La agricultura es la cenicienta de las estadísticas nacionales. Mientras para el sector financiero o manufacturero hay cifras actualizadas mes a mes – y con mucha mayor razón de año en año – las estadísticas agropecuarias tiene un atraso mucho mayor. El último censo agropecuario se realizó en el año 2007 y ahora está en proceso la realización de una nueva versión, 14 años después.

El censo del 2007, sin embargo, entrega datos que son poco conocidos por la opinión pública y por el sistema político nacional. Y la ausencia de datos confiables impide tomar decisiones adecuadas de política económica, y posibilita que cada uno se forme la opinión que quiera – con fundamento o sin él – sobre las características más estructurales del campo chileno. Una de esas visiones poco fundadas es la que supone que en el campo chileno predomina una distribución de la tierra poco concentrada que, en alguna medida, es herencia de la reforma agraria de los años 60 y 70. Los datos disponibles no avalan fácilmente esa idea.

Los datos del censo del 2007 reflejan un Chile agrario que ya ha asimilado los embates de la contra reforma agraria llevada adelante por la dictadura, que devolvió tierras a muchos de los propietarios agrícolas afectados por la reforma agraria, que vendió al mejor postor otra parte importante de las tierras expropiadas, y que entregó a los campesinos una tercera porción de esas tierras. Muchas de estas últimas, a su vez, fueron rápidamente adquiridas por propietarios más poderosos económicamente pertenecientes a los viejos hacendados y/o a los nuevos capitales que llegaron al campo con las reformas de Pinochet.  También los datos del 2007 son expresión de un sector agrario que ya había asimilado las políticas económicas de los 17 primeros años de la democracia. Es dable suponer, por lo tanto, que desde el 2007 a la fecha no han tenido lugar grandes cambios estructurales en el sector agrario, y que los cambios que sin duda han tenido lugar han sido más bien consecuencia de las fuerzas del mercado, que han empujado a la subdivisión de las tierras y/o a la concentración de las mismas. Veamos los datos al respecto.

El censo del 2007 muestra la presencia de 282.250 unidades de producción dedicadas a las actividades agrícolas, pecuarias y/o forestales. De esa cantidad 208.216, es decir, el 73 % de las unidades productivas tienen menos de 20 hectáreas, y constituyen lo que el mismo censo califica como pequeña producción agraria. Hay, por lo tanto, un dominio claro e indiscutible de las unidades pequeñas. Más aun, ese conjunto de pequeñas unidades productivas cubre una superficie de tierra que suma 1.129.557 hectáreas, lo cual significa el 3.06% de la tierra agrícola nacional. Esa cantidad de propietarios, y esa cantidad de tierras, arrojan un promedio de 5.42 hectáreas por unidad productiva, lo cual es bastante menos que la cota que se toma como máximo de este tipo de productor, que es de 20 hectáreas, como ya dijimos.  Estamos en presencia, por lo tanto, de más de 200 mil pequeños productores campesinos, y de sus familias, que constituyen la fuerza humana y social predominante en el campo chileno.

Lo que el censo denomina como medianos productores son aquellos que tienen entre 20 y 100 hectáreas. Esa categoría da cuenta de 53.811 unidades productivas que cubren 2.243.387 hectáreas, con un promedio de 41.69 hectáreas por unidad productiva.




Pero los predios grandes, que van de las 100 hectáreas hacia arriba son 21.223 unidades, que cubren 33.452.279 hectáreas – el 90.8 % de la superficie agrícola nacional – con un promedio de 1.576,22 hectáreas por unidad productiva.

De estos datos, aun cuando un tanto atrasados, se pone de relieve un campo chileno caracterizado por el minifundio y por el latifundio, aun cuando ya no se trata, en los fundamental, en lo que respecta a estos últimos, de la vieja hacienda de raíces coloniales y con presencia de la institución semi servil del inquilinaje.

Los pequeños agricultores – lo que se denomina hoy en día en la literatura correspondiente la agricultura familiar campesina – es la figura social predominante en el campo chileno y al igual que los pequeños empresarios urbanos de carácter manufacturero o comercial, merecen ser objeto de políticas económicas especificas encaminadas a su desarrollo productivo y social.

 

Por Sergio Arancibia

 



El Clarín de Chile

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