Se ha puesto de moda afirmar con gran prosapia que las cotizaciones sean individuales y punto. Es aquello del «con mi plata no», salvo para alimentar con las comisiones que se pagan a las AFP sus utilidades insólitas o para financiar el perdonazo de la deuda contraída por las Isapres con sus cotizantes por cobros indebidos, con la protección de la mayoría derechista del Senado y de economistas al servicio de los intereses del gran empresariado.

Nada de igualar un piso básico para hombres y mujeres, por ejemplo. Se argumenta que, si de solidaridad se trata, se debe hacer a través de transferencias directas financiadas con impuestos. Estas transferencias son necesarias, claro, pero la mutualización justa de riesgos y la solidaridad entre cotizantes y prestadores de servicios independientes también tiene sentido.

 

Cada vez que un grupo establece una cuota para un asado, suele ser igual para todos si es más o menos homogéneo. Pero ¿no tiene acaso sentido eximir de pago o pedir una cuota menor a quien viva una situación más difícil? El tema con las cotizaciones no es muy distinto, especialmente en el caso de las mujeres que tienen menos «empleabilidad», tienen «lagunas» por maternidad y suelen recibir salarios inferiores por la misma función que realizan hombres.

 

Ocurre, además, que los impuestos tienen en el IVA un componente altamente regresivo, por lo que con mayor razón se debe introducir, como hace la reforma previsional propuesta por el gobierno, grados razonables pero significativos de solidaridad entre asalariados y prestadores de servicios, entre los que existen grandes diferencias de niveles de ingresos. Claro está, las diferencias son mucho mayores con los perceptores de ingresos del capital más ricos, pero estos pagan poco impuesto a la renta en nombre de exenciones para «favorecer la inversión» y se oponen a todo impuesto a la riqueza, como también propuso originalmente el gobierno y fue rechazado en la idea de legislar por la derecha.

 

Milton Friedman decía que él no dejaba pasar oportunidad de recomendar rechazar o bajar un impuesto, cualquiera éste fuera, dada su postura contraria a la intervención estatal en la economía. Es lo que hace la actual mayoría en el parlamento. Los que valoramos la equidad social, y que alcance al menos niveles de decencia básica, en cambio, pensamos que no se debe dejar pasar ninguna oportunidad de redistribuir desde los ingresos más altos hacia los más bajos, aunque se trate de ingresos de personas dependientes o por prestación de servicios.




 

Los que se oponen hacen gala de aquello que «con mi plata no». Pero no debe dejar de subrayarse que se trata de la expresión más febril de un individualismo desenfrenado, aquel que hace imposible la convivencia decente en cualquier sociedad, incluyendo en ocasiones en los asados.

 

Gonzalo Martner



Gonzalo Martner

Economista, profesor de la Usach, expresidente del PS.

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