosto de 1973, a través de la intermediación del Cardenal Raúl Silva Henríquez, solicitó al senador y presidente del Senado, Patricio Aylwin, trabajar y acordar una especie de pacto para sacar a Chile de la profunda crisis política y económica que lo atenazaba en ese entonces. Pero ello se transformó en un diálogo de sordos, pues en aquellas dos reuniones realizadas en casa del Cardenal, ni uno ni otro mostró actitud de ceder en sus posiciones. La conclusión de la crisis fue conocida por Chile  20 días después, y sus efectos han perdurado hasta el día de hoy.




Luego de diecisiete años de dictadura, las tres partes en conflicto (derecha, centro e izquierda) llegaron finalmente a un acuerdo que permitió a los litigantes gobernar el país, de consuno y asociadamente,  durante treinta años. Sin embargo, ese fue un acuerdo cupular con el que se engañó a la sociedad civil ocultándole los verdaderos objetivos económicos y sociales del “pacto” acordado, cuyos principales propósitos eran mantener el sistema neoliberal salvaje y entrabar al máximo posible todo enjuiciamiento a las jefaturas del totalitarismo sedicioso. Para ello fue necesario impedir –‘legalmente’- la circulación de prensa independiente y trasladar el apoyo económico fiscal a los medios abiertamente pinochetistas y/o derechistas.

Ese pacto cupular de los nuevos socios (llamado ‘duopolio’) duró hasta el día 18 de octubre del año 2019, cuando finalmente la gente se hartó de soportar expoliaciones, corruptelas y mentiras -cuando no, traiciones- y decidió poner de pie lo que estaba de cabeza. El engaño de tres décadas ya no era posible, y continuar con él significaba el derrumbe de la casta política actual, gobierno y parlamento incluidos.

Hoy, el presidente Piñera hace intentos por revitalizar el mismo pacto habido en 1989, y en beneficio también de las mismas cofradías, las cuales –así lo han demostrado- no tienen intención de satisfacer las demandas populares que  provocaron el estallido social y que, nadie puede negarlo, continúan presentes, aunque subsumidas bajo las amenazas de una pandemia viral que socava las esperanzas.

Mientras se mantengan en los poderes del estado los mismos actores de ayer, será punto  menos que imposible alcanzar acuerdos significativos que den vida a un nuevo ‘pacto social’. Esos actores se representan a sí mismos, no al pueblo, no al país. Son funcionales y (funcionarios) al sistema neoliberal en estado salvaje que los ‘chicago boys’ impusieron durante la dictadura. Para ellos, la soberanía reside en el capital financiero y económico, jamás en el pueblo.   Se escuchan sólo si el diálogo va en beneficio de sus propias comodidades, privilegios e intereses. De lo contrario, nadie oye a nadie, y aún más, se preocupan de buscar en las palabras del otro la hendidura que permita no seguir escuchándole. Para gente de esa calaña, sólo la plata salva a la plata.

Piñera y sus asesores son conscientes de lo mencionado en estas líneas, por ello buscarán revivir el viejo pacto para intentar, una vez más, marear y engañar a la sociedad civil haciéndole creer que esta vez, sí, esta vez y gracias a su gobierno, el país tiene un acuerdo de campanillas…cupular, es cierto, no representativo de las mayorías, es cierto, pero de campanillas para los dueños de la férula y del capital.

Hay un hecho irrefutable, imposible de seguir negándolo, se trata del evidente deterioro de este sistema debido a la pésima distribución de la riqueza y a la evidente inequidad social. No se avizora intención política de los componentes del duopolio que desde 1990 cohabita en dos de los poderes del estado, por cambiar, en esencia y profundidad, el escenario que atenaza al país y asfixia a su gente.

Por ello entonces, para estructurar y poner en práctica un pacto social, si se pretende lograrlo en serio, se requiere de la acción y presencia de otros actores, no de los actuales, ya que estos no cuentan con el beneplácito del pueblo para convocar a nada ni a nadie.

 

Por Arturo Alejandro Muñoz

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