
A 52 años del Golpe de Estado: Memoria, Resistencia y Organización Popular
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A 52 años del golpe cívico militar en Chile, donde compañeros y compañeras entregaron su vida por la conquista de una sociedad nueva, más justa y libre construida por la clase trabajadora, queremos realzar la conciencia y consecuencia de quienes seguimos luchando por la memoria y organización colectiva.
La dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet se impuso con sangre y fuego, instaurando un régimen de terror que se prolongó por diecisiete años. Miles de militantes de partidos de izquierda, dirigentes sindicales, campesinos, estudiantes y pobladores fueron perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados o desaparecidos. La represión no fue un efecto colateral: fue una política planificada para destruir las organizaciones populares, sembrar el miedo y reconfigurar la sociedad chilena al servicio del capital.
El pueblo fue quien cargó el peso de esa violencia. Las poblaciones se convirtieron en territorios militarizados, donde los allanamientos, la vigilancia y el hostigamiento cotidiano buscaban cortar de raíz la capacidad de organización y resistencia. Sin embargo, en esas mismas poblaciones se gestaron también las formas más combativas de lucha contra la dictadura: las barricadas, ollas comunes, comités de allegados, organizaciones de mujeres y juventudes que mantuvieron viva la llama de la rebeldía en medio del terror.
En ese contexto, figuras como Luisa Toledo encarnan la fuerza y la dignidad de las mujeres pobladoras que hicieron frente a la represión. Madre de los hermanos Vergara Toledo, asesinados por la dictadura. Luisa convirtió su dolor en lucha, transformándose en un símbolo de resistencia inquebrantable. Su voz, firme y rebelde, puso en el centro la experiencia de las mujeres de las poblaciones, quienes no solo enfrentaban la pobreza y la violencia del Estado, sino también el silenciamiento dentro de sus propias organizaciones. Desde esa perspectiva de mujer pobladora, la lucha adquiría una dimensión doble: contra el capitalismo y el patriarcado que lo sostiene.
La dictadura no solo persiguió cuerpos y acalló voces: reestructuró la economía chilena bajo el modelo neoliberal, entregando los recursos naturales, privatizando derechos sociales y subordinando la vida de millones de trabajadores y trabajadoras al mercado. Fue un experimento radical del capitalismo, que hasta hoy marca la realidad del pueblo chileno. Por eso, hablar del golpe de Estado y de la represión no es solo un ejercicio de memoria, sino también un acto político presente: entender cómo la violencia de clase fue el mecanismo que permitió consolidar un modelo que aún a día de hoy nos oprime.
Este episodio de nuestra historia nos recuerda que la lucha de clases es real, concreta y brutal. La represión al pueblo no fue producto de “errores” ni de “excesos”, sino la expresión de la necesidad del capital de aplastar cualquier alternativa revolucionaria. Por eso, la tarea que hoy se nos plantea es la misma que entonces: organizar al pueblo, fortalecer las estructuras de base, reconstruir la confianza en la acción colectiva y avanzar en la construcción de un proyecto revolucionario capaz de disputar el poder a la burguesía.
La memoria de quienes resistieron y combatieron, de las y los caídos, y de quienes lucharon incansablemente nos convoca a no rendirnos ni caer en la resignación. El capitalismo sigue produciendo desigualdad, explotación y muerte. Frente a ello, no hay neutralidad posible: o estamos con quienes acumulan riqueza a costa de la miseria del pueblo, o estamos con quienes, desde abajo, organizan la rebeldía.
Hoy más que nunca, levantar banderas de lucha contra el capitalismo no es una consigna del pasado, sino una necesidad urgente. En las poblaciones, en los sindicatos, en los centros de estudio, en cada espacio de organización, debemos dar continuidad a esa historia de resistencia, aprendiendo de los errores y también de los aciertos del movimiento popular chileno. El futuro no se espera: se conquista
Bloque de Organizaciones Populares





