
El factor Tucumán en el montaje de la Lista de 119: Interrogantes que unen a argentinos y chilenos 50 años después
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Un honor conferido por la presidenta de una democracia al dictador de un país vecino ofrece pistas para entender el trasfondo de un montaje de inteligencia militar de hace 50 años, conocido como Operación Colombo o la Lista de los 119.
A fines de febrero de 1975, María Estela Martínez de Perón, presidenta de la República Argentina, otorgó la Orden de Mayo al Mérito Militar a Augusto Pinochet.
En los 18 meses transcurridos después del golpe civil-militar encabezado por Pinochet, más de 1.600 personas habían sido ejecutadas extrajudicialmente o desaparecidas tras ser secuestradas; miles más estaban recluidas arbitrariamente en prisiones, algunas reconocidas, otras clandestinas. La mandataria argentina enaltecía al dictador trasandino al mismo tiempo que comenzaba a emular en su propio territorio las mismas prácticas que ya habían sido condenadas por las Naciones Unidas en noviembre del año anterior.
El 5 de febrero, tres semanas antes de su reconocimiento al dictador chileno, la presidenta Martínez de Perón firmó el Decreto 261/75, que dio luz verde al Ejército para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos” en Tucumán, provincia del noreste del país. En menos de una semana, 1.500 soldados bajo el mando del general Adel Vilas se desplegaron por el sur de la provincia.
Durante 1974 se habían intensificado las ofensivas de la policía federal contra la insurgencia de la Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez, en una provincia en efervescencia social por el cierre masivo de ingenios azucareros y la pérdida de su base económica. La historia de los tucumanos, con una fuerte tradición gremial, demostraba su resistencia frente a la injusticia y la precarización de la vida. Ahora, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), con la Compañía de Monte bajo su alero, era el enemigo declarado. Cualquier comunidad, sindicato o persona podía ser levantada de la calle, de su hogar, escuela o lugar de trabajo, acusada de ser subversiva y sometida a un trato inimaginable.
Así comenzó lo que los militares denominaron Operativo Independencia, y con él, la introducción sistemática de la desaparición forzada y los centros clandestinos de detención. Solo durante el año 1975, antes del golpe civil-militar, 175 personas fueron desaparecidas tras secuestro y se perpetró 37 asesinatos. Aún existía una alta probabilidad de que un secuestrado sobreviviera, como evidencian las 406 personas que fueron liberadas. (A. S. Jemio, basado en base en los datos del EASQ/OCE).[ii]
En Tucumán se afinaba “un nuevo modo de producción de la violencia estatal”, como describe la socióloga Jemio, que pronto se extendería por todo el país. En ese contexto, Argentina ofrecía un terreno y un aliado propicios para el objetivo chileno de desmentir la existencia de desapariciones forzadas en su propio territorio.
Chile y Argentina venían colaborando estrechamente desde tiempo antes. Agentes argentinos del grupo paramilitar Desde mucho tiempo colaboraban estrechamente Chile y Argentina. Agentes argentinos del paramilitar Triple A habían sido decisivos en la logística que facilitó el asesinato en Buenos Aires del ex comandante constitucionalista Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert, 6 meses antes.
El 18 de abril de 1975, al llegar Pinochet a la Base Aérea de Morón, mismo lugar donde se reunió con el entonces presidente Juan Domingo Perón en mayo del año anterior, se selló ese vínculo, en anticipación de la formalización del Plan Cóndor en noviembre, cinco meses antes del golpe en Argentina). Dirigiéndose a la presidenta Martínez de Perón, dijo: “Esta unión fraterna, señora, nacida en los principios de nuestras repúblicas … se fundió con la sangre de los hombres chilenos y argentinos en los campos de batalla. … Estoy seguro que este encuentro con usted, señora … será sin lugar a dudas un momento que permitirá dar frutos a esta vieja amistad”.[iii]
Operación Colombo fue uno de los “frutos” de esa confraternidad. Centrado en una campaña comunicacional protagonizada por periodistas afines a la dictadura chilena, en febrero los medios chilenos preparaban el camino con referencias a la guerrilla en Tucumán (“Ejército interviene en lucha anti-guerrillera en Tucumán”, La Segunda, 10 de febrero; “Emboscada guerrillera en Tucumán”, La Segunda, 19 de febrero). El 13 de junio en el diario La Tercera de la Hora, aparece la primera referencia a la presencia de chilenos en Tucumán. El encabezado afirma “Dos mil extremistas se preparan en Tucumán, Argentina”.
El escenario descrito por el reportaje era no solo una mentira descarada sino absurdo. Al historiador Gonzalo Getselteris, autor de un estudio exhaustivo sobre la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez, le consta que en mayo de 1975, los guerrilleros no constituían más que 100 personas.[iv] Que había cientos de cuadros fue “un mito que le jugó en contra” al provocar una reacción desproporcionada de parte del Ejército. En todo caso, no habría manera de abastecer y alojar a un grupo grande en los modestos ranchos de la zona; menos en el campamento móvil en el bosque.

