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El MIR, memorias de un tiempo de certezas

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Este 15 de agosto se cumplieron 60 años de la fundación del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) lo que dio ocasión a diversos eventos conmemorativos, y la verdad es que no era para menos. Para quienes éramos jóvenes en esa agitada década de los años 60, el surgimiento de esa organización marcó un antes y un después en lo que era nuestra visión política, eso pese a que en lo que a mí respecta nunca fui militante de ese movimiento: mi trayectoria política la había iniciado en las filas de las Juventudes Comunistas (JJ.CC.) cuando estudiaba en el Liceo Manuel de Salas, militancia que llegaría a su fin cuando en la universidad fui marginado junto a otros camaradas por ser parte de una tendencia interna (la Disidencia Comunista o DISCOM).  Con el inicio del gobierno de la Unidad Popular, la mayoría de quienes participamos en esa disidencia ingresamos al Partido Socialista aunque algunos fueron al MIR.

A fines de los años 60 el MIR, a la distancia, despertaba interés a muchos que, como quien escribe esta nota, escuchábamos con atención su discurso crítico y combativo y—sin admitirlo— admirábamos el desplante y fervor con que sus dirigentes intervenían en las asambleas estudiantiles, así como la audacia de sus acciones armadas (“expropiaciones” como llamaron entonces los asaltos a bancos realizados hacia finales del gobierno de Eduardo Frei Montalva).  Por otro lado, nos chocaban algunas de sus afirmaciones que parecían ser certezas indiscutibles: evidentemente en nuestro caso por venir de rechazar el estilo esquemático y rígido del PC ese enfoque no nos parecía aceptable. Con el beneficio de los años transcurridos, claro está, hoy constatamos que esas certezas no eran tales. Al menos no en los términos como se las percibían.

Habiendo pasado todo este tiempo, es también importante destacar otras dimensiones de lo que el MIR en tanto izquierda contestataria representó entonces: puede decirse que no fue sólo un movimiento político sino una cultura, un modo de conducta y pensamiento que hasta llegaba a reflejarse en el atuendo y la apariencia física que entonces inspiraba. Eso sí, no paso por alto que en esos aspectos de la imagen personal esos eran los años de una fuerte influencia del estilo hippie que provenía de Estados Unidos y que allí se hacía patente en las protestas juveniles contra la guerra en Vietnam y la lucha de los negros por sus derechos civiles.

Por cierto, las referencias a la “cultura mirista” hacen inevitable la mención al origen de clase de la mayoría de su dirigencia y gran parte de su militancia, aunque debe reconocerse que hacia 1970 el MIR había hecho avances en el medio de los pobladores, los campesinos e incluso en la clase obrera industrial.  Pero el moquete de “pequeñoburgueses” que el Partido Comunista les endilgó desde un comienzo fue difícil de remover. En efecto, gran parte de la militancia del MIR, proveniente del medio estudiantil, podía ser catalogada como “intelectuales comprometidos” que compartían elementos culturales identitarios comunes. Sobre esa categoría el profesor Ángel Octavio Álvarez, en su libro El armario de los filósofos, (Metales Pesados, 2023) hace una referencia muy pertinente: “Propio de su herencia burguesa, el intelectual comprometido originado en la década del sesenta adoptó rápidamente la vestimenta de los dandis, los artistas y los bohemios decadentistas para mostrar una imagen despreocupada pero estilizada: una imagen de trabajador intelectual comprometido con las causas sociales más justas” (p.192).




Claro está, sería injusto y hasta más de alguien podría considerar superficial el resaltar ese elemento cultural más conspicuo—muchachos que vestían jeans y se dejaban barba y pelo largo, chicas que lucían minifalda y desechaban el uso del sostén—como el aspecto definitorio de la militancia juvenil mirista. El MIR fue muchas otras cosas más por supuesto, pero ese aspecto era también parte de su ser, aunque naturalmente no de modo exclusivo ya que estaba presente en otros militantes y seguidores de la izquierda. Recuérdese que no por nada, cuando se produce el golpe de Estado, una de las primeras cosas que se destierran son esos aspectos de la apariencia personal asociados a una actitud revolucionaria: barbas y cabelleras largas masculinas, pantalones ajustados de las muchachas.

Si bien con anterioridad al surgimiento del MIR hubo formaciones políticas alternativas a los partidos de la llamada izquierda tradicional, ellas no lograron su impacto ni influencia. Eso nos lleva entonces a uno de los aspectos más significativos del MIR, la calidad de sus líderes: Miguel Enríquez, en su estilo discursivo acelerado no sólo podía transmitir un encendido mensaje sobre la contingencia, sino que poseía una gran capacidad analítica; en un estilo más pausado, como recalcando cada frase, encontrábamos a Bautista Van Schouwen, muy convincente en conversaciones con otros grupos.  A Enríquez lo pude escuchar de cerca un par de veces en que visitó el Pedagógico, con Van Schouwen tuve un encuentro en mi casa en el marco de una conversación entre la DISCOM y el MIR creo que a fines de 1969, ocasión en que llegó acompañado de Max Marambio, entonces hombre de seguridad del MIR. Era finales del gobierno de Frei Montalva y los miristas eran buscados por la policía.

