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Covid-19 ¿Se está ganando la batalla de Santiago?

En primer lugar, la batalla de Santiago es, en realidad, la batalla de toda la región central del país, es decir, de Santiago, de Valparaíso y todas sus ciudades aledañas. Se trata de una macro región con altos niveles de intercambios humanos y comerciales cotidianos, de modo que lo que sucede en una parte no se puede separar de lo que sucede en la otra. La etapa de las cuarentenas circunscritas a una comuna, rodeada de otras comunas sin cuarentena, pero unidas a la primera por varios cientos de miles de habitantes que viven en una comuna pero deben trabajar en la otra, ya pasó, y demostró su absoluto fracaso. Incluso se llegó a dividir comunas en dos pedazos, uno en cuarentena y el otro no, como si fueran unidades independientes y sin contactos e intercambios intensos y habituales. Hoy en día, cuando la pandemia se ha expandido, sobre todo en los barrios pobres de las ciudades más pobladas del país, la suerte del país y de la pandemia se juega en la batalla de Santiago, Valparaíso y sus alrededores.

¿Cómo se mide el avance victorioso en una guerra?  Hay varios indicadores posibles. Uno de ellos es porcentaje de la población o del área del país que ha pasado a estar bajo dominio del enemigo. Si usamos ese indicador, es obvio que la batalla no la estamos ganando, pues hemos pasado de cuarentenas en unas pocas comunas, a una cuarentena que abarca ya a más de la mitad de la población del país.

Otro indicador posible en toda guerra es la cantidad de muertos. Si el ejército enemigo nos ocasiona una cantidad creciente de muertos, entonces no estamos ganando la guerra, sino que estamos sumidos en un desgaste que mina día a día nuestras propias fuerzas. Todo el país conoce – por la vía del parte de guerra que se lee todos los días a mediodía – cual es la situación en esta materia.

Pero el grado de éxito o de fracaso en una guerra no se mide solo por la cantidad de muertos, sino también de los heridos, es decir, de los que han sido tocados por la fuerza del enemigo, pero no han perdido la vida. La cantidad de los que han sido tocados por el coronavirus, es decir, de los infectados, crece día a día. No estamos ganando la guerra por ese lado. Y esa cantidad de infectados hay que medirla bien. No se trata solo de los que se han sentido suficientemente  mal como para acudir a un centro médico, sino también de los miles que caminan por las calles sin saber que están infectados.

Las cuarentenas, si se constituyen en el elemento central de la estrategia para ganar la guerra, hay que tratar de que funcionen de verdad. Si se decreta cuarentena en una comuna, pero más de la mitad de los habitantes de dicha comuna salen todos los días a la calle a ganarse el pan de cada día, la cuarentena se convierte en una medida ineficaz, no por irresponsabilidad de los ciudadanos, como se ha pretendido decir, sino porque la gente no puede quedarse en sus casas si no tiene ingresos y, por lo tanto, no tiene qué echarle a la olla. Por eso las cuarentenas tienen que ir unidas a medidas encaminadas a proveer de ingresos a los sectores más vulnerables, para que estos, a su vez, puedan proveerse de alimentos, pues cuarentenas con hambre no funcionan.




Si no se está ganando una guerra que tenemos que enfrentar, hay que cambiar de estrategia. Algunos elementos de una nueva estrategia deben ser el poner énfasis en la trazabilidad, el seguimiento y el aislamiento. Para ello deben hacerse miles de test, ojalá 100 mil o más cada día, lo cual implica cientos de nuevos laboratorios de análisis, que trabajen día y noche, con todos los implementos del caso, cualquiera que sea su costo. Igualmente son necesarios miles de equipos humanos que hagan los test en forma masiva, rodeando y testeando a barrios enteros, con los correspondientes apoyos policiales o militares. Los centros de atención primaria, en sus niveles actuales, no son capaces de asumir una tarea como esa. El mero decreto de que los centros primarios enfrenten esa tarea puede conducir a un nuevo fracaso si no se enfrenta con todos los recursos institucionales, humanos y financieros que la situación impone. También se necesitan varios miles de residencias hospitalarias donde poder llevar a los contagiados sintomáticos o asintomáticos. Hay que hacer uso para ello de los hoteles existentes en cada comuna – que por lo demás tienen poca clientela en medio de esta crisis – o de escuelas o centros deportivos, y ponerlos a todos al servicio de ganar la guerra.  Hay que tener confianza en que es posible revertir el curso actual de la guerra, pero eso exige cambios importantes en la manera de enfrentarla.

 

Por Sergio Arancibia

 

 

 

 



El Clarín de Chile

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