¿Por qué no podía haber habido un millar de chilenos en Tucumán?
Primero, señala el historiador, en esta pequeña provincia con el característico ritmo y forma de hablar de los tucumanos, sería imposible que un contingente de chilenos pase desapercibido. Segundo, desde 1974 y con mayor fuerza en 1975 había controles policiales y militares en los terminales de buses, en la estación de trenes, en las rutas. Difícil que centenares de extranjeros pasaran inadvertidos, señala.
No obstante, la ficción contenía un minúsculo grano de verdad.
Después de arrancar por la falda nevada de los volcanes y por medio del bosque valdiviano, perseguidos por militares, los miristas Domingo Villalobos Campos y el sueco Svante Grande volvieron a encontrarse en los cerros de Tucumán a fines de 1974. Probablemente se reencontraron allí con otros dos o tres compañeros, también provenientes de Neltume. Su presencia en Tucumán se debió a un acuerdo entre la dirección del MIR (Movimiento de la Izquierda Revolucionaria) y el PRT. Domingo Villalobos Campos murió el 29 de mayo del 1975 en un enfrentamiento en Manchalá; Svante Grande murió el 14 de octubre 1975.

Dos semanas después del episodio en Manchalá, La Tercera de la Hora publica su reportaje, dando evidencia de la existencia de comunicación entre Chile y los militares argentinos de Tucumán. El segundo párrafo nos alerta que se trata o de una inteligencia fallida o de un fake news deliberado:
“Entre los terroristas figura Dagoberto Pérez, uno de los ex jerarcas del MIR, quien ahora aparece como Comandante de la Segunda Compañía de Montes del Ejército Revolucionario del Pueblo…”
Dagoberto Pérez aún formaba parte de la directiva clandestina del MIR y seguiría con vida hasta el 16 de octubre de ese año, cuando cayera en Malloco, Chile, a consecuencia de un enfrentamiento con agentes del estado.
Quien murió ese día en Manchalá fue el Sargento Dago, alías en Argentina de Domingo Villalobos Campos, efectivamente a cargo de la Segunda Compañía, durante una misión frustrada para llegar al cuartel de Operativo Independencia. También murieron 11 soldados conscriptos.
El análisis de este artículo es una muestra y la punta del iceberg que visibiliza el contenido netamente falso de la campaña mediática que formó la parte medular de Operación Colombo, a mediados y a fines de julio que aseguraban que 119 chilenos habían muerto en Salta y Tucumán, Argentina. Para quienes lo idearon, les bastó un puñado de chilenos internacionalistas en Tucumán para armar el andamio de la confabulación.
El andamio resultó tan débil que se desmoronó.
Al reconocer en los diarios los nombres de quienes habían estado con ellos en cárceles clandestinas, 90 prisioneros políticos del campo de detención Puchuncaví se declararon en huelga de hambre. Su indignación al constatar que la dictadura estaba matando a sus compañeros superó el miedo. Muchos años después, Juan Guzmán Tapia (1939-2021), ex juez de la Corte de Apelaciones de Santiago, procesó a Augusto Pinochet por Operación Colombo, y comentó que para él fue el procesamiento “más fácil”.

También fue una fabricación burda otra faceta del montaje, en abril y en julio, que obligó a los familiares del ingeniero civil David Silberman, el arquitecto Luis Guendelman, el sociólogo Jaime Robotham y el ingeniero químico Juan Carlos Perelman a viajar a Buenos Aires a revisar cuatro cadáveres carbonizados, hallados con cédulas de identidad falsas y servilletas de tela que atribuían estos horrorosos asesinatos al MIR. Los cuatro no se conocían, no pertenecieron a los mismos partidos políticos y no coincidieron en los mismos centros de detención. Sus parientes descartaron a simple vista que correspondían a David, Jaime, Juan Carlos o Jaime, todos ellos detenidos en Chile, a quienes llevaban meses buscando sus paraderos.
Si no eran sus seres queridos, ¿entonces quienes los siguen buscando? ¿Quiénes son los autores de estos crímenes? Son interrogantes aún sin respuesta, que unen a los argentinos y a los chilenos a 50 años de Operación Colombo, los mismos 50 años que transcurren desde el inicio de la desaparición forzada en Tucumán.
Maxine Lowy
[i] Entre los cientos que pasaron por este portal fue el cardiólogo Máximo Eduardo Jaroslavsky, primo de esta periodista, el 19 de noviembre de 1975.
[ii] Ana Sofía Jemio, Tras las Huellas del Terror: El Operativo Independencia y el comienzo del genocidio en Argentina, Buenos Aires (Prometeo Libros, 2021), p. 256.
[iii] https://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/29610)
[iv] Gonzalo Getselteris, Desde el monte. La Compañía de Monte vencerá, Lanús (Nuestra América, 2015).