El paso del tiempo y los efectos de una cierta leyenda han acompañado al MIR o a la imagen que de él se ha fabricado. En estricto rigor, su gente no era fundamentalmente especial, excepto por la dedicación casi mística que pusieron a su causa. A algunos los conocí más de cerca, Lumi Videla, por ejemplo, que había sido militante de las JJ.CC. cuando aun era estudiante secundaria en el Liceo Darío Salas. Ella junto a otros jóvenes que todavía ni teníamos derecho a voto (en ese tiempo se votaba cuando uno cumplía 21 años) estuvimos muy involucrados en la campaña de Allende de 1964. Sergio Zorrilla, quien fuera un elocuente orador en las asambleas del Pedagógico también provenía de las filas comunistas. En 1962 con motivo de un congreso nacional de estudiantes secundarios en Curicó, Zorrilla iba como delegado de su liceo. Antes de partir, su familia había expresado ciertas aprensiones ya que al parecer no tenía en ese tiempo una buena salud y aparentemente era primera vez que viajaría solo.  Zorrilla luego estudió en el Departamento de Filosofía, donde en una primera instancia adhirió al pensamiento de Ortega y Gasset, influido por el profesor Francisco Soler, que había trabajado con el filósofo español. Lumi también estudió en el Departamento de Filosofía igual que quien fuera su compañero, Sergio Pérez, ambos detenidos y asesinados por la dictadura.

En los años de la reforma universitaria, el MIR se hizo fuerte en algunos departamentos del Pedagógico, especialmente en Filosofía donde el profesor Juan Rivano fue elegido director. Hacia finales de la década del 60, sin embargo, la influencia de Rivano con el apoyo incondicional del centro de alumnos, también controlado por el MIR, llegó a tener mucha influencia sobre la militancia mirista llevándola a una visión más personalista que política, causando su caída en el departamento. Eventualmente, varios de los que habían conducido al MIR y al centro de alumnos en Filosofía como Edison Otero y John Patillo se alejaron de la organización, dando origen a un grupo de orientación anarquista, la Izquierda Revolucionaria Independiente (IRI), que terminaría por desaparecer, y con algunos de sus miembros, llevados por una ciega oposición al gobierno de la UP, recibiendo con cierto beneplácito la intervención de la universidad por parte de la dictadura.

El sitio donde el MIR tuvo su mayor presencia, sin embargo, fue la Universidad de Concepción, alma mater de Luciano Cruz, su principal dirigente de masas, los hermanos Enríquez, Van Schouwen, Jorge Fuentes, Dagoberto Pérez, entre otros que se sucedieron en la conducción de la Federación de Estudiantes. Esa ciudad fue también escena de uno de los episodios más trágicos del antagonismo en los campus universitarios entre el MIR y los comunistas. El 2 de diciembre de 1970 fue asesinado el estudiante de periodismo y militante del MIR Arnoldo Ríos, por un integrante de la Brigada Ramona Parra, el grupo de choque de las JJ.CC.  El propio presidente Allende hizo llamar a los dirigentes de las organizaciones involucradas en el incidente y forzó un acuerdo de coexistencia. El nombre del asesino no se hizo público entonces. En todo caso, se trató de un episodio que marcó de modo muy negativo los excesos de un sectarismo y fanatismo muy perjudiciales para la izquierda.

Al comienzo de esta nota aludía a las certezas de entonces, entre ellas cierta convicción de que el socialismo se hallaba a la vuelta de la esquina, todo era cuestión de emprender unos pocos pasos y mejor aun si apresurábamos el tranco… Sería injusto eso sí achacar sólo al MIR esa percepción que se tenía de la realidad—de alguna manera eran las señales que parecían venir: Cuba se plantaba muy segura ya no sólo en un plano latinoamericano, sino mundial; Vietnam se transformaba cada vez más en un infierno para Estados Unidos, aunque todavía la guerra se prolongaría hasta mediados de la década siguiente; los países africanos asumían crecientemente un enfoque socialista; aunque muchos en esta nueva izquierda veían críticamente a la Unión Soviética, igual su presencia era valorada y a nadie se le hubiera ocurrido que en poco más de un par de décadas se iba a desmoronar. En América Latina pese a la muerte del Che en Bolivia, cundía el sentimiento de que se acercaba un imparable proceso revolucionario y Chile, con todas sus peculiaridades tendría un rol protagónico, aunque sin escapar al sino que reseñara uno de los fundadores del MIR, el Dr. Enrique Sepúlveda en una nota publicada en la revista Ercilla: “La experiencia enseña que las clases dominantes ‘jamás’ han entregado el poder ni sus privilegios por convicción ‘democrática’, por la razón o en virtud de los argumentos parlamentarios…” (cita reproducida de la página Facebook de Matías Salvador Villa Juica que recopila interesantes documentos y fotos de la historia social de Chile). Aunque posteriormente el Dr. Sepúlveda, que había sido el primer secretario general del MIR, se alejaría de él, esa frase retrataba bien la premisa que guiaría el accionar de esa organización, aunque la metodología de lucha adoptada variara mucho de las concepciones de algunos de sus fundadores. En todo caso, fracturas internas nunca han sido ajenas a las organizaciones de izquierda, lo meritorio particularmente para la joven generación que asumió su dirección—además del contingente penquista la incorporación de gente de Santiago como Andrés Pascal Allende y el dirigente poblacional Víctor Toro—fue la capacidad para insertarse en el escenario político con mucha fuerza e incluso ser parte hasta ahora del imaginario popular, como símbolo de lucha popular y de resistencia armada a la dictadura.

Por otro lado, sin embargo, esa fijación con certezas que no admitían duda le jugaría una muy mala pasada luego del golpe militar.  La noción de que “el MIR no se asila” por ejemplo, resemblaba una postura de “machos recios” parecida a los alardes que uno podía hacer en los patios escolares. Sin duda era una propuesta de valor ético—“nos quedamos a combatir”—pero bastaba hacer un examen de la realidad de ese momento para ver que la resistencia armada, valiente como sin duda fue, no tenía posibilidades de éxito y condenaba a los militantes a una muerte segura. Un caso ilustrativo de lo desfasada que fue esa postura lo representó una de las mujeres con rol directivo en el MIR luego del golpe militar, Marcia Merino (la “Flaca” Alejandra). La mujer tuvo una primera detención que le permitió calibrar su propia incapacidad para la dura responsabilidad que tenía que afrontar. Habiendo solicitado a la dirección del MIR que se le permitiera salir del país, el pedido fue desechado: salir asilado era como una traición en el marco de la mentalidad adoptada por la organización. Cuando por segunda vez la dirigente cae en manos de la DINA, por las brutales torturas a la que es sometida accede a convertirse en colaboradora, en ese nuevo papel contribuye a la detención de varios que habían sido sus camaradas.

Paradojalmente, pese al conocimiento en materia de inteligencia o, por último, a la capacidad intuitiva que una organización político-militar debería tener, en su trabajo poblacional en Lo Hermida a nadie le pasó por la mente sospechar de un lumpen como era Osvaldo “Guatón” Romo con quien el MIR trabajó muy estrechamente (Romo, muy astutamente, militaba en un partido muy pequeño, la Unión Socialista Popular, USOPO, que no tenía la capacidad de inquirir más detalles sobre él). A finales de los años 60 en los prados del Pedagógico era habitual ver a grupos de jóvenes y algunos “cabros chicos” de Lo Hermida compartir como “huéspedes” de miristas. Uno puede preguntarse cuánta información esa gente le transmitía a Romo que, no en ese momento, pero que luego del golpe militar él utilizaría para sus propósitos como agente de la DINA.

Hubo errores y una visión rígida en cuanto a la metodología y a la evaluación de la realidad política, pero claro está, en toda la izquierda en ese tiempo hubo muchos errores, por diferentes causas, aunque ello tampoco debe opacar los grandes aciertos. En la historia contemporánea de Chile, sin embargo, la presencia del MIR quedará como un hito de toda una generación y en lo político, por la introducción de una manera entonces nueva de ver la realidad política y de cómo influir en los acontecimientos. Eso es indudable.

A 60 años de la fundación del MIR quedan esas memorias de un tiempo de esperanza, de lucha, de derrota también, pero sobre todo de gente que, como señalaba anteriormente era como todos nosotros, excepto por su dedicación. Seres humanos que como Miguel Enríquez también tuvo tiempo para el amor y ciertamente lo aprovechó muy bien, o como Bautista Van Schouwen, ese hombre serio hablando en el living de mi casa indicando ante una pregunta mía que estaban preparados por si venía la policía en ese momento ya que eran buscados en ese tiempo del gobierno de Frei Montalva (andaban con “fierros”). Muchos años después, en Montreal pude conocer al padre del dirigente mirista, Don Bautista, quien junto a su esposa Doña Carlota seguían buscando justicia por la desaparición de su hijo. En el film documental Calle Santa Fe – Un amor revolucionario (2007), realizado por quien fuera la compañera de Enríquez, Carmen Castillo, se hace una referencia a la juventud de Van Schouwen y como dato anecdótico se señala que “le gustaba mucho bailar”.

Y sí, esos brillantes jóvenes revolucionarios de entonces podían haber hecho suya esa frase del dramaturgo romano Publio Terencio Africano: “Nada de lo humano me es ajeno”, frase también favorita de Carlos Marx.

 

Por Sergio Martínez

(desde Montreal, Canadá)

 

 

 

 

 

 



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