Estamos viendo la vuelta a Haití de haitianos que habían elegido Chile para vivir mejor. No sabemos si la embajada de Haití ha informado a los retornantes acerca de la situación que los espera en su patria. Tampoco si lo han hecho los ahora voluntariosos funcionarios de nuestro gobierno que los atienden tan amables para subirlos al avión.

El país de Haití, la nación haitiana – llamada Ayití por los primitivos aborígenes americanos eliminados por españoles y franceses en la Isla caribeña La Española- es una comunidad humana reciente (siglos XVII en adelante) de origen africano, proveniente de las costas de la Guinea Occidental y que ocupa un tercio de la isla que comparte con República Dominicana, muy cerca de Cuba.

 

Tiene aproximadamente diez millones de habitantes (las cifras en Haití son siempre aproximadas) y un exilio económico de más de 2 millones de personas. Su per cápita es de dos dólares diarios mal distribuidos. La mortalidad infantil de alrededor de 100 por mil y la expectativa de vida de unos 50 años. La mayoría de la población es cesante, no goza de servicios sanitarios de la edad moderna occidental, y no tiene acceso al agua potable ni a la luz eléctrica. El sida llega a los dos dígitos, aunque ha disminuido. Es un país con una calidad de vida similar a los del Subsahara africano y un poco superior a Nepal y Afganistán. Pero no es una excepción mundial: más de mil millones de seres humanos sobreviven como los diez millones de haitianos.

 

Los ancestros de los actuales haitianos no son ni los aborígenes americanos de Ayití ni los europeos que “conquistaron” sus tierras en el Caribe.

 

Los ancestros fueron alrededor de un millón de africanos traídos a la fuerza en los siglo XVII y XVIII, por los colonialistas y traficantes franceses, y puestos a trabajar como esclavos en La Española. Muy pronto, desde fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX se alzaron victoriosos contra los franceses con sus naves napoleónicas y proclamaron su independencia -los primeros en América Latina y el Caribe- y el fin de la esclavitud, los primeros en América, rompiendo el modo de producción y el sistema que imperaba no sólo en el Caribe sino en América del Norte y América del Sur.




 

En el siglo XIX y buena parte del siglo XX Haití vivió aislado de Occidente por su “mal ejemplo” decimonónico, y su natural cosmogonía de raíz africana llamada vudú, su sistema patriarcal y su rechazo al blanco.

Desde hace no más de 30 años convive con adelantos democráticos (en 1987 se fue Duvalier hijo), un sistema institucional importado de Francia, un sistema judicial enclenque, y un sistema político con cubiertas socialcristianas, socialdemócratas y marxistas y grandes movimientos anarquistas (como el de Aristide, dos veces presidente, derrocado y actualmente de nuevo en Haití) que parecen representar mejor el sustrato político popular.

 

Dentro de pocos años Haití tendrá unos 15 millones de habitantes viviendo en unos 25 mil km2 y con menos tierras cultivables que Chiloé.

 

En el último tiempo padece un “protectorado de facto” de parte de los EEUU – sin plan de administración ni acuerdo entre gobiernos- que se esfuerza por controlar a este país vecino por donde pasa mucha mercadería importada que le interesa, para que no sea influido por sus enemigos de turno, para evitar un éxodo incontrolable a sus costas, y en el que interviene militarmente cuando lo estima conveniente.

 

Este “protectorado” no ha contribuido al fortalecimiento del Estado haitiano ni a las inversiones económicas internacionales.

 

Los dos últimos gobiernos haitianos -incluido el actual- han tenido una línea más cercana a los EEUU y más abiertas al turismo pero no han superado las carencias históricas ni cortado los nudos de la crisis permanente.

Mientras las inversiones que pudieren representar en el futuro un salto adelante en Haití dependan de ganancias económicas capitalistas en servicios públicos, como la luz, el agua potable, la sanidad, la educación, Haití, creo, seguirá estancado.

 

No hay capacidad económica en el común de los haitianos para pagar esos “bienes de consumo”, como diría Piñera.

 

En los últimos días, una nueva crisis dentro de la crisis: el gobierno haitiano tambalea tras las grandes protestas por el alza de los combustibles, que ha hecho subir los alimentos y el costo de la vida; hay muertos; el gobierno denuncia pillajes; la oposición, a la Policía Nacional de Haití, el único aparato policial-militar existente en el país, que no tiene fuerzas armadas.

¿Cómo habrán sufrido en Chile los cientos de haitianos que han decidido volver a su país?

 

 



El Clarín de Chile

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