
El Chile plebeyo
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La Comisión Presidencial que discutió la metodología para determinar los niveles de pobreza existentes en el país, llegó a la conclusión de que, en 2022, una correcta evaluación de la misma llevaría a que la tasa de pobreza superaba el 20 % de la población. Es dable suponer que ese porcentaje no ha variado mucho al día de hoy. Con una población cercana a los 20 millones de habitantes el 20 % de pobreza arrojaría una cantidad de pobres de aproximadamente 4 millones de habitantes.
En el mundo laboral existen más de 900 mil desocupados, y de la masa de chilenos que figuran en las estadísticas como ocupados hay 2 millones 400 mil que lo están en el sector de la economía conocido como informal, que carecen de todo tipo de previsión social y que están condenados a vivir su vejez en los estrechos límites de la PGU.
Los que figuran como ocupados en las estadísticas nacionales basta que trabajen una hora a la semana o más, en alguna actividad remunerada, para ser considerados dentro de esa categoría.
Además de lo anterior, hay más de 300 mil jóvenes entre 15 y 25 años, que no estudian ni trabajan, con lo cual carecen no solo de ingresos, sino también de esperanzas y de horizontes.
No se puede hacer una suma simple de todas las categorías mencionadas, pues hay muchos ciudadanos que están en dos o más de ellas, es decir, a modo de ejemplo, hay quienes son pobres y trabajan al mismo tiempo en el sector informal y no correspondería, por lo tanto, que se sumaran dos veces. Pero como quiera que sea, existen en el país una suma de varios millones de compatriotas que constituyen lo que legítimamente podríamos denominar como el Chile plebeyo, que no tiene trabajos ni ingresos seguros ni suficientes para una vida digna, o que tienen altas dificultades para integrarse al mercado del trabajo, que se cierra para ellos; o que trabajan en lo que puedan, es decir, básicamente en el sector informal, del cual muchas autoridades solo se acuerdan para reprimirlos.
La inmensa mayoría de este Chile plebeyo no tiene un acceso oportuno a los servicios de salud, no tienen un alto nivel de escolaridad, o han logrado estudiar en liceos municipales que no son de buena calidad y no los capacitan para acceder al mercado del trabajo ni para continuar con estudios superiores. Se trata de millones de ciudadanos que son poco visualizados por el resto del país que prefiere suponer la no existencia de los plebeyos – para no entrar en contradicción con su cómoda conciencia social – o asumir que la situación de ese sector no es tan dramática, o que son pobres porque son flojos.
Ese Chile plebeyo enfrenta la vida con dignidad y con pudor, pero no tiene muchas esperanzas en que su situación vaya a mejorar o en que la situación de sus hijos vaya a ser muy diferente a la de ellos mismos.
El Chile plebeyo es un Chile de millones. No es una situación focalizada o transitoria. Sin embargo, el Chile socialmente cómodo o alto no tiene muchas veces ni siquiera conciencia de que esa realidad existe, pues viven en otra parte de la ciudad, estudian en otros colegios, van a otros centros de estudios superiores en Chile o en el extranjero, se atienden en otras clínicas, van a otros restaurantes y a otros clubes sociales donde se ven solo con sus iguales.
Pero lo más dramático es que el sistema político tampoco los visualiza. No están presentes en sus discursos, ni en sus programas. No se habla de ellos ni para para ellos. Sus debates políticos son para una clase media superior, culta y tecnocrática, pero los términos y contenidos de esos debates y programas no son entendidos por la señora Juanita, o no tienen nada que le interese. Nada que permita elevar ni el nivel de sus esperanzas ni tampoco los niveles de lo que podría ser su legítima rebeldía.
Sergio Arancibia





