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Una autocrítica sin pueblo ni crisis: lo que el documento de Jackson no dice

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La autocrítica difundida por Giorgio Jackson tras la derrota del oficialismo en el balotaje presidencial pretende cerrar un ciclo, pero en realidad expone con crudeza sus límites. No tanto por lo que reconoce —errores de gestión, fallas tácticas, decisiones mal calibradas— sino, sobre todo, por lo que no ve, no nombra y no asume. El texto se presenta como un ejercicio de reflexión política, pero está lejos de enfrentar el momento histórico que atraviesa Chile. No es una autocrítica del poder frente al país, sino un documento endogámico, dirigido a la militancia y a los cuadros políticos, desconectado del impacto real que esta derrota tiene sobre el pueblo y sobre el régimen político en su conjunto.

El primer problema del documento no es semántico, es político. En ninguna parte aparece una conciencia clara de que este gobierno asumió el poder tras la mayor crisis de legitimidad del sistema político desde el fin de la dictadura. El estallido social de 2019 no fue un episodio más: fue una ruptura profunda del consenso transicional. Gobernar después de ese quiebre exigía una comprensión histórica excepcional, una lectura estructural del momento y una voluntad explícita de confrontar intereses. Nada de eso aparece en el texto.

Jackson no plantea que el problema haya sido no estar a la altura de una crisis de magnitud histórica. Habla de errores evitables, de malas decisiones, de descoordinaciones. Pero no hay una reflexión sobre la responsabilidad de gobernar un país en crisis estructural, ni sobre el hecho de que el gobierno no solo heredó una crisis, sino que terminó entregando el país a una crisis aún mayor: la llegada de una ultraderecha autoritaria al poder.

Tampoco hay una autocrítica dirigida al pueblo. El texto no se pregunta qué significa esta derrota para las mayorías sociales, para los sectores populares, para quienes depositaron en este proyecto una expectativa de cambio real. No hay una palabra sobre el sentido histórico de la derrota, ni sobre el miedo, la incertidumbre o el retroceso que implica para amplios sectores de la sociedad chilena. La autocrítica parece pensada para el interior del sistema político, no para quienes quedan fuera de él.




Más grave aún: el documento no asume que el escenario político ha cambiado de naturaleza. Se sigue hablando —implícitamente— desde categorías propias de la transición: continuidad, alternancia, corrección de errores. Ese marco podía tener sentido hace diez o veinte años, cuando el eje político estaba marcado por la alternancia entre una centroizquierda neoliberal y una centroderecha neoliberal, ambas comprometidas con estándares mínimos de democracia liberal. Ese ciclo se ha cerrado.

Hoy no estamos frente a una continuidad del modelo transicional. Estamos frente a un corte histórico. Chile Vamos ha desaparecido como eje ordenador de la derecha. La derecha que gobierna hoy es una ultraderecha que reivindica la dictadura, relativiza los derechos humanos y propone una democracia profundamente restringida. Negarse a nombrar ese quiebre es una forma de negación política.

El texto de Jackson parece dialogar con un pasado que ya no existe. No problematiza el hecho de que se ha roto el pacto implícito que sostuvo la política chilena desde 1990. No hay una reflexión sobre el fin efectivo de la transición, ni sobre el carácter cualitativamente distinto del régimen que se abre. En ese sentido, la autocrítica no es solo insuficiente: es anacrónica.

Otro elemento clave es la ausencia total de una reflexión sobre el poder real. El documento no se pregunta qué vio esta generación cuando llegó al gobierno, qué fuerzas enfrentó, qué intereses la condicionaron, ni por qué se adaptó sin pelear. No hay una crítica a la renuncia temprana a las reformas estructurales, ni a la decisión consciente de gobernar bajo los márgenes del modelo heredado. Las ISAPRES, las AFP, el estado de excepción en Wallmapu, la política de seguridad: todo eso aparece, cuando aparece, como errores de gestión, no como decisiones políticas que marcaron un giro estratégico.

Aquí no se trata de decir que el gobierno fue derrotado por la derecha o por los medios. Se trata de asumir que gobernó sin convicciones suficientes, sin un programa capaz de sostenerse frente al poder económico, mediático y estatal. Y eso no es un problema de táctica, es un problema de proyecto.

Finalmente, el documento elude la pregunta más incómoda: ¿qué tipo de oposición es posible ahora? ¿Quién va a conducirla? ¿Con qué ideas, con qué base social, con qué horizonte histórico? La autocrítica no abre ese debate. Parece asumir que el mismo elenco político, las mismas categorías y los mismos marcos interpretativos servirán para enfrentar un escenario radicalmente distinto. Esa es, quizás, la omisión más peligrosa.

La derrota del oficialismo no es solo electoral. Es una derrota de época para un progresismo que no supo —o no quiso— comprender el momento histórico que le tocó gobernar. El texto de Jackson intenta cerrar ese ciclo con una reflexión interna, pero el país no está en un cierre ordenado. Está en una crisis política mayor, de consecuencias abiertas.

No nombrar esa crisis no la hace desaparecer. Solo la vuelve más profunda.

Paul Walder

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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Paul Walder

Periodista

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