El índice Gini sirve para medir la desigualdad en cada país: el número cero es el de total igualdad, mientras que el diez corresponde a la desigualdad absoluta. En la mayoría de los países desarrollados el Gini baja dos puntos después del cobro de los impuestos, y en Chile, por ejemplo, se mantiene igual e, incluso sube.

 

Respecto al derecho a la vida, que tanto pregonan los hipócritas, quienes tienen la suerte de habitar en comunas ricas – Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea y Providencia…- se mantienen diez años más en este valle de lágrimas con respecto a las personas que habitan en la zona  sur de Santiago.

 

Quienes tienen dinero pueden terminar sus días con comodidades y buena hotelería en la Clínica del Presidente Piñera; los demás ciudadanos que carecen de monedas y viven en la zona norte de Santiago, de seguro, mueren en uno de los pasillos de hospitales públicos, si no en el suelo.

 

En Chile los dueños del poder se auto-asignan sueldos millonarios: por ejemplo, los ex Presidentes de la República, con sólo cuatro años de trabajo, reciben la millonaria jubilación vitalicia de 9 millones de pesos mensuales, además de 6 a 8 millones de pesos para oficinas y gastos de traslado; senadores y diputados otro tanto más suculentas dietas; en el caso de la media chilena no llega a 500 mil pesos. Los millones de jubilados sólo reciben la  miserable suma de $100.000 mensuales.

 

En Perú, desde la dictadura militar de Velasco Alvarado hasta hoy, todos los Presidentes han tenido acusaciones de corrupción, pero en vez de recibir una jugosa jubilación, muchos de ellos van a parar a la cárcel. En Chile, el país de los fariseos e hipócritas, los historiadores cortesanos se solazan al escribir que todos nuestros Presidentes han sido honrados e, incluso, que algunos ellos han terminado – el caso de Aníbal Pinto – en la pobreza, ganando su sustento realizando traducciones para el Diario El Ferrocarril.




 

La historia desmiente las mentiras de Francisco Antonio Encinas y de la escuela conservadora, pero es sabido que en Chile hubo Presidentes bastante sinvergüenzas, que no distinguían sus negocios privados con el dinero del fisco. Veamos algunos casos citados por el historiador Gonzalo Vial – no tiene nada de comunista -: Germán Riesco trató de lograr el favor de su sucesor, Pedro Montt, para salvar un banco que él presidía;  Juan Luis Sanfuentes era conocido como especulador de la Bolsa; Arturo Alessandri Palma era el líder de la “camarilla” que robó, a destajo, al fisco.

 

Para ser diputado y/o senador, en la República Parlamentaria, era necesaria la posesión de un fundo, un banco, o bien, ser miembro del directorio del Banco de Chile; por ejemplo, don Abdón Cifuentes fue reemplazado en la candidatura al senado por uno de la familia de los Matte Pérez, pues el profesor de San Felipe era pobre como las ratas, mientras que los Matte Pérez eran de pocas neuronas, pero sí de mucho dinero.

 

Si los millonarios sueldos de los ex Presidentes de la República correspondieran al reconocimiento de la patria por los servicios prestados, a lo mejor, estaríamos de acuerdo en otorgarles una medalla al mérito y una corona de laurel, pero en Chile lo único que importa es el dinero, y desde hace mucho tiempo la  política está divorciada de la ética.

 

La  justificación para determinar el sueldo de los Presidentes tiene su base en el recuerdo de “la pobreza” en que terminó su misión el Presidente Aníbal Pinto que, sabemos era accionista de las Minas de Lota, (lo mismo ocurría con el Presidente del Perú, Mariano Ignacio Prado, conocido como ladrón, que huyó a Europa, <véase el expediente Prado, de Víctor García Belaúnde>). Otra de las justificaciones para asignar los sueldos a los ex Presidentes se refería a que Patricio Aylwin iba a terminar sin medios económicos  para sobrevivir.

 

Los Presidentes, al final de su misión de cuatro años, generalmente terminan jóvenes aún, por consiguiente, el Estado debe mantener el sueldo y sus gastos de representación. Pienso que si en Chile se antepusiera la ética a cualquier interés personal, un Presidente de altura moral debiera renunciar a tan injusto estipendio, si lo comparamos con jubilados que hoy tienen que recorrer las calles pidiendo limosna, (como es el caso de una profesora y de otros cuantos trabajadores).

 

En estos tiempos, al igual que en la República Parlamentaria, (1891-1925), la casta política está cada vez más lejana a sus electores. No sólo diputados y senadores reciben sueldos indignantes para un país pobre, sino también miembros de las Cortes y Generales de las Fuerzas Armadas. Llegar al poder en Chile permite convertirse en millonario sin mayor esfuerzo.

 

El drama de nuestra democracia ciega, coja, tuerta y muda es que en vez de acortar la brecha entre ricos y pobres, cada día la amplían, convirtiendo así a este país en uno de los más desiguales del mundo.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

31/07/2019     



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