
Kaiser y la nostalgia del horror: cuando la democracia es solo un obstáculo
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Hay quienes tropiezan con la historia. Johannes Kaiser no. Él la abraza, la lustra y la exhibe como un trofeo. En la entrevista con Tomás Mosciatti, el candidato libertario no solo defendió el golpe de 1973: reivindicó sus métodos, justificó las torturas y anunció, sin temblor en la voz, que “si se dieran las mismas circunstancias, apoyaría un nuevo golpe sin duda”.
Lo inquietante no es solo la frase, sino la serenidad con que la enuncia. Kaiser no es un tuitero anónimo buscando provocar; es un aspirante a La Moneda que plantea, con naturalidad de sobremesa, que la democracia es negociable si los “guerrilleros” salen a la calle.
Su relato no es accidental. Es un discurso construido para normalizar la violencia como política de Estado. La apología del golpe, la relativización de los crímenes de lesa humanidad y la excusa de la “guerra interna” forman un cóctel de nostalgia autoritaria con aroma a Escuela de las Américas. Kaiser no está improvisando: está diseñando una narrativa donde los tanques son “defensores de la libertad” y las víctimas, daños colaterales inevitables.
Que un candidato presidencial pueda decir, sin pagar costo inmediato, que apoyaría “con todas las consecuencias” un nuevo 11 de septiembre, es una señal alarmante sobre el estado de la memoria democrática en Chile. La frase no es un desliz: es una declaración programática. Kaiser legitima la violencia política no solo como pasado justificable, sino como futuro deseable.
Hay aquí un riesgo doble. Por un lado, la banalización de lo indecible: la tortura, los desaparecidos, los centros de detención convertidos en anécdotas de una supuesta defensa nacional. Por otro, la tentación de sus adversarios de responder en el mismo tono, de militarizar el lenguaje y la política. Esa es la trampa: la ultraderecha gana cuando logra que la democracia se parezca a su caricatura.
La historia chilena es demasiado reciente para permitir este retroceso. Quienes gobiernan hoy, quienes aspiran a gobernar mañana, tienen una obligación: levantar un muro infranqueable frente a quienes ven en los fusiles una alternativa a las urnas. No basta con indignarse en redes; es urgente articular un relato político que recuerde, con la crudeza necesaria, que un golpe no trae orden, sino décadas de heridas abiertas.
Kaiser no es solo un candidato polémico. Es el síntoma de una corriente política que dejó de fingir respeto por las instituciones. Su proyecto no es ganar una elección: es reinstalar la idea de que las Fuerzas Armadas son árbitros naturales de la política chilena. Eso no es populismo de derecha; es autoritarismo sin maquillaje.
La democracia no se defiende con buenas intenciones. Se defiende con memoria, con instituciones fuertes y con una sociedad civil que se niegue a naturalizar discursos que justifican el horror. Porque cada vez que un aspirante a presidente dice que “lo volvería a hacer”, la historia no solo llama: advierte.
Félix Montano






Alexandre says:
Éste energúmeno dice en voz alta lo que la derecha piensa sin decirlo. La « democracia » de la derecha es un estado de cosas aceptable cuando le permite imponer sus negocios y privilegios Al resto de la sociedad. En cuanto les parezca necesario no dudarán en hacer uno, dos o tres 11 de septiembre. Luego se golpearán el pecho un par de veces para terminar diciendo que los muertos eran inevitables. La democracia sólo puede vivir si la organización de la sociedad responde al interés general, si los ciudadanos ejercen cada día el control de los dirigeantes, si cada ciudadano electo es revocable si la mayoría de sus electores lo deciden. También será indispnsable civilizar a las FFAA, lo que a mi parecer no es cosa simple.