Crónicas de un país anormal

Renato Poblete, el santo depredador

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San Alberto Hurtado tiene la mala suerte de contar entre sus seguidores a  dos curas degenerados, Fernando Karadima y, ahora, Renato Poblete, (sus feligreses lo llamaban poco menos que “santitos”).

 

Las religiones monoteístas están llenas de falsos profetas y de santos, que no son tales. Es el caso, en el catolicismo, de José María Escrivá de Balaguer, y también algunos Papas, como Pío X, que condenó todos los avances  científicos y tecnológicos del mundo moderno, y Juan Pablo II, que condenó la Teología de la Liberación y la iglesia de la opción por los pobres.

 

También la religión judía tuvo varios falsos Mesías: en la época del gran filósofo Baruck Spinoza, expulsado por los rabinos acusado de “hereje”, pero tenía una de las más bellas concepciones de Dios basada en el monismo, panteísmo y racionalismo: en esa época surgió un falso Mesías, Shabtai Zui, que muchos creían que era el tan esperado Salvador del pueblo de Dios; cuando fue tomado preso por los turcos el Sultán le ofreció convertirse al islamismo, y así lo hizo.

 

Uno de los grandes aportes de los Jesuitas desterrados fue la obra del teólogo chileno Manuel Lecunza. La segunda venida de Jesucristo en gloria y majestad se convirtió en un hito del milenarismo. Salvo para los fanáticos de la cábala o del esoterismo, no vivimos en tiempos apocalípticos, sino en el reinado de “Mamón”, cuyo único valor es el dinero.




 

Para entender la doble personalidad del Padre Renato Poblete, que en vida posó de santo, en especial para las clases adineradas, cuyas limosnas servían para alivianar sus conciencias y conseguir el perdón de Dios por sus múltiples abusos en contra de los más desprotegidos, hay que entender la estructura social: grandes personajes de la política y de la empresa participaban en las famosas “cenas de pan y vino”, con la presencia de bellas modelos que animaban el banquete; estaban seguros de haber cumplido con las Bienaventuranzas del sermón de La Montaña.(el cielo también se vende y compra en el mercado y está barato).

 

La clase superior política y social agradeció muy bien a los falsos profetas que convirtieron a Jesucristo en ginecólogo y corredor de la Bolsa: el cura Fernando Karadima, adorado por Pinochet, era visitado frecuentemente por el cardenal Francisco Javier Errázuriz y Ángelo Sodano; al cura John O`Reilly, a instancias del gobierno, el senado le otorgó la nacionalidad chilena por gracia; el Presidente Piñera1  concedió al Padre Renato Poblete el honor de tener una estatua y un parque con su nombre.

 

Para entender la insaciable  líbido de estos depredadores religiosos es necesario remitirse al poder que tienen los sacerdotes como mediadores entre Dios y los hombres. No es muy difícil que muchos de ellos, sobre la base del llamado clericalismo, se crean seres superiores y, como tales,  tengan  la llave del cielo y del infierno. Otros se han servido de la carrera clerical para esconder su fallida sexualidad y la monstruosa tendencia a la pedofilia y a otras aberraciones.(en la cena de los ricos plutócratas el cura siempre se sentaba en cabecera de la mesa y se comía los mejores manjares) .

 

En este valle de lágrimas lo único que importa es el dinero, y los depredadores antes citados, (y los de todos los tiempos), sabían muy bien cómo conseguirlo, apelando a la mala conciencia de los ricos. En el informe solicitado a un abogado laico para la investigación de los delitos de abuso sexual y de poder por parte de Poblete se desliza que utilizaba dineros recibidos personalmente para llevar a cabo sus abusos.( al fin saltarse el infierno bien vale un cheque de algunos ceros).

 

Muchos ciudadanos aprecian el hecho de que la Compañía de Jesús no sólo haya pedido la investigación, sino que también aprecian que está dispuesta a solicitar perdón e, incluso, a reparar el mal causado a las víctimas y sus familiares. (Yo diría, además, a la iglesia católica y a la nación chilena, especialmente a niños y adolescentes que, según las palabras de su fundador, “más les valiera colocar una rueda de molino en el cuello y lanzarse al mar antes que escandalizar a uno de los niños…”

 

No hay que ser muy mal pensado para entrever que en informe leído públicamente por el provincial  Cristián del Campo exista búsqueda de aminorar las culpas y responsabilidades de la Compañía, por ejemplo, cuando se refiere al encubrimiento respecto a los delitos cometidos por el Padre Renato Poblete, pues si hubiesen sido fieles a “la verdad que os hará libres”, lo reconocerían sin ambages – al pan pan y al vino vino -.

 

El clericalismo, culto al dinero y la codicia ha llevado a la iglesia católica a esconder durante muchos años los delitos cometidos por cardenales, obispos y sacerdotes: bastaba con cambiar de diócesis al acusado – incluso enviarlos al exterior, como ocurrió con el obispo Cox, para que el escándalo no transcendiera, y los curas, como escribas y fariseos, siguieran gozando del prestigio y de la aureola de santidad.

 

Los jefes de la mafia de obispos clericales siguen negando el haber sido encubridores de los abusos de los personajes que han incurrido en prácticas abominables de violencia sexual y de de conciencia.

 

Si la jerarquía de la iglesia católica quisiera el bien de su institución debiera aplicar una cirugía profunda – como la proponían los cátaros, los valdenses y los frételi, de la Orden de San Francisco de Asís, quienes con razón llamaban a la iglesia católica “la ramera de Babilonia” -, dejando la herencia envenenada de Constantino y volviendo a la verdadera iglesia que Cristo fundó.

 

Ahora más que nunca se hace necesario que se produzca la irrupción de los pobres en la iglesia, como lo definía el sacerdote y teólogo de los SSCC, Ronaldo Muñoz, y sacar de una patada a los mafiosos de la casta cardenalicia actual, así como a los curas pedófilos y los abusadores, que utilizan seminarios, colegios y parroquias como guaridas para perpetrar sus delitos y abusos sexuales, de poder y de conciencia.

 

Es cierto que dentro de toda esta maraña de escándalos aún sobrevive una Iglesia, Pueblo de Dios, con curas que creen en la buena nueva de Jesucristo y que viven entre los pobres, como son los sacerdotes Mariano Puga, José Aldunate, Felipe Berríos, entre otros muchos, verdaderos apóstoles de Jesús.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

01/08/2019

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