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Beatriz Allende. Una vida revolucionaria en América Latina durante la Guerra Fría

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Publicado por LOM y escrito en un tono feminista acorde con nuestros tiempos – el fondo de la portada luce el morado que en lenguaje de género simboliza la lucha por la igualdad, la justicia, la dignidad y la conciencia de las mujeres –  el texto de la historiadora británica Tanya Harmer, a través de la figura de la hija políticamente más próxima a Salvador Allende, nos recrea un tiempo de sueños, aspiraciones de justicia e igualdad, un  Chile en proceso de reformas que finalmente concluyó en la tragedia que conocemos.

En una primera aproximación al texto me pareció que su autora forzaba la creación de un personaje en clave de género poco aplicable a la época y al contexto. Mientras iba leyéndolo por algún momento pensé que “la Tati”, era el pretexto perfecto para revivir una época y un tiempo cuyas imágenes se difundieron en blanco y negro. En ese sentido la autora recrea minuciosamente un fresco epocal  – fines de la década del 50’ e irrupción del mito guerrillero, la década del 60’ e inicios de los 70’, la era de las transformaciones estructurales, hasta la consolidación de la dictadura coincidente con la muerte de Beatriz -repasando procesos, hechos, personajes con un vasto y a veces inédito uso de fuentes.

Por medio de los distintos acontecimientos que vivió la protagonista del libro – infancia, adolescencia, juventud y adultez – es posible aproximarnos al Chile   de aquel tiempo donde una generación, de la que la misma Beatriz fue protagonista intento “tomar el cielo por asalto”. En paralelo a su crecimiento y desarrollo se puede observar con mucho detalle los contextos en que se desenvuelven las presidencias de Alessandri y Frei Montalva, la épica de la revolución cubana y su impacto en la juventud revolucionaria chilena y el lento y sinuoso ascenso de Allende hasta llegar a La Moneda.

En mi caso particular me hizo sentido la reseña y análisis del impacto que tuvo el terremoto de 1960 en un país que ya tenía un historial de violencia institucional y desigualdad y que empujó definitivamente a una generación de jóvenes a optar por la radicalidad teniendo además como horizonte el ejemplo de Fidel y el Che. El libro de Daniel Matamala sobre el mundial chileno, escrito para otro contexto y propósito – los 50 años del mundial de 1962 – ya había llamado la atención sobre los efectos negativos que aquel desastre tuvo sobre el presupuesto de ese evento deportivo que obligó a cambiar prioridades y focos pero que, como bien lo describe el libro de Harmer, también desesperanzó a una generación que vivió en primera persona el horror de la miseria, el abandono y la falta de políticas públicas agravadas por ese desastre. Un punto sobre el cual, en general la historiografía chilena ha pasado por alto concentrando su foco en la implementación de los proyectos estructurales que encabezaron sucesivamente Alessandri, Frei y el mismo Allende.




El libro, haciendo uso de una amplia bibliografía y entrevistas, logra recrear con bastante claridad una época llena de colores y flores pero que sin embargo se retrató en blanco y negro, como lo recogió también su final.

Más allá de la vida de Beatriz y del buen fresco epocal que la historiadora británica logra para quien suscribe esta columna son dignos de poner de manifiesto aspectos que se evidencian en el libro como la prensa variopinta de aquel tiempo que daba cuenta de la diversidad democrática del país que iban desde La Tercera, La Segunda, Las Últimas Noticias, Ercilla pasando por las de sociedad como Eva o Gente hasta El Siglo, Clarín Punto Final y Las Noticias de última Hora, impensable para el medio periodístico actual dominado por los grupos económicos de derecha que han establecido una verdad única.

El texto en comento también articula muy bien como la generación de Beatriz, Enríquez, Pascal Allende, Elmo Catalán, Celsa Parrau, Ricardo Pincheira, Arnoldo Camú, Eduardo Coco Paredes, Carlos Lorca, entre muchos otros se van radicalizando y entrelazándose entre sí para confluir casi todos en La Moneda deambulando en torno a la figura de Salvador Allende y su hija Beatriz. Siguiendo casi todo el mismo final trágico del presidente.

A través del relato de Tanya Harmer se puede evidenciar con mucha más visibilidad la precariedad e improvisación de la izquierda de aquel tiempo– que ya se podía observar en Altamirano de Patricia Politzer o en Conversaciones con Altamirano de Gabriel Salazar – llena de recursos discursivos, pero falta de cohesión y logística al momento de la verdad. El texto también reitera la propensión a la violencia de la derecha chilena que a diferencia de izquierda y del propio presidente Allende, no titubeo ni un momento, ni cuestionó su uso, ni la instrumentalización de las fuerzas armadas, para defender sus privilegios y dejar un regadero de sangre, muerte y dolor en el país.

También desde Beatriz, se percibe el nivel de improvisación de la política exterior cubana de aquel tiempo, en especial del departamento América, que intentó minar América Latina con intentos revolucionarios que fracasaron uno tras otro.

Como todo buen texto este no estará exento de debates y polémicas. En ese sentido tengo la impresión de que la autora basándose en una fuente no oficiales ni confiables como si lo son los informes Retigg o Valech sitúa en doce mil las personas asesinadas durante los primeros meses del golpe, cifra bastante abultada y muy lejos de los números oficiales que diferentes comisiones y organismos han acreditado en Chile, datos que deben ser presentados con la mayor rigurosidad en especial dado los tiempos que vivimos donde un sector ha comenzado a reivindicar aquella dictadura. A su vez Harmer habla de un distanciamiento extenso de Allende con Altamirano dando prueba de ello la ausencia prolongada de este último de las reuniones privadas de El Cañaveral, lo cierto es que ese distanciamiento solo fue político, ambos continuaron siendo amigos y el secretario general del PS se cuenta entre las personalidades que visitaban frecuentemente el Cañaveral incluso en los días previos al golpe tal como está registrado en el texto de Salazar: “pero téngalo claro don Gabriel, aun así nunca se trizo nuestra amistad que estaba basada en un aprecio de intimidad, no solo en asuntos públicos. Piensa que, prácticamente todos los fines de semana yo iba a almorzar o a comer con él a la residencia de El Cañaveral. Yo era, tal vez, el invitado más asiduo del Cañaveral”.

Por cierto, el texto no se atreve a abordar lo que sí hizo “Conversaciones con Altamirano”, el carácter trágico de Allende que se extiende además a una parte de su familia, que convivió permanente con su lado erótico (las mujeres) tema vedado en la izquierda y que el ex secretario general del PS se atrevió a tocar: “le pesaba el sentido trágico de su destino político que lo proyectaba a la muerte más que en otra dirección”, tal como lo señaló en múltiples discursos públicos, como se los recordó a sus más cercanos los meses y días previos al golpe y como la manifestó en su último discurso “solo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”.

Ese sentido trágico también ha golpeado permanentemente a la familia Allende con varios suicidios a lo largo de ya tres generaciones y que no solo cobró víctimas en Salvador y Beatriz sino también en su hermana Laura y su nieto Gonzalo Meza. Una familia con una impronta trágica que exige una mayor comprensión, desafío que escapa al monopolio de la política que ha cruzado a este clan. El destino trágico de Allende y de su hija Beatriz, manipulado por la izquierda y particularmente por el régimen cubano, por cierto, producidos en ambientes oscuros y de desolación, merecen una mayor comprensión y sinceramiento al momento de su análisis y juicio.

El texto al poner a Beatriz Allende como emblema de aquel tiempo también intenta rescatar el rol de las mujeres en ese proceso escasamente visibilizadas salvo excepciones como las de Carmen Castillo, La Payita, Hortensia Bussi, la misma Tati u otras mujeres que aparecen destacadas en el texto.

El libro visibiliza el tremendo rol desempeñado por las mujeres, en especial de Beatriz y su madre Hortensia, desde el día después del golpe, tal como ocurrió, además, en el mundo campesino donde son ellas las que salen a buscar a sus muertos, dan la cara, hacen las denuncias y además cargan en sus hombres con los hijos e hijas que sobrevivieron a ese holocausto tal como nos lo ha recordado muchas veces Flor Lazo de la agrupación de detenidos desaparecidos y ejecutados de Paine. El libro es, también, un claro y justo reconocimiento a su papel y a miles de luchadoras.

Agradecer a Tanya Harmer por este tremendo libro que nos recrea un Chile que también fue la víctima más grande de aquella criminal dictadura.

 

Edison Ortiz



Edison Ortiz

Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago

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