No cualquiera viste a los poderosos en un país en que esa gente define todo lo que existe entre otras cosas, la riqueza. Y, por cierto, la pobreza.

En dos tandas, un grupo de ladrones arrasa con las ropas que estaban reservadas para la gente dueña del sistema y de todo lo demás.

Veinte minutos se tomaron los mecheros para arrasar con lo que pillaron en la tienda que entre otras gracias puede lucir el mérito de estar en la comuna con más dotación de carabineros del país, y la que cuenta que el más grande sistema de guardias municipales que pululan por las empingorotadas calles de Las Condes las veinticuatro horas del día.

La dueña de la exclusiva tienda deja caer su opinión respecto del quehacer policial, el que en veinte minutos no fue capaz de hacerse presente. En sus palabras, la responsable es la ministra Izkia Siches.

Sarika Rodrik exculpa la responsabilidad policial: “Qué pueden hacer ellos si no pueden disparar”, dice sin inmutarse. “A ellos les inquietan sus CAPREDENA”, agrega dando cuenta que sabrá mucho de moda, pero ni siquiera lee las noticias.




No. Definitivamente para la víctima de ese millonario robo, estuvo bien que Carabineros no se haya hecho presente. Es comprensible que así fuere.

Queda de manifiesto el alcance intelectual de la derecha chilena que mira la realidad a través de sus convicciones empañadas por sus intereses.

En esa concepción de lo real, Carabineros no tiene manera de enfrentar un asalto como el que sufrió. Según ella, la policía no tiene herramientas, ni mandato, ni apoyo para cumplir el cometido de evitar o, por lo menos, acudir ante la comisión de un delito.

La señora Rodrik no se pregunta por qué en ese caso no puede actuar Carabineros, pero sí lo hace en el preciso momento en que estudiantes, pobladores, trabajadores, mapuche o cualquier sujeto del lado de los perdedores y pobres, todos desarmados, se atreven a gritar sus consignas. En ese caso los efectivos policiales llegan con una prontitud de mérito.

Sarika no alcanza a entender que, para Carabineros, otra cosa es con armas.

Es que el convencimiento de ese tipo de cultura cegada, limitada, asentada en un anticomunismo primitivo y visceral, lo que hace la policía en su función de eficientes apaleadores de estudiantes, es algo que ni siquiera se piensa como ilegítimo, cruel o alejado de la mínima norma.

Es porque debe ser.

Por extensión, si la policía y las fuerzas armadas matan, torturan o desaparecen seres humanos indefensos, será porque algo habrán hecho, porque amenazaban la sacrosanta propiedad privada o porque intentan subvertir los valores cristianos y las buenas maneras.

Esa misma cultura de la que la señora Rodrik es fiel representante, por muchos años dijo no saber lo que pasaba ante sus ojos: desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, prisión política, tortura, exilio.

A lo sumo, en un secreto acto de contrición, habrán pedido al Altísimo el perdón para quienes tuvieron la misión del trabajo sucio, tan necesario cuando se trata de la amenaza del comunismo.

Por eso no resulta extraño que la señora Rodrik, aun cuando fue objeto de cuantiosos robos, dispense a la ineficacia policial.

Pobrecitos carabineros, no pueden hacer más de lo que hacen porque se les persigue, se les quita apoyo, no tienen herramientas y quedan sin pensiones.

Y, por cierto, no se le pasa por su acomodada cabeza que lo de Carabineros no es otra cosa que los efectos nocivos de la carcoma de la corrupción que los ha llevado a la casi desintegración moral y estructural.

Y que esa demolición cancroide le viene socavando desde los tiempos en que Pinochet encabezaba el más largo y terrible proceso de descomposición moral de las instituciones armadas.

Pero no.

La culpa la tiene la ministra del Interior, así sea que aún no cumpla dos meses en el cargo, que no le cuida suficientemente su mini pyme.

 

Por Ricardo Candia Cares



El Clarín de Chile

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  • La Sra. Rodrik no es , si no , el más fiel exponente de la incultura y soberbia de la DERÉ, que vive en el mundo de Bilz y Pap.

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