Chile al Día Portada Redes sociales y Medios

Cuando el mundo vio una ultraderecha y Chile vio una “alternancia”

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 49 segundos

La diferencia fue inmediata y brutal. Mientras los grandes medios internacionales informaban la victoria de José Antonio Kast como el triunfo de un líder de ultraderecha —ultracatólico, autoritario, heredero político del pinochetismo—, en Chile la cobertura fue otra: sobria, institucional, casi administrativa. Para buena parte de la prensa nacional, el resultado de la segunda vuelta presidencial del 14 de diciembre fue presentado como un simple cambio de gobierno, una alternancia democrática más, desprovista de dramatismo histórico.

En diarios como The Guardian, El País o en análisis difundidos por corresponsales internacionales en Estados Unidos y Europa, Kast fue descrito sin eufemismos: un dirigente de extrema derecha, hijo de un militante nazi alemán, con un programa abiertamente reaccionario en derechos sociales, memoria histórica y libertades civiles. En Chile, en cambio, los titulares evitaron cuidadosamente ese lenguaje. Se habló de “orden”, de “mandato ciudadano”, de “cierre de ciclo”, incluso de “normalidad democrática”.

Esta distancia no es casual ni coyuntural. Es estructural. Revela no solo dos lecturas distintas de un mismo hecho, sino dos posiciones profundamente distintas frente al poder.

La prensa chilena como parte de la transición

Durante más de tres décadas, los grandes medios chilenos no actuaron como observadores críticos del proceso político, sino como actores constitutivos de la institucionalidad de la transición. Desde 1990 en adelante, su función principal fue estabilizar el consenso, reducir los conflictos a claves técnicas y presentar las decisiones ideológicas como inevitabilidades económicas.




En ese marco, la política fue despojada de su dimensión histórica. No hubo quiebres, solo ajustes. No hubo proyectos en disputa, solo “modelos de gestión”. Y, sobre todo, no hubo amenazas estructurales: la democracia era presentada como un hecho consumado, irreversible, aun cuando fuera una democracia limitada, protegida y profundamente desigual.

Por eso hoy, cuando emerge una derecha autoritaria con vocación de ruptura, la prensa chilena no dispone de categorías para nombrarla. Hacerlo implicaría admitir que el sistema que ayudaron a legitimar incubó este resultado. Implicaría reconocer que la transición no fue una superación del autoritarismo, sino su domesticación temporal.

La ausencia de una prensa socialdemócrata

A diferencia de otros países, Chile nunca contó con una prensa socialdemócrata sólida y duradera. No hubo un El País chileno, ni un Guardian local. Los intentos por crear medios ligados a una centroizquierda reformista —como La Época— fueron breves y frágiles. No sobrevivieron al peso de la estructura económica ni al cerco publicitario de los grandes grupos empresariales.

El resultado es un sistema mediático altamente concentrado, dependiente de las grandes corporaciones financieras y del gran empresariado, con escaso pluralismo ideológico real. En ese ecosistema, lo “razonable” es siempre lo que garantiza estabilidad para los mercados, aunque eso implique normalizar opciones autoritarias.

Así, cuando Kast gana, los medios chilenos no se preguntan qué tipo de país ha elegido, sino cómo asegurar la continuidad institucional. El foco no está en el contenido del proyecto ganador, sino en su capacidad de gobernar sin sobresaltos.

El contraste con la mirada externa

Los medios internacionales no comparten esa dependencia estructural. No están insertos en la red de intereses que organiza la política chilena desde la transición. Por eso pueden mirar desde fuera y nombrar lo que ven: una regresión democrática, una victoria de la ultraderecha, un experimento autoritario en un país que se presentaba como modelo de estabilidad.

Esa distancia es incómoda para la elite chilena, pero reveladora. Muestra que el problema no es el “sesgo” extranjero, sino la ceguera doméstica. Una ceguera construida, cultivada y defendida durante años.

Cuando los medios le marcan la pauta al gobierno

Esta lógica quedó brutalmente expuesta tras las declaraciones del presidente colombiano Gustavo Petro, quien afirmó que Chile había elegido a un fascista, seguidor de Pinochet. La reacción fue inmediata. No desde el comando de Kast, sino desde los grandes medios chilenos, que instalaron la idea de una “injerencia indebida” en asuntos internos.

En un punto de prensa, periodistas interpelaron al ministro del Interior, Álvaro Elizalde, exigiendo una respuesta diplomática frente a Colombia. El gobierno, lejos de abrir un debate sobre el fondo de la crítica, se vio obligado a defender la institucionalidad chilena… y, de facto, al presidente electo.

El episodio es revelador: los medios no cuestionaron al poder, lo protegieron. Más aún, obligaron al gobierno saliente —progresista en su origen— a cerrar filas en torno al relato de normalidad democrática.

El verdadero conflicto

Lo que está en juego no es solo la figura de Kast, sino el derecho a nombrar la realidad política. Mientras el mundo habla de ultraderecha, fascismo y autoritarismo, en Chile esos conceptos son expulsados del debate público dominante. Se consideran exageraciones, provocaciones o amenazas al orden.

Ese monopolio del sentido es quizás el legado más persistente de la transición. Y es también su fracaso final. Porque una democracia que no puede nombrar sus propios riesgos es una democracia desarmada.

Chile no enfrenta solo un cambio de gobierno. Enfrenta el cierre de un ciclo histórico. Que los medios se empeñen en presentarlo como una mera alternancia no lo hace menos real. Solo lo vuelve más peligroso.

Paul Walder



Foto del avatar

Paul Walder

Periodista
  1. Serafín Rodríguez says:

    Con lo afirmado no estoy sugiriendo nada negativo. En todo caso la disponibilidad parece ser a tiempo completo pues al director no se le ve ejerciendo su profesión en alguna otra parte. Y si todas las semanas no le resulta posible escribir nada, tal vez cada dos. No es difícil garrapatear un par de párrafos para El Clarín dada ls abundancia de temas disponible, especialmente cuando se ha estudiado para ello.

  2. Serafín Rodríguez says:

    Por fin algo del director de El Clarín! Sus artículos deberían ser semanales y marcar claramente la línea editorial de este medio, la cual no es otra más que «firme junto al pueblo», incluido el mapuche sometido a ocupación militarizada y que ha estado prácticamente ausente por meses de las p®áginas de este medio.

    • Patricio Serendero says:

      Don Serafín:
      Para publicar editoriales cada semana se necesita tiempo para pensar y reflexionar. Clarín no tiene el apoyo de nadie, excepto sus colaboradores voluntarios. Que para las innumerables tareas de gestión que supone un diario digital son muy pocas por no decir inexistentes. Su Director tiene que correr para estar en la misa y en la procesión.
      Un poco más de apoyo, de todos los tipos posibles a El Clarín, le harían un favor al diario y con ello a la libertad de prensa y el pluralismo, que tanta falta en este país donde se impone el pensamiento y un modelo único, como tan bien lo describe aquí Paul Walder.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *