Corrientes Culturales

Una Claudia para todos

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 30 segundos

Nuestra Claudia no tenía la afilada aunque ampulosa cavidad de un volcán como Anna Magnani, el quid del equilibrio entre lo sagrado y lo profano de Silvana Mangano, la metamorfosis del vuelo vulnerable de Giulietta Masina, ni el esplendor de las soberbias formas continentales -se piensa en las Américas- de Sophia Loren, la perfección arrebatadora del rostro de Gina Lollobrigida, o la incontestable curiosidad moderna de Monica Vitti…

 

Pero salió del cascarón a la Lux italiana de fines de los cincuenta, encontró el lugar de la estrella, no solitaria, sino la rara luz lunar o sombra solar como ninguna de las otras. Solo ella podía callar y “agachar el moño” y hacernos sentir que el malestar tiene el cuerpo de una viuda adolescente o el poder de la eternidad en una mirada de huraña a desarmante. Había que ser italiano para no dimensionar el estruendo de un segundo cuando la sensación del amor es atacada.

 

Cuando Brigitte Bardot removía el piso con ‘Y Dios creó la mujer’, viajó esta Claudia desde Túnez a Venecia como la más linda joven de la entonces colonia francesa. Al final llegó a Roma a probarse como actriz y de hecho ahí fijó su residencia. Conocer a un productor importante y de su mano (literalmente se casó con él) ingresar a la época más fenomenal del cine italiano (e internacional), la que surgía con fórceps del dopoguerra, y se aprontaba a concadenar los mayores éxitos conjuntos de crítica y público en la historia del cine peninsular, la que corresponde a la modernidad de este arte industrial entre comienzos de los años 50 y mediados de los 60, con la alta valoración internacional de Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, Luchino Visconti, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni y Pier Paolo Pasolini.

 

Con ‘El bello Antonio’ de Mauro Bolognini, inaugura la década de los sesenta con un primer rol protagónico escrito por Pasolini y con Mastroianni a su lado. A partir de ahí va a trabajar con algunos de los más prestigiosos realizadores del país: Luchino Visconti, que la dirigirá en cuatro oportunidades y que ella reconocerá como su maestro: ‘Rocco y sus hermanos’ (1960), ‘El gatopardo’ (1963), ‘Sandra’ (1965), y ‘Grupo de familia’ (1974, no acreditada). Con Fellini va a coincidir en ‘8½’ (1963). En esa década aparecerá además en films de Valerio Zurlini (‘La muchacha de la valija’, 1961, en uno de sus más bellos momentos), de nuevo Bolognini en ‘Senilidad’ (de la novela de Italo Svevo), Luigi Comencini, Francesco Maselli, Antonio Pietrangeli, y otros especialistas de la commedia all’italiana.




 

También en esos años tendrá una larga conexión con el cine hollywoodense desde la primera entrega de la célebre comedia que se alargará a serie ‘La pantera rosa’ en 1963 -escoltada por Peter Sellers, David Niven y Robert Wagner-, y que continua con variados géneros (aventuras, espionaje, western, guerra) de mejor o peor resultado: ‘’El fabuloso mundo del circo’ (1964, junto a John Wayne y Rita Hayworth como sus padres), ‘Misión secreta’ (1966, con Rock Hudson), ‘Talla de valientes’ (1966, con Anthony Quinn y Alain Delon), ‘Los profesionales’ (del mismo año, esta vez acompañada por Burt Lancaster, Lee Marvin y Jack Palance), ‘No hagan olas’ (1967, con Tony Curtis y Sharon Tate), y otras dos en 1968, ‘Los valientes mueren jóvenes’ y ‘Érase una vez en el oeste’, esta última a las órdenes de su compatriota Sergio Leone, y complementada por Henry Fonda, Charles Bronson y Jason Robards.

 

Su carrera va a sufrir tanto como la mayor parte de las actrices contemporáneas con el advenimiento de los años 70 y 80. Los grandes realizadores han muerto o se han retirado, y las antiguas musas se amustian en sus lujosas villas. Nuestra Claudia no fue una excepción, aunque no se retiró oficialmente ni tampoco cayó en un olvido insondable. Tuvo al menos, fuera del pequeño rol en el último film con Visconti, dos nuevos acercamientos con grandes directores, Marco Ferreri y ‘La audiencia’ de 1972, y diez años más tarde, la buena hora en que le dio un sí a Werner Herzog en ‘Fitzcarraldo’.

 

Se dijo al principio que no tenía esas cualidades de las actrices mencionadas -sin duda las más dotadas del cine italiano-, pero a diferencia de ellas, encumbró su tipo común mediterráneo hasta convertirlo en fuente secreta, misteriosa y enigmática, y depositarlo en los ojos de todos nosotros, hechizados y hechizadas…

 

por Nacho Corces

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Crítico de cine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *