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Siria: entre la implosión territorial y la erosión de la justicia

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En Ginebra, donde la diplomacia se viste de protocolo y las palabras se calibran con precisión quirúrgica, el discurso de Paulo Sérgio Pinheiro ante el Consejo de Derechos Humanos resonó como un llamado urgente a no normalizar el horror. Como presidente de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre la República Árabe Siria, Pinheiro presentó un retrato devastador de un país que, tras más de una década de conflicto, sigue atrapado en una espiral de fragmentación, impunidad y sufrimiento civil.

Una paz que no llega, una justicia que no avanza

El discurso, presentado en la 60ª sesión del Consejo, no escatima en advertencias: la situación en Siria sigue siendo crítica, con múltiples actores armados, estructuras de poder paralelas y una población civil sometida a violaciones sistemáticas de derechos humanos. Pinheiro subraya que, pese a las promesas de reforma por parte de las autoridades interinas, la realidad sobre el terreno contradice cualquier narrativa de transición democrática.

Las detenciones arbitrarias, la tortura, la desaparición forzada y la represión sectaria continúan. En regiones como Latakia, Tartus y Hama, la comunidad alauita ha sido blanco de masacres que podrían constituir crímenes de guerra. En Suwayda, los enfrentamientos entre drusos y beduinos han generado desplazamientos masivos y ejecuciones extrajudiciales, documentadas en videos que circulan impunemente.

Fragmentación territorial y actores en competencia

Siria ya no es un Estado unitario. El discurso de Pinheiro revela un país dividido en zonas de influencia, donde las Fuerzas Democráticas Sirias, las autoridades interinas y grupos armados compiten por el control. El acuerdo del 10 de marzo, que prometía una hoja de ruta para la gobernanza compartida en el noreste, ha quedado en papel mojado. Las tensiones entre actores locales y la falta de voluntad política para implementar reformas judiciales y de seguridad perpetúan el estancamiento.




A esto se suma la intervención militar de Israel, con bombardeos en Damasco, Homs y Latakia, y la ocupación de territorios más allá de la línea de separación de 1974. Pinheiro advierte que estas acciones no solo violan el derecho internacional, sino que agravan la inseguridad regional y alimentan la narrativa de victimización que utilizan diversos actores para justificar la represión interna.

Mujeres, desplazados y el espejismo del retorno

El discurso dedica especial atención a las mujeres sirias, víctimas de violencia sexual, matrimonios forzados y secuestros, especialmente en comunidades alauitas y drusas. La falta de investigación por parte de las autoridades locales revela una negligencia institucional que perpetúa la impunidad.

Aunque cerca de tres millones de refugiados e internos desplazados han regresado a sus hogares, el retorno no ha sido sin riesgos. La ocupación de propiedades, la falta de servicios básicos y la inseguridad jurídica convierten el regreso en una experiencia traumática. La ayuda humanitaria internacional, que apenas cubre el 18% del llamado de 2025, es insuficiente para atender las necesidades más urgentes.

¿Un nuevo pacto social o el reciclaje del autoritarismo?

Pinheiro concluye con una advertencia: sin un compromiso real con la justicia, la inclusión y la rendición de cuentas, Siria corre el riesgo de repetir los errores del pasado. La reconstrucción no puede basarse en la exclusión ni en la represión. El pueblo sirio merece algo más que una paz impuesta: necesita una paz construida desde abajo, con garantías de derechos, participación política y memoria histórica.

En Ginebra, las palabras de Pinheiro fueron escuchadas. Pero ¿serán atendidas?



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Elena Rusca

Periodista, corresponsal en Ginebra

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