Por años la librería Rucaray fue un lugar de encuentro y literatura.
Su formato de bolsillo no era impedimento para recibir en su estrechez de muros a quien quisiera conversar un rato, harto conversar, y quizás tomarse un té con una hallulla con mortadela.
Era el tiempo duro, oscuro, terrible del comienzo de los años ochenta. Cuando cualquier paso en falso costaba, cuando menos, una temporada en la cárcel, previo paso por las mazmorras de la CNI.
Era agradable quedarse largo rato, un par de horas a veces, hojeando libros, conversando con Víctor Hugo y con Mario o con los escritores y compañeros que a menudo pasaban por ahí.
Lector, conocedor, amistoso, conversador, memorioso, Mario era puerto necesario para muchos que buscaban no solo textos prohibidos, sino que el abrazo de la amistad y el refugio momentáneo.
La Librería Rucaray, esa pequeña tabla de salvación del hastío y del miedo, quedaba frente al teatro La Comedia, en la calle Merced cuando las únicas luces que se veían encendidas en las tardes de ese barrio solitario eran las de ese teatro y la de esa la librería.
Un día, la Rucaray se cambió de barrio y de nombre.
En Valparaíso, con el sugestivo nombre de Crisis, Mario Llancaqueo siguió perfeccionando su misión de librero, quizás uno de los últimos, y ahora lamento la noticia de su muerte que nos recuerda cuánto se adeuda en reconocimiento y memoria.
¡Honor y gloria!
Por Ricardo Candia Cares
